miércoles, 19 de diciembre de 2012

Un poco de todo (XVIII)


- El autor de un blog que sigo escribió hace poco un post en el que hablaba de un gato callejero que se había refugiado en el inmueble donde él vive, encontrando sobre el felpudo de un vecino el lugar ideal para descansar de las inclemencias del tiempo y de la vida, pues la suya, aunque gatuna, es una existencia tan merecida de dignidad como la de cualquier otro mortal.

Se lamentaba el blogero de su falta de iniciativa para acoger en su casa al desdichado animal pues, como vive solo, su independencia constituye para él un lujo y a la vez un pequeño pesar ocasional, según su estado de ánimo. Hacerse cargo de alguien, aunque sea un gato, trastoca costumbres y concita responsabilidades añadidas que uno no tiene por qué asumir. Y sin embargo, le quedaba una cierta mala conciencia por el auxilio no prestado.

En cuanto lo leí me vino a la cabeza la imagen de un mendigo que, cuando iba yo a sacar dinero de un cajero automático de mi barrio, yacía de medio lado y de espaldas a la puerta sobre un cartón, buscando el calor del habitáculo acristalado que la entidad tiene en la entrada. No se movió en absoluto mientras estuve allí, no sé si porque estaba dormido o simplemente aletargado en su miseria. Pensé, como el autor del post, en cómo sería llevarlo a casa, acogerlo, prestarle mi ayuda. Y terminé elucubrando la misma conclusión, que ya bastante tengo con lo mío.

Solemos preferir instalarnos en la seguridad de nuestro confort, que en mi caso está hecho de pequeñas cosas, pues no necesito mucho para vivir. Pero quizá esta comodidad nuestra no lo sea tanto en realidad. Quién está satisfecho por completo con su vida, quién no aspira a cambiar algunas cosas, o muchas, a intentar que todo sea un poco mejor. Y quizá sea ésta una buena forma de llevar a cabo esta inquietud, no en vano nos dijeron hace siglos que diéramos de comer al hambriento, de beber al sediento, que diéramos posada al peregrino.

No hace falta decir lo que sentí al intentar ponerme en su lugar siquiera un instante. Sin familia, sin hogar, sin alimento ni apenas abrigo, acosado por la soledad, el pánico, las enfermedades, el hambre y la sed, y todos los peligros que acechan en una gran ciudad a los que están desvalidos. Qué habrá en los albergues para que haya tantos que no quieren ir allí. Como si no tuvieran suficiente con llevar su propia carga, encima se les maltrata y desprecia.

Todos podemos quedar en un momento dado en una situación de indefensión y pérdida de cosas fundamentales para una existencia digna. Nuestro temor, y nuestro egoísmo, nos impiden llevar a efecto lo que un día nos dijeron. Quizá seamos nosotros los mendigos.

- Me han mandado por correo electrónico una petición de firma para evitar que se vuelva a repetir lo de Madrid Arena, con una carta de una de las madres de las víctimas en la que pide que se endurezca la legislación en materia de espectáculos. He firmado enseguida, por supuesto.

Se me ponía la piel de gallina hace unos días pensando en cómo lo tienen que estar pasando los familiares de estas pobres chicas, y más ahora en Navidad. Qué vida ésta, cuánto infortunio y cuánta injusticia sin castigo. Cada vez es más difícil dejarse envolver por el espíritu de la Pascua, creo que habría que hacer un vacío mental, una especie de amnesia, para que esto fuera posible.

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