miércoles, 2 de enero de 2013

Decisión


Hay un momento, en Encuentros en la 3ª fase, que me ha parecido siempre crucial, poético incluso: un grupo de personas que se han atrevido a traspasar una zona prohibida para adentrarse en el lugar donde va a suceder algo de suma importancia, el primer contacto con seres de otro mundo, aunque ellos aún no lo saben, y que han sido retenidos por el Ejército con el falso pretexto de que se ha propagado un virus letal. Encerrados en una furgoneta, a la espera de su evacuación, y obligados a llevar una máscara antigas, deciden quitársela y respirar.

“Nos quieren quitar de en medio para que no molestemos”, exclama el protagonista, libre del molesto artilugio que cubría su cara y le impedía hacerse oir. Sólo otras dos personas, de todos los que allí están, secundan su iniciativa, sólo dos le seguirán cuando emprenda la huída, dejándose llevar por su instinto, un pálpito, una intuición, que le dice que algo fuera de lo común va a pasar, aunque no sabe aún muy bien qué.

Y este momento me parece crucial no sólo porque marca un punto de inflexión en la historia que se cuenta, sino también porque, a poco que nos fijemos, nos damos cuenta que sucede lo mismo en la vida real. Cuántas veces nos hemos visto paralizados por normas que otros han establecido, absurdas y falsas, amordazados y casi asfixiados por pesadas imposiciones, por prejuicios, por reglas no escritas que vienen de tiempos pasados y que resultan anacrónicas en el presente. Cuántas veces no nos hemos visto apartados por ello, por disentir, por intentar buscar nuestro propio camino siguiendo un impulso primario, al margen de la opinión ajena.

Yo siempre digo que cuando la mayoría dice que hay que ir hacia una determinada dirección, lo mejor es tomar la dirección contraria, que cuando la mayoría afirma o hace una determinada cosa, lo más acertado suele ser decir y hacer justo la opuesta. Todo ello siempre y cuando aquello que quiere imponérsenos entre en contradicción con nuestra forma de pensar.

No nos dejemos engañar, no tropecemos en las piedras que hayan sido puestas en nuestro camino. La recompensa final será el poder hacer realidad nuestros anhelos, y si nos equivocamos, por lo menos nunca podremos decir que no pusimos todo nuestro empeño, contra viento y marea, para conseguir lo que nos proponíamos. 

No hay excusas, cualquier momento es bueno para quitarse la máscara antigas que nos ahoga y salir del confinamiento. El que quiera ser libre que nos siga, el que quiera responder a su propio instinto como una necesidad vital que empiece a caminar: somos unos cuantos los que hemos tomado esa decisión, la de no dejarnos arrastrar ni aplastar por lo que otros consideran conveniente o correcto. No hay reglas escritas para ello: sólo obra conforme a lo que te diga el corazón. Las posibilidades son infinitas.

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