lunes, 21 de enero de 2013

Ronald Reagan


He oído más de una vez, cuando se hace balance de la gestión llevada a cabo por los diferentes presidentes de EE.UU. que a lo largo de la Historia ha habido, que Ronald Reagan gustó especialmente y dejó un recuerdo imborrable en su país. Mientras estuvo en su cargo nunca le presté mucha atención, con aquel tupé pasado de moda y una sonrisa eterna, imagen muy americana, saludando con el brazo levantado siempre en la misma actitud. Pensé en que cualquiera podía ser presidente si en un país como aquel dejaban que un actor de 2ª llegara hasta ese lugar.

Pero estaba equivocada. No eligen por dos veces consecutivas a una misma persona sólo porque caiga simpático o pronuncie buenos discursos. Se ha dicho que América, cuando él llegó a la Casa Blanca, pasaba por horas bajas, pero que Reagan llevaba a su país dentro de sí y lo mostró para que todos volvieran a sentirse patriotas y orgullosos de su nación.

Siempre fue una persona muy idealista. De niño se refugiaba en sus sueños paseando por los parajes de los lugares en los que vivió, sin apenas amigos, al verse obligado a cambiar con frecuencia de residencia por el alcoholismo de su padre, que no conseguía conservar ningún empleo. Una vez se lo encontró inconsciente por la bebida, tirado en medio del porche de su casa. Él era un niño, pero sacó fuerzas de flaqueza para arrastrarlo al interior y así evitarle el frío de la intemperie.

Su madre pertenecía a una doctrina de la iglesia católica que rechazaba acérrimamente el alcohol, a la que Ronald terminó uniéndose también. Siendo muy joven empezó a trabajar en la radio, y más tarde se fue a Hollywood para lograr su sueño de siempre de ser actor. Ya entonces mostró sus condiciones para el liderazgo, al ser portavoz del sindicato del sector, y su conservadurismo, que le llevó a unirse a la caza de brujas del gobierno en su persecución del comunismo. Recibió una amenaza anónima en la que se le decía que si persistía en sus actividades le rociarían la cara con ácido, y así no podría ser nunca más actor. Esto le afectó profundamente, y en lugar de arredrarse se afianzó aún más en sus posiciones.

Por entonces estaba casado con la actriz Jane Wyman, con quien tenía un hijo fruto de su relación y otro adoptado. Ronald pasaba mucho tiempo trabajando, y ella, que había hecho todo lo posible por pasar por la vicaría en su momento, terminó diciéndole que la aburría y que se marchara de casa.

Él, destrozado, estuvo saliendo con muchas mujeres y llevando una vida caótica que no tardó en abandonar, pues le hacía sentirse mal. Hasta que conoció a Nancy Davis, una actriz que había sido acusada por error de actividades comunistas, al llamarse igual que otra intérprete que sí se dedicaba a ello. Acudió a Ronald buscando ayuda, y con el tiempo empezaron a salir.

En ella encontró la felicidad perdida. “Nancy llenó el vacío que había en mí y que durante mucho tiempo me negué a reconocer”. Fue el complemento perfecto para un hombre amable y galante que necesitaba, igual que un niño, que cuidaran de él.

Intentó alistarse durante la 2ª G.M., pero no pudo por su mala vista. En su lugar se dedicó a hacer películas de propaganda bélica, y en su mente se forjó la idea de que estaba en el frente y de que participaba activamente en la lucha, tal era su negativa al rechazo. Su enorme imaginación y su idealismo le ayudaron siempre a luchar contra la adversidad.

Hicieron juntos muchos anuncios publicitarios, por lo que sus rostros fueron muy populares durante mucho tiempo. Me sorprendió saber la edad a la que llegó a la presidencia. No aparentaba tener ya 70 años, parecía más joven. Su felicidad conyugal se reflejaba en todas sus apariciones públicas, y nos ha dejado muchas imágenes llenas de amor.

Sus discursos llegaban al corazón, empleaba palabras sencillas y llenas de significado, y su forma de moverse y hablar era muy agradable, muy humilde, siempre tenía alguna ocurrencia inesperada que hacía reir a todo el mundo, era realmente encantador, y sin pretensiones. Su dicción era muy buena. Su forma de alzar el brazo para saludar antes y después de sus arengas, dando las gracias sin cesar, cabeceando y mirando al suelo como si no mereciera los aplausos que recibía, cautivaba a la audiencia.

Cuando se reunió por 1ª vez con Gorbachov, otro grande de la política y una gran persona, no fue un encuentro fácil y no se obtuvo el resultado deseado, pero fue el germen de una relación sin parangón en la historia de Rusia y EE.UU., en una convicción compartida de reducir al máximo el armamento nuclear. Verles hablar y estar juntos, rodeados de tanta gente pero como si estuvieran solos y fuera la charla informal de dos amigos, era magnífico.

En su 2º mandato empezó a acusar el peso de los años, y fueron muchos los que sacaron el tema de su edad como óbice para seguir gobernando, pero él no tardaba en recuperar su habitual energía y su facilidad de palabra para tirar por tierra cualquier crítica u objeción. Quizá el alzhéimer empezara ya a dar las primeras señales, aunque no se confirmó hasta que terminó su mandato. Pensaban él y su mujer que tendrían un retiro dorado, viajando por el mundo y pasando temporadas en su rancho, alejados del mundanal ruido, pero no pudo ser. La enfermedad le impidió llevar a cabo estos planes, y pasó los siguientes 10 años en el rancho, en medio de la Naturaleza, bajo los cuidados de Nancy, mientras se iba poco a poco apagando.

Tuvo un funeral magnífico, organizado hasta el último detalle por su mujer. El hijo de ambos, alejado de su padre por su condición homosexual, que nunca admitió, le dedicó unas palabras emocionadas. La hija, muy parecida a su madre, permanecía sentada y compungida. Se ha dicho en más de una ocasión que no fue un buen progenitor, demasiado ocupado siempre. Puede que como él tampoco tuvo un buen padre, no existiera para él un ejemplo a seguir y se sintiera incapaz.

Me sorprendió comprobar que ya habían pasado 8 años y medio desde entonces. El tiempo vuela, casi sin darnos cuenta, pero el recuerdo de este hombre, con sus aciertos y sus equivocaciones, permanecerá ya para siempre.


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