No pensaba ir a la playa en el
puente de La Paloma este año, pero Mª José, mi amiga, no tenía planes de
vacaciones hechos y me sugirió que podíamos ir al aparthotel de Benidorm
donde estuve alojada el año pasado por esas mismas fechas. Miguel Ángel, mi hijo,
que volvió inesperadamente del pueblo, en donde pasaba la parte del verano que
le toca estar con su padre, se apuntó en el último momento.
Y así fue cómo nos vimos los 3
embarcados en un viaje que no estaba previsto, pero que nos dio la oportunidad de
volver a la playa a los que ya habíamos estado, mi hijo y yo, lugar éste del
que no me resigno a despedirme en julio, cuando acaba mi permiso en el trabajo,
pues mientras dura el verano el mar me sigue llamando, y el tener que estar lejos de él es como si me estuviera perdiendo algo. A mi amiga le supuso conocer una parte de Benidorm que desconocía, pues lo
había visitado en 3 ocasiones anteriormente, cuando tenía 15 años con su
familia, y 2 veces estando casada, pero había frecuentado el
centro, que es lo que todo el mundo ve en televisión.
A Miguel Ángel no le hizo mucha
gracia el aparthotel, porque está acostumbrado a los apartamentos grandes y
bien dispuestos en los que solemos alojarnos cuando vamos con el resto de la
familia. Para mí está bien porque, aunque es un sitio sencillo, se ve limpieza y está muy bien situado, junto a la playa. Desde la terraza ves el mar,
y para unos pocos días tampoco hace falta más.
Lo único malo para él fue que al principio no captaba la señal de wi-fi y esto le
contrarió mucho, hasta hacerle casi entrar en trance. Luego descubrió que si colocaba
la Play en la terraza sí la cogía, pero como pasa con todo lo que parece
imposible, cuando se consigue se pierde el interés, y casi no lo usó el resto
del tiempo.
Desde nuestra habitación se
veia el mar. Las buganvillas trepaban por la fachada, a un lado de la ventana.
El alojamiento era sencillo y acogedor.
A Mª José no le gusta especialmente
la playa. Le relajaba dar largos paseos por la orilla, en los que sólo la acompañé
una vez, porque no puedo caminar durante mucho tiempo por sitios con desnivel.
A mí, como siempre, lo que me gusta es nadar. Hubo unos días de oleaje y este
año, por 1ª vez, al izar la bandera roja surgió una multitud de vigilantes que, haciendo sonar sus
silbatos, prohibían el baño. Hasta que no había salido el último de los
bañistas no dejaban de dar silbatazos, pero sólo en una parte de la playa, en
la que yo estaba precisamente. Le pregunté a uno de ellos por qué allí no se
podía y más allá sí. “No sabría decirle, yo sólo cumplo órdenes. Vaya más allá
si quiere bañarse”, me dijo.
Y allá que fui. Enseguida supe
por qué se podía: curiosamente, en esa parte no había apenas resaca, pero sí en
la otra, en la que ya me había estado bañando a 1ª hora antes de que no lo permitieran. La
configuración de la playa es el motivo. En donde yo estaba terminaba la cala
y allí las corrientes se concentraban más al hacer un recodo.
Mi amiga quiso comer todos los
días fuera, y en uno de los sitios a los que fuimos, el comedor del hotel
Palmeral, que tiene buffet libre,
descubrí sentado a una mesa a un señor conocido de mi familia al que
hacía muchos años no veía. Había envejecido mucho, y tras la comida se tomó una
pastilla y vació un sobre de medicamento en un vaso de agua, pero les hacía
bromas a las camareras que, como ya lo conocían, se reían mucho. Me gustó verle
tan bien, pero me entristeció comprobar los estragos que el paso del tiempo terminan
haciendo en nosotros.
Una tarde llegó Pati, la hija de
mi amiga, con su novio, que estaban pasando parte de sus vacaciones en Jávea
con los padres de él. Después de hacerse 50 kilómetros a todo gas el coche se
les había parado momentáneamente, y mientras esperaban a que se enfriase
el motor, nos tomamos un refresco en Masai, una
terraza con aires africanos que está cerca de nuestro aparthotel. A Pati no la
veía desde pequeña, y comprobé lo mucho que se parece a su madre. Con Pedro, su
otro hijo, estuvimos hace poco un día que se nos unió en una de nuestras
salidas. Si algo enturbia la paz de mi amiga es el futuro de ellos, en
paro los dos. El hijo además ha roto hace poco con su novia después de
varios años de relación, un motivo más de
preocupación.
