martes, 4 de diciembre de 2012

Madrid Arena


De los muchos asuntos turbios que no dejan de colear en nuestro panorama de actualidad nacional, el de Madrid Arena es el que más me desagrada. No es la 1ª vez que sucede una desgracia por las malas condiciones de un recinto. Uno de los casos que más se me quedó grabado en la memoria fue el de la discoteca Alcalá 20.

Pero pasan los años y continúan los desastres, y con no demasiadas víctimas teniendo en cuenta que desde hace varios años lo que se llevan son las macrofiestas. La población juvenil en una gran ciudad como es Madrid no ha dejado de crecer, y la diversión se organiza a gran escala. Es impresionante ver las imágenes de miles de personas en esos eventos, moviéndose al unísono al compás de la música que el DJ de turno ponga en sus sesiones. Ya no hay salas lo bastante grandes para albergar a toda esa multitud, y se recurre a espacios que sirven para otras muchas cosas, y que no siempre reúnen las condiciones necesarias.

Yo lo he pensado más de una vez contemplando esas imágenes en televisión, cómo es posible que la gente pueda moverse con mediana soltura en ambientes tan saturados. Lo de que se supera el aforo es algo que ha ocurrido siempre, y lo de que las salidas no estén disponibles y expeditas en su totalidad no es algo nuevo. Que no haya suficiente personal de seguridad es algo que tampoco extraña, y más ahora que se escatiman gastos más que nunca. Una desgracia como la de Madrid Arena lo único que ha hecho es sacar a la luz todas estas irregularidades, pero en realidad suceden en otros muchos lugares y ocasiones constantemente.

A la gente joven siempre se la ha tratado como al ganado. Se les lava el cerebro para que sigan fervientemente modas, músicas e ideologías. Se los hacina en espacios insalubres donde se los atonta con luces psicodélicas, alcohol y drogas de fácil adquisición y consumo. Sucede la inevitable tragedia y se pretende hacer ver a la sociedad que la culpa es de ellos, porque son jóvenes, impetuosos y se saltan las normas. Qué mentira más grande.

La manipulación a la que se ve sometida la juventud hoy en día no tiene precedentes, ha llegado a unas cotas que tristemente lamentaremos en un futuro no muy lejano. Cinco chicas preciosas, llenas de frescura, han muerto en la flor de su vida de una forma brutal. Y mientras, en Internet, se siguen vendiendo entradas para otros espectáculos en el mismo sitio donde ellas han encontrado la muerte, donde podrían haberla encontrado otras muchas personas.

Los que se prestan a esos manejos ¿en qué piensan? Se trata quizá de seguir la fiesta, de estar a la última, de no perderse ningún acontecimiento, como si fuera lo último, lo más importante que nos vaya a suceder en la vida. Apurar al máximo, lo que haga falta, a costa de lo que sea. Qué barbaridad. Los que manejan el cotarro de la noche no son más que traficantes de dinero que por enriquecerse son capaces de las mayores felonías.

Dicen que las desgracias que tienen lugar en una ciudad van en proporción a su tamaño. Madrid se ha convertido en lugar de desastres terribles que difícilmente podremos olvidar y, por lo que se ve evitar.

Nadie podrá decir que no se imaginaba las irregularidades que se cometían en la organización de estos acontecimientos, sobre todo con el nivel de inmoralidad que hay en los tiempos que corren y la incompetencia y desidia de este país nuestro que nos defrauda y acongoja cada día con un nuevo horror. Y ahora he leído en la prensa que nadie reconoce responsabilidad ninguna sobre el asunto, no dejan de declarar en el juicio montones de personas que no hacen más que lavarse las manos. Dónde está la justicia.

Quizá porque tengo hijos de la edad de las chicas que han fallecido, o quizá porque nadie está libre de ser víctima de algo así (podría habernos pasado a cualquiera), es por lo que lo que ha sucedido en Madrid Arena me ha llegado tan profundamente al corazón, como otros sucesos del pasado de cuyo recuerdo no puedo evadirme.

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