martes, 8 de enero de 2013

Entrevista de Jesús Hermida al Rey


Cuánta polémica ha suscitado la minientrevista que le ha hecho Jesús Hermida al Rey hace unos días. Casi habría sido mejor que D. Juan Carlos no hubiera tenido que pasar por ese trance, y que el conocido periodista hubiese vuelto al campo de batalla informativo con cualquier otra cosa.

Las imágenes breves de cuando aún era príncipe, en su discurso ante las Cortes, hace más de tres décadas, en las que se le veía serio y emocionado, me hacían pensar en cuán cruel es la vida, en cómo nos cambia y a dónde nos lleva. Contemplando su actual decrepitud, la hinchazón de su cara por la medicación y el descrédito de su persona tras los últimos acontecimientos, que han empañado una trayectoria vital y profesional que parecía más o menos honorable hasta ahora, me pregunto si envejecer consiste en realidad en perder la propia dignidad, además de la salud.

Hermida, con una corbata muy fea, hacía preguntas más largas que las propias respuestas del Rey, con los circunloquios y la rimbombancia que le son característicos, y que le hacían parecer aún más soberano que el propio monarca. . Es siempre un placer verle en acción. Encorvado sobre su asiento, era como si no consiguiera relajarse y estuviera sentado en el borde a punto de lanzarse sobre su interlocutor.

Sin embargo, su enorme experiencia la proporciona una desenvoltura proverbial. Sin guión escrito, las larguísimas preguntas parecían ser formuladas de memoria, entrenada tras largos años de trabajo. Hermida ha sido uno de los profesionales de la comunicación que más y mejor ha desempeñado su labor

Dicen que esta pequeña entrevista se ha hecho para aumentar los índices de popularidad del Rey, que pasan por horas bajas. La audiencia en su discurso de Navidad, tan escasa, parece que ha llevado a tomar la decisión de hacerle aparecer en televisión con una imagen más favorecedora, beatífica diría yo. Pero D. Juan Carlos ya no es el que era, no reconocí en la persona que respondía a las preguntas del periodista al hombre que fue. Sólo vi a un anciano enfermo, física y mentalmente, que a duras penas mantenía la conversación, y que exhibía un gesto de niño bueno, que es el que se nos queda a casi todo el mundo cuando llegamos a mayor. Y es que con los años volvemos a la infancia.

Esperábamos una entrevista más larga, y si no se ha hecho ha sido para no agotarle, y para no tener que abordar las preguntas que la mayoría de la gente queríamos oir: lo sucedido con su yerno, y la rocambolesca historia de la caza de elefantes. Esto último, affaire amoroso incluído, le ha convertido definitivamente en el hazmerreir de los medios de comunicación. Él siempre ha sido objeto de chanzas por su dicción, imitado por humoristas de todo pelaje. Por alguna razón su figura inspira poco respeto desde hace mucho tiempo, algo que los hechos recientes no han hecho más que reforzar.

Un reportaje y unas entrevistas a personas conocidas con la misma edad que el Rey, que siguieron a la realizada a éste, pretendieron ensalzar el papel del monarca a lo largo de estos años, desde el inicio de la democracia, algo que es indiscutible, pero a costa de defenestrar la figura de Franco. Y aunque una dictadura no es la forma de gobierno más deseable, no es comparable la que nosotros tuvimos con la que hubo y hay en otros países. Tuvo su sentido en aquel momento histórico, y aunque quizá duró demasiado, sentó las bases de lo que ahora somos, nuestra ahora maltrecha democracia no sería lo que es sin aquel paso previo. Fue un trabajo ingente levantar a un país que había pasado por una guerra, pero yo recuerdo mi niñez, los últimos 12 años de aquella época, como una etapa de paz y bienestar.

Me sorprende hasta qué punto funciona aún la censura aquí, cómo se soslayaron los temas candentes. Tan sólo una concesión a la intimidad del Rey al preguntarle por su padre y su hijo, con los que sí se explayó y hasta pareció emocionarse.

En realidad siento lástima por este hombre, porque para seguir viviendo necesita evadirse de la cruda realidad. Me da la impresión de que abordar sus errores y los de algunos miembros de su familia le podría llevar al colapso. Cuando pidió públicamente perdón en la puerta de la habitación del hospital, tras una de sus muchas intervenciones quirúrgicas, acosado por los buitres de la prensa más sensacionalista, nos sorprendió una vez más. El Rey es capaz de cosas que nunca hubiéramos pensado en él, tanto buenas como malas.

Fue un hecho sin precedentes, denostado por unos, alabado por otros. Un Rey debe mantener su dignidad, pase lo que pase, y eso incluye por lo visto no disculparse jamás. Afortunadamente, los tiempos de los faraones pasaron hace mucho a la historia y ya los que tienen “sangre azul” no son considerados hijos de ningún dios, intocables e incuestionables. Sus disculpas estuvieron revestidas de sencillez y contrición, pero ya que hemos sido inusitados confesores de sus pecados, deberemos decirle aquello del propósito de enmienda y cumplir la penitencia. Porque pecadores somos todos, pero no a costa del erario público ni del honor de una institución.

Me gustó cuando dijo, en varias ocasiones, que lo que más huella le había dejado a lo largo de estos años había sido el terrorismo. En el momento que lo vivimos nos hallábamos inmersos en una espiral de violencia que nos atenazaba y nos impedía ser plenamente conscientes del horror, pero visto ahora con la distancia del tiempo me parece increíble que hubiéramos podido vivir así, expuestos a las bombas y la metralla como si estuviéramos en una guerra. Es absolutamente demencial.

También me gustó cuando le preguntó Hermida por la mayor virtud y el peor defecto de los españoles, y contestó a ambas cosas que la pasión. Es completamente cierto.
Jesús Hermida, al que los años han suavizado el gesto y la sonrisa, ya no luce aquel negro tupé que hacía bambolearse en el aire incidiendo en cada palabra que pronunciaba, uno de los muchos tics que le hicieron famoso. En su lugar crecen ahora un montón de canas que ya no se sostienen ni mueven como su pelo de entonces, pero como se suele decir, el que tuvo retuvo, y sigue siendo todo un espectáculo verlo trabajar, con el magnífico esplendor de un veterano. Conserva aún parte de su antigua belleza, pues fue un hombre muy atractivo y bastante vanidoso, siempre ha cuidado su imagen, y le ha gustado suscitar polémicas, no dejar indiferente.

Si algo tienen en común Hermida y el Rey, además de la edad, es que para ambos la vida no ha sido fácil, lo que viene a demostrar que de dichas y desdichas nadie está libre, da igual cuál sea tu condición, y que la pobreza y la riqueza están, ante todo, dentro de uno mismo.

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