Luego mi amiga se marchó con
ellos al centro, ya de nuevo el coche en funcionamiento, para que su hija pudiera hacer algunas compras, y Miguel Ángel
y yo aprovechamos para dar un paseo. Nos fuimos al rompeolas y por la calle que rodea la
montaña, por encima de nuestro aparthotel, que siempre ha tenido unas vistas
estupendas. Miguel Ángel hizo todas las fotos que le pedí, preciosas todas, y se mostró
placentero y relajado, recreándose en todos estos lugares que conoce desde que
nació.
Otro día nos fuimos al rompeolas con Mª José
y después al mirador del hotel Bali, que no visitaba hacía años. Desde allí
Miguel Ángel tomó unas fotos fantásticas. Las vistas son increíbles. Mª José se quedó
admirada de la buena cámara que tiene su móvil, aunque también él tiene su talento para esto de la fotografía, igual que su hermana. Mi amiga tiene ahora en su móvil
algunas de aquellas instantáneas. Hay gente que aprovecha la altura de este mirador (45 pisos) para tirarse en parapente o dar saltos base.
Luego nos tomamos un refresco en las terrazas que
hay junto a las piscinas, y nos estuvimos riendo con las ocurrencias de
un numeroso grupo de ingleses que estaban sentados cerca de nosotros, muy
rubios y rojos, bebiendo de todo a esas horas de la tarde, haciendo el ganso
sin parar, y provocando una risa aguda y contagiosa a una chica, inglesa también, que se sentaba
con unos amigos próxima a ellos.
Una noche la dedicamos al cine al
aire libre. La película no era muy allá, pero es que la cartelera de este
verano no hay por donde cogerla. Lo que molaba era comerse unos bocadillos
mirando las estrellas, unas patatas fritas y luego unos helados en el descanso a mitad de película. Mª José me contó que cuando
veraneaba con su familia en Peñíscola solía ir a un cine al aire libre que
ponían en la playa. Me encantaría probar algo así.
Al centro fuimos dos veces, la
última el día que nos marchábamos, mientras hacíamos tiempo para ir a Alicante
a coger el tren. Estuvimos en el puerto y en el Castillo, que ella recordaba bien,
visita obligada para todos los que pasan por Benidorm. Tuvimos que arrastrar a Miguel Ángel cuando nos quisimos marchar, tal era el placer que le provocaba estar allí sentado fumando y contemplando las vistas, que recordaba de su niñez.
La noche que dedicamos
al mercadillo de la Cala de Finestrat, que me defraudó porque ya no es lo que recordaba yo de hace
años, la podíamos haber empleado en ir a ver el ambiente nocturno del centro.
Me hubiera gustado que mi amiga viera a las go-gos bailando en las
terrazas de la playa. Ella se acordaba de esa zona de Benidorm de cuando vino
por 1ª vez con su familia, las orquestas que había por las tardes.
Mª José estuvo tirando un poco de la lengua al taxista que nos llevó a la estación. Dijo que Benidorm
ya no es lo que era, que ahora se mantiene gracias al turismo inglés. Cierto es que son ruidosos, pero se toman sus cervezas y no suelen
molestar a nadie. A partir de octubre es la 3ª edad la que llena Benidorm, aunque el trasiego de ingleses continúa. Los
sitios se ponen de moda y luego dejan de ponerse, la marcha se traslada a otros
lugares. Los 80 fueron años dorados para la zona, pero ahora se nota mucho la crisis. Sólo para los británicos, como no tienen euro, sigue siendo barato
veranear aquí.
Tenía mis dudas sobre cómo
saldría todo en esta escapada, pues Mª José conoce a mis hijos desde pequeños, pero lo de
convivir juntos varios días no lo habíamos hecho nunca. Todo fue muy bien. Nos
metíamos en la cocina ella y yo a hacer desayunos y cenas, y nos pusimos de
acuerdo para el resto de las cosas que fueron surgiendo. Mª José le tomó mucho
afecto a Miguel Ángel en esos días, y él cuando se siente a gusto y bien
tratado es como un gato de angora, o como un peluche.
Fue un último intento de apurar las vacaciones, lo
suficiente para tomar de nuevo contacto con el mar y tener un poco de relax , arañando días a
este verano que ya se nos acaba.
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