martes, 11 de diciembre de 2012

Preparados para el fin del mundo


Los malos augurios que presagian un apocalipsis inminente no cesan de circular por ahí, en forma de e-mails llenos de sombrías conjeturas mayas o con programas como el que le gustan a mi hijo, Preparados para el fin del mundo, sobre el que no puedo resistirme a hablar, o a rechiflarme, según se mire.

Esta serie, rodada en la América más profunda, nos muestra los preparativos de diversas familias ante una posible hecatombe mundial de proporciones inimaginables, que no sólo creen factible sino muy próxima. Aparecen granjeros aquejados de obesidad mórbida, posiblemente consumidores de comida basura, armados hasta los dientes. Los pueblos de EE.UU. son por lo que se ve un auténtico campo de minas, un arsenal gigantesco donde si te atreves a internarte eres recibido a tiros o a algo peor, como si el salvaje Oeste nunca se hubiera extinguido del todo. Las leyes que tienen allí sobre armas permiten que todo el mundo, desde su más tierna infancia, se acostumbre a usarlas.

En su psicosis por autodefenderse y sobrevivir, consideran enemigo a cualquier extraño que aparezca por las inmediaciones de sus casas. Me maravilla lo grandes que son y los terrenos tan amplios que las rodean. Son gente que vive muy bien pero que no creo que sepan disfrutarlo, a juzgar por el stress que tienen, siempre inquietos, a la espera de un peligro inminente.

Estas personas dedican mucho tiempo y dinero a construir búnkers para refugio y almacenamiento de armas y comida. Se ve a las orondas señoras repasando los cientos de botes de cristal con alimentos que ellas mismas han preparado (tomate, frutas…) listos para ser usados en caso de emergencia, y enseñando en su cocina el inocente bote donde guardan los guisantes, en el que han escondido un revólver metido en un plástico.

Los matrimonios ven consolidada su unión haciendo cosas juntos en sus ratos libres, tales como prácticas de tiro, lanzamiento de granadas, colocación de trampas, supervisión de equipos de supervivencia… Un señor hace simulacros en los que obliga a sus hijos, ante la mirada deprimida de su mujer, a colocarse máscaras antigas y a bajar a un sótano, en el que les da comida deshidratada para que se vayan acostumbrando, para repugnancia de los chavales.
Otro matrimonio vive en una zona aislada y bastante desértica al haber decidido renunciar a una tranquila jubilación para atrincherarse en un lugar más seguro, lejos del mundanal ruido. Su caravana está situada cerca de un acuífero que no siempre tiene agua y, armados con fusiles, se enfrentan de vez en cuando a unos vecinos que aparecen por allí, con aspecto aún más amenazador que ellos, para hacer ensayos bélicos. Parecen divertirse así.

Todos hablan de posibles invasiones extranjeras ante las que hay que estar preparados, lo cual es muy comprensible teniendo en cuenta que los norteamericanos no han hecho otra cosa durante décadas que dedicarse a invadir al resto del mundo. Es como si esperaran una venganza. Los hay también que hablan de desastres naturales, al vivir en zonas de huracanes.

A mí me parece que ninguno se ha leído la Biblia, quizá porque no piensan en el fin del mundo desde un punto de vista religioso, aunque la frase lo contiene en sí misma, fin del mundo. Se habla de los cuatro jinetes siniestros que sobrevolarán la Tierra como emisarios de un Dios justiciero que pondrá a su derecha o a su izquierda a todos según lo que merezcan. El hecho de que los buenos vayan a la derecha es mera casualidad, no pensemos en cuestiones políticas.

Puede que no quieran verlo así, porque si lo enfocaran de ese modo se darían cuenta de lo absurdo que es prepararse para tal acontecimiento. De nada les va a servir los botes de tomate y mermelada, de nada los fusiles de asalto (mi hijo flipa con el arsenal que tiene esta gente, a él que le gustan tanto las armas), porque el apocalipsis es el fin de todo, el acabóse, no hay dónde esconderse. Es como Hacienda cuando vas a hacer la declaración de la renta, estás indefenso y no hay posibilidad de huida.  

Como suele pasar, previendo el futuro nos olvidamos del presente, que es lo único tangible que tenemos. Que no se nos vaya la pinza con tantos oscuros augurios, centrémonos en el aquí y el ahora, pues nadie tiene poder suficiente para adivinar el porvenir. Seamos más modestos y realistas y dejémonos de sinsentidos. Bastante tiene nuestro día a día como para añadirle preocupaciones imaginarias.

2 comentarios:

Rafa dijo...

Me quedo con lo que dices en el parrafo final... quedemonos con el presente, con el día a día... todo lo demas son cosas que nos vacian, enfrentan...

saludos.

pilarrubio dijo...

Gracias Rafa, tienes toda la razón. Me alegro que te gustara el post. Un saludo...

 
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