viernes, 18 de enero de 2013

Para Ángela


He tenido a lo largo de muchos años de trabajo infinidad de compañeras de todas clases, pero sólo unas pocas han llegado a ser mis amigas. En el último sitio en el que estuve conocí a una persona peculiar, distinta a cualquier otra con la que me hubiera cruzado en mi camino, que me aportó mucho a nivel humano.

Ángela fue bailarina de ballet clásico antes de dedicarse a esto de la burocracia, reciclaje radical que tuvo que llevar a cabo cuando por sus años se vio en la obligación de dar por concluida su carrera. Acostumbrada desde muy joven a viajar por su trabajo recorriendo el mundo entero, tiene anécdotas para todos los gustos y recuerdos muy bonitos con los que podría escribir un libro si quisiera.

Ya la 1ª vez que la ví, y sobre todo la oí, con esa risa dinamitera que llega a todos los rincones y que resulta realmente contagiosa, supe que estaba ante un ser diferente. Pero no hay que llevarse a engaño. Ángela tiene también mucho temperamento y lo saca a relucir siempre que cree hallarse ante una injusticia, propia o ajena.

Ella es una mujer de profundas convicciones y tiene las cosas muy claras en su vida. Desde muy temprano supo que nunca querría estar casada, ni tener hijos. Ella no iba a seguir derroteros que fueran convencionales. Alguna que otra convivencia con alguna de sus parejas le llevó a la conclusión de que nada hay como la propia independencia. Y muchas veces se ha visto defraudada cuando el novio de ese momento se ha querido saltar lo acordado previamente, al cabo de un tiempo de relaciones, intentando llevarla a su terreno y que ella claudicara en sus posturas. Ni por todo el amor del mundo, que ha sentido mucho, cambió jamás de parecer. Ella cree que la convivencia destruye a las parejas, y la madurez que se necesita para adquirir la responsabilidad de tener descendencia o la necesidad está ausente en ella.

Pocas personas tienen las cosas tan claras en la vida, y pocos pueden hacer frente a una personalidad tan arrolladora como la suya sin perecer abrasados en ese fuego.

Sólo con echar un vistazo a su mesa de trabajo se sabe que se está ante alguien sin equivalente posible: pequeñas muñecas de la Betty Boop, con la que se identifica y guarda un cierto parecido físico; un llamador de ángeles en forma de corazón plateado del tamaño de un puño; una bola de cristal rojo semejante a las de las videntes que leen el porvenir; alguna brujita; un pequeño Buda; palillos de incienso; post it de colores con forma de corazón… Ante semejante bazar uno no puede dejar de sorprenderse y hace pensar que su dueña es alguien con quien es muy difícil aburrirse.

Recuerdo que un día sacó una caja blanca con tapa transparente, del tamaño de una mano y con muchos compartimentos, llenos de pastillas de todos los tamaños y colores. El botiquín ideal, pensé. Lo que no podía imaginar era que en realidad había servido para guardar anzuelos y cebos.

Otro día sacó un pequeño espejo con luz incorporada. Parecía la versión en miniatura del que pueda haber en el camerino de una artista.

Sus vestidos se le ceñían al cuerpo perfectamente, pues cuida su figura con dietas que lleva a rajatabla, acostumbrada a esa disciplina física por sus tiempos de bailarina, pues tenía estipulado por contrato un determinado peso y si cambiaba podía ser despedida.

Le encantan las cremalleras. Su ropa tiene siempre montones, por todas partes. Le parecen muy sugerentes. Y también las hay en su calzado. Le gustan las transparencias negras, los escotes y los tacones muy altos para compensar su baja estatura. Hay una gran armonía de movimientos en ella, una mezcla de fuerza y feminidad, y mucha seguridad al andar, todo fruto sin duda de su aprendizaje en el escenario, que ha forjado su personalidad.

A Ángela le gusta que la miren, provocar, no pasar desapercibida. Su dicción es perfecta, su nivel de vocabulario muy alto, su capacidad intelectual elevada. Razona todo con una inteligencia instantánea y transparente, y sus motivos están exentos de prejuicios y gazmoñerías.

Ella es extrema: todo aquello que le gusta le provoca un gran placer; lo que le disgusta lo aborrece sobremanera. Odia la rutina, la mendacidad, las miserias y los miserables. Por el contrario, se abre a todo lo que sea sinceridad y humanidad, sensible a los sentimientos ajenos. Cuando la llegas a conocer, ese aire mundano y un poco banal que la envuelve se difumina para dar paso a una persona entrañable, generosa, tierna, muy afectuosa (me hacía gracia cuando la oía decir “mami” al hablar por teléfono), y confiada, con un sentido del humor sarcástico y desternillante, muy aguda observadora y perspicaz para entender y conocer a los demás.

Al principio de tratarnos andaba sumida en la desesperación por tener que desempeñar un trabajo en el que no se tenían en cuenta sus limitaciones físicas. Con problemas en los tendones de las muñecas, se veía obligada a cargar con cajas llenas de expedientes, a pesar de tener hematomas y llevarlas cubiertas con vendas protésicas. Le estuve echando una mano durante un tiempo y su situación cambió de la noche a la mañana.
Después fue ella la que hizo algo por mí, al ponerme en contacto a través de un amigo con la institución en la que trataron a mi hijo. Era como si se hubiera convertido en mi ángel de la guarda. Ella le ha quitado siempre importancia a su intervención, pero sabe que mi gratitud es eterna y que no habrá años suficientes de vida para pagar una deuda como esa.

Polifacética hasta decir basta, el nº de sus talentos es incontable. Sabe francés perfectamente porque de jovencita estuvo viviendo en París. Practica el taewondo como medida de defensa personal y para mantenerse en forma. Colabora con una asociación benéfica en sus ratos libres que da de comer a indigentes. Le gusta bucear en aguas tropicales siempre que puede. Empezó a estudiar Psicología pero tuvo que dejarlo por un problema familiar, que ya parece superado.

Qué podría decir de Ángela, hiperactiva, inclasificable, se sale de todos los cánones establecidos, es imprevisible. Echo de menos cuando, un ratito después de llegar al trabajo me preguntaba: “¿Un cafetín?”, o se lo decía yo a ella, y nos bajábamos a la máquina de café para charlar de nuestras cosas y reirnos de todo un poco. Era una manera muy chispeante de comenzar la jornada.

Ahora que sé que cambió de ocupación casi al mismo tiempo que yo, y que está haciendo algo que le gusta, siento una gran alegría por ella y confío en que todo en la vida le vaya cada vez mejor. Su felicitación de Año Nuevo me ha traído a la memoria todo esto que he contado.

En los e-mails que nos intercambiamos siempre estamos con que a ver cuándo nos llamamos y quedamos para tomar algo y charlar, pero lo vamos demorando. En realidad nos movemos ahora en ámbitos diferentes, cada una con sus ocupaciones, pero sé que nuestros caminos volverán a cruzarse, y espero que pronto.


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