jueves, 3 de enero de 2013

Los miserables


Sabía cuando fui a verla que era un musical, pero aún así o precisamente por eso quise verla. Intuía, no sé por qué, que no iba a ser uno cualquiera. Y así fue, Los miserables sobrepasó mis expectativas con creces.

Nunca imaginé que actores cuyo trabajo admiro desde hace años contaran entre sus muchos talentos también con el de la voz. Hugh Jackman en el papel del inolvidable Jean Valjean alcanza cotas de dramatismo y sensibilidad nunca antes vistas a lo largo de su trayectoria profesional. Me sobrecogió su apariencia, al principio de la película, tan deteriorada. Exhausto, extremadamente delgado, Jackman tuvo que hacer un enorme esfuerzo personal para adaptarse a este personaje. Contrasta el aspecto que tiene después, su transformación posterior es brutal.

Hay una melodía en especial, de las muchas que canta, que me pareció bellísima y conmovedora, cuando está velando el sueño del amor de Cosette, su protegida. No cuesta mucho imaginar por qué fue elegido este actor para interpretar el papel. Fueron su bondad natural, su porte, y desde luego su increíble voz, tan bonita, que alcanza registros insospechados. Es maravilloso oírle pasar de las notas más graves a las más altas con tanta facilidad. Está nominado este año muy merecidamente al Oscar al mejor actor.

Russell Crowe resulta portentoso, aunque sea en la piel del malo de la historia. No sabía que tuviera una voz tan grave pues, aunque el doblaje en español es bastante bueno, nos priva de sus verdaderos matices. Quizá en ciertos giros en los tonos más altos se percibía su inexperiencia, pero su potencia vocal es increíble. Es el actor más contundente de cuantos participan en este film, el más talentoso en cuanto a capacidad interpretativa se refiere.

Pero la sensación absoluta fue escuchar a Anne Hathaway. Como actriz nunca me había llamado mucho la atención, siempre en papeles de comedia ligera, salvo alguna excepción. A pesar de poner tanto de su parte, me parecía algo histriónica, pero en esta ocasión me ha sorprendido. Qué voz más dulce, qué notas más altas consigue alcanzar de forma tan natural, cómo ha sabido transmitir el sufrimiento de la adorable y desdichada Fantine.

Hathaway, que aún no ha sido madre, logra encarnar perfectamente y con enorme y crudo realismo el desgarro de una mujer que ve cómo se le escapa la vida sin poder darle a su hija lo que necesita para su subsistencia, arrancada de su lado por las garras de la muerte. Dolorosa, terrible ausencia. Hathaway, al igual que Jackman, también hizo un enorme esfuerzo personal por dar credibilidad a su personaje, tuvo que adelgazar mucho, y preparar su voz. Ha sido una delicia escucharla cantar. Pienso en lo difícil que debe ser hacerlo mientras se está llorando, casi todos los personajes lo hicieron.

Las actrices que interpretan a Cosette son magníficas, tanto la niña, que tiene una voz preciosa, como la joven, una intérprete que no conocía y que posee unos registros dulcísimos. La imagen infantil, que se utilizó para el cartel publicitario de la película, se basa en la ilustración de la portada de la 1ª edición del libro de Víctor Hugo.

El coro de jóvenes intérpretes masculinos, de los que sólo conocía al que encarna al amor de Cosette, aunque nunca le había oído cantar, es verdaderamente impresionante. Cada uno en su estilo, la gama de matices de sus voces descubre a profesionales del bel canto, lo que es de agradecer al ser amateurs los elegidos para los papales protagonistas. La fuerza y la ilusión de la juventud están perfectamente representadas en ellos.

El director del film, Tom Hooper, que ya hizo gala de su enorme inteligencia y sensibilidad con la estupenda El discurso del rey, quiso que las voces se grabaran en directo, en lugar de en un estudio, y que no fueran retocadas después. Todo valor y talento al servicio del cine.

El vestuario fue diseñado por un español, que creo que está nominado al Oscar por su trabajo, por lo que continuamos con nuestra excelente promoción cinematográfica fuera de nuestras fronteras, iniciada el año pasado. Que sepa el mundo entero la calidad de lo que aquí se hace.

Me comentó mi madre lo mucho que le gustaba esta obra a mi abuela Pilar hace años, que la escuchaba en forma de serial radiofónico. En aquel entonces se cautivaba a la audiencia a través de las ondas. Todo ello hace que aumente aún más si cabe mi amor por esta obra.

Al final, fuimos muchos los que nos limpiamos las lágrimas tras el tristísimo, conmovedor y épico desenlace, que arrancó un aplauso de los asistentes, algo que no veía hace mucho en una sala de cine. La pobreza, como la riqueza, es algo intemporal, todos los tiempos han estado aquejados de las mismas cosas, pero a través de los ojos y la pluma de Víctor Hugo se nos traslada al presente con una inusitada crudeza, testigos una vez más de la sempiterna injusticia social. 

Los miserables, seres a los que las circunstancias pusieron en el lugar más bajo del escalafón social, que vinieron a este mundo nada más que a sufrir y que agotaron su vida tras pasar por todo tipo de calamidades. Quién puede decir que no perduran aún.

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