jueves, 31 de enero de 2013

El diablo se viste de Prada (I)


Cuando Miranda llega con su coche a las puertas del Runway, una de las revistas de moda más prestigiosas, se corre la voz entre toda la plantilla y comienza una vertiginosa sucesión de cambios y preparativos, a fin de que todo esté a punto.

Andrea acaba de llegar también poco antes, en busca del empleo de secretaria, pero Emily, la otra secretaria, y Nigel, la mano derecha de Miranda, la miran de arriba abajo, horrorizados por el aspecto que tiene, mientras éste exclama con cara de asco: “¿Alguien ha comido cebolla?”.

Ella observa sorprendida y un poco asustada la repentina y acelerada actividad que se ha despertado a su alrededor: se retocan los maquillajes, se cambian los zapatos por unos más elegantes, y aparecen una botella de agua mineral y un montón de revistas sobre la amplia y reluciente mesa de cristal de Miranda.

Unos tacones rojos descienden de un lujoso coche con chófer. Una chica que iba a subir en el ascensor sale precipitadamente, disculpándose: cuando lo usa ella no puede ir nadie más. Al llegar va enumerando a Emily una interminable lista de tareas pendientes, tanto de trabajo como personales, salpicadas de palabras despectivas respecto a su incompetencia. Su mente es fría, ágil, perfeccionista. Sólo quiere que todo el mundo siga su ritmo, y eso no es fácil.

Su forma de hablar es suave, pausada, muy elegante y educada, pero también está envuelta en una ira gélida. No admite confianzas ni comentarios que no hayan sido pedidos. Sus invectivas a sus subordinados son terriblemente, cruelmente aceradas y sutiles.

Mientras Miranda la entrevista para el trabajo apenas la mira, ocupada en ojear sus revistas. Hace más afirmaciones que preguntas, poco gratas las primeras, muy concisas las segundas. Cuando da por concluida la entrevista al poco de haber comenzado y Andrea ya se va, ésta se da la vuelta, molesta porque no se ha tenido en cuenta su curriculum y sus cualidades, y dice ante una sorprendida Miranda, que se quita las gafas desconcertada e irritada mirándola fijamente: “Bueno, tiene razón, no encajo aquí, no soy flaca, ni tengo glamour, ni entiendo de moda, pero aprendo de prisa y trabajaré duro…”

Las interrumpe Nigel con algún asunto urgente. “Gracias por su tiempo”, dice Andrea antes de marcharse. Cuando está a punto de salir del edificio la llama Emily, que la apremia a regresar con gesto irritado: ha conseguido el trabajo. En una cena con sus amigos todos brindan: “Por los trabajos que pagan el alquiler”.

Al día siguiente, a las 6 y cuarto de la mañana, Emily la llama desde la oficina para que traiga los cafés que Miranda va a tomar a lo largo del día. Andrea corre con los vasos de Starbucks por la calle, pero no llega a tiempo.

Mientras está en la oficina no puede moverse de su mesa. Nigel le trae unos zapatos maravillosos. “No los necesito, me ha contratado, conoce mi aspecto”, le dice ella. “¿Y tú?”, le responde él.

Miranda la llama y enumera su interminable lista de cometidos. Cuando acaba la mira con desdén de arriba abajo, como a un insecto que molesta. No quiere a nadie a su alrededor que no vaya a necesitar.

Cada mañana Miranda tira su abrigo y su bolso sobre la mesa de Andrea. A medio día los jefes de cada departamento se reúnen y presentan sus propuestas para que la jefa elija la que más le guste. Hay mucha tensión, todos esperan que sus ideas sean las escogidas, y a la vez temen su desaprobación.

Durante una de estas reuniones Andrea no puede contener una risita que se le escapa cuando están comparando los tonos azulados de dos cinturones que a ella le parecen del mismo color. Miranda se vuelve hacia ella con una ira fría y calculada y le da un discurso aleccionatorio para ilustrarla sobre la importancia de la moda, haciéndola ver que hasta ese jersey de saldo que lleva ella puesto es fruto de la decisión de creativos, que decidieron desecharlo y relegarlo a tiendas baratas. Después le da la espalda.

Miranda la llama en cualquier momento del día, incluso fuera de las horas de trabajo. Cuando no le consigue un vuelo que supla el que iba a coger, que han cancelado, y no puede acudir a un recital de sus hijas, la reprende sin piedad: “¿Sabes por qué te contraté? Yo siempre elijo el mismo tipo de chicas, guapas, estilosas, delgadas, adoran la revista…, pero a menudo acaban siendo decepcionantes, estúpidas. Pensé que serías diferente y me dije: “Adelante, juégatela, contrata a la gorda y lista”. Pero has terminado por decepcionarme más que las otras chicas tontas”. Andrea intenta defenderse, entre lágrimas, pero Miranda siempre concluye sus diatribas del mismo modo cortante: “Es todo”.

Andrea acude a Nigel para que la ayude. Su consejo es importante para ella. “Déjalo”, le dice él, “encontraría otra chica en 5 minutos, que además deseará este trabajo”. “Sólo estoy diciendo que por lo menos me reconozca cuando lo hago bien”. “Seamos serios Andy”, le contesta él, “no te esfuerzas lo suficiente. Sólo te quejas. Este lugar, por el que muchos morirían por trabajar, tú lo haces sólo para comer. Y todavía te sorprendes por qué no te besa en la frente ni te da una estrella por tus deberes al final del día. Despierta corazón”, le dice con gesto afectuoso y compungido.

Andrea le mira de una cierta manera, implorando su ayuda. Necesita un cambio de imagen. Él entiende enseguida. “No….”, dice, pero al momento siguiente le está eligiendo ropa, calzado y complementos de entre las muestras de que dispone la revista, y de las mejores marcas.

La 1ª vez que Emily y otra chica de las oficinas la ven con su look renovado, justo cuando la estaban criticando y riéndose de ella, se quedan con la boca abierta. A partir de entonces lucirá toda una colección de prendas, zapatos, collares, a la última. En alguna ocasión Miranda se la queda mirando, y entonces asoma una ligera sonrisa en sus labios.

En lo que llaman “una vista previa”, Miranda ve las colecciones antes de los desfiles. Los diseñadores esperan aterrorizados su beneplácito, confiando en que no rechace sus creaciones. Nunca muestra emoción alguna, pero si pone mala cara es suficiente pare echar por tierra el trabajo de meses.

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