Robin, querido Robin. Nos has
dejado de forma inesperada, cuando aún esperábamos tantas cosas de ti. ¿Somos
quizá egoístas? Queremos exprimir tu jugo hasta la última gota para nuestra
satisfacción personal, sin tener en cuenta qué hay detrás de tanto humor y
tanta vida.
No es la 1ª vez que se dice que
aquel que más hace reir suele ser también el más desgraciado. Detrás del payaso
risueño está el payaso triste. La risa a veces es una máscara que uno se pone para
disfrazar esa realidad que nos acongoja, que nos da miedo, cuando lo único que
queremos es llorar. Pero tú Robin, nombre de héroe de cuento el tuyo, fuiste
más allá. Supiste captar como nadie las grandezas y miserias del alma humana, perspicaz observador como eras, y
nos las ofreciste en bandeja, como un plato suculento con el que poder disfrutar.
Contigo las cosas malas parecían no serlo tanto, le quitabas importancia a lo
grave. Tú, que pasabas por la vida a ojos de todo el mundo como si flotaras
por encima de los asuntos menos agradables, en realidad estabas atrapado en esa misma
ciénaga que querías eludir.
Y sin embargo, Robin, fuiste un
arduo guerrero. Trabajaste como nadie para lograr todo lo que te propusiste, y
saliste victorioso. Qué sagacidad la tuya para elegir los papeles que
interpretaste, los mejores, los que muchos hubieran matado por conseguir.
Buenos argumentos, buenos compañeros de reparto, y tu forma de actuar, tan
particular, tan distinta a cualquier otra. Cómo supiste llegar a lo más
profundo del alma de los espectadores, tocar su fibra sensible y después lucir
espectacular, como la estrella más brillante del firmamento cinematográfico.
Solemos decepcionarnos cuando
descubrimos detalles de la vida de una figura pública que no se corresponden
con la imagen que da. Ahora salen a relucir tus escarceos extramatrimoniales en
tu juventud, tus adicciones de las que ya habías hablado públicamente en su
momento, y basuras parecidas con las que se suele intentar desprestigiar al que
ya no se puede defender. He leído que tu familia está siendo acosada por los
medios de comunicación y las redes sociales, a pesar de que han pedido
discreción y consideración en este trance en el que los has metido. Por qué será Robin que los suicidas no pensáis en nadie más que en vosotros mismos en la hora de la verdad. ¿Tanta es
la desesperación? ¿Tanta la angustia? Salvo el culo y los demás que apechuguen.
Cierto es que has pasado tu vida
entregado a los demás, empeñado en hacernos pasar un rato divertido y de paso
enseñarnos alguna cosa sobre este mundo en el que nos ha tocado coexistir contigo, para nuestra dicha.
Inteligente, sensible, vivaz, un genio delicioso que era de los mejores en lo
suyo. Ya te cansaste de tanta filantropía y miraste en tu interior: por una vez
lo más importante fuiste tú mismo. Pero no era la 1ª vez que lo hacías. Tantas
otras veces te detuviste a mirar dentro de ti y sólo encontraste zozobra. Por
eso te refugiaste, como otros muchos han hecho antes, en todo aquello que te
daba una ficticia sensación de seguridad y evasión. Drogas y alcohol son la
combinación habitual de las figuras del espectáculo, que no pueden con tanta
fama y tanta responsabilidad con cada trabajo que hacen, sintiendo que cada vez
se espera más de ellos y no van a poder estar a la altura de las expectativas que despiertan.
Tenías miedo, Robin, de defraudar
a los que te querían, de la llegada de la vejez que en tu caso fue un tanto
prematura por lo poco que te cuidaste, etapa de la vida en la que tantos
artistas de Hollywood ven finalizadas sus carreras porque ya nadie les
contrata. Así paga la industria del cine a aquellos que tanto la han beneficiado. Tu serie acababa de ser cancelada, aunque tenías películas pendientes
de rodar, pero tu visita al médico había dado como resultado un diagnóstico
aterrador: el Parkinson. Y entonces decidiste huir. Hay fotos tuyas el día
anterior a tu muerte en las que se te ve junto a tu esposa visitando una
galería de arte cerca de tu casa. Vestido de negro de los pies a la cabeza, los
titulares decían que apareciste “muy delgado y frágil, pero con buen humor”.
Eras la sombra de ti mismo, en tu cabeza ya se había trazado el plan que
acabaría con tu vida. Estabas muerto de miedo, ese miedo que tantas veces
habías representado con algunos de tus personajes era real, no fingías cuando
lo interpretabas, sabías perfectamente cómo se siente cuando te invade y no lo
puedes controlar.
Y perdiste la cabeza, suicidio
por ahorcamiento, en tu casa y con tu propio cinturón. Antes te habías hecho unos cortes en una muñeca intentando abrirte las venas. Qué calvario debiste pasar. Quién ha dicho que es fácil morir. Ayer veía una de las pocas
películas tuyas que aún desconocía, Ilusiones de un mentiroso, cuya
acción transcurre en el barrio judío alemán durante la 2ª G.M. Macabramente, y
por extrañas coincidencias, no paraban de salir ahorcados y alusiones a gente
que se suicidaba de esta forma usando un cinturón. No sabía de qué iba la película cuando la empecé a ver,
pero me pareció una horrenda casualidad. Quizá se quedó en tu memoria esta
experiencia y luego la utilizaste para ti mismo cuando llegó la ocasión. Tu
personaje lucía el humor sutil y entrañable de siempre, haciendo que el film
resultase bonito, como era habitual en ti, pero aquellos detalles no pudieron
pasarte por alto, ni a nosotros. Nunca hiciste ascos a papeles en los que se
contaban aspectos crudos de la vida, no hiciste sólo comedias de entretenimiento,
pero sabías dar el toque justo, perfecto, para que no se cargaran demasiado
las tintas.
Tampoco tuviste pelos en la
lengua a la hora de denunciar aspectos de la realidad social que clamaban al
cielo. Con tu ironía, tu sarcasmo, tu gamberra desfachatez, tu humor picante, tu desinhibición
que tanto he admirado siempre, esa gestualidad y ese lenguaje corporal tuyos que eran el remate a tanta hilaridad, podías decir lo que querías y a buen seguro que
hasta los aludidos no podían dejar de reir. Afortunado tú que pudiste
realizarte con tu trabajo, que fuiste tan feliz desempeñándolo, que obtuviste
reconocimientos de todas clases y el cariño del planeta entero, que ahora te
lloramos porque nos has dejado solos. Esperábamos aún muchas más cosas de ti,
fuente inagotable de humor inteligente y de ternura. En un mundo como este que nos
cerca con su iniquidad, tú eras nuestra tabla de salvación. Pero a ti ¿quién te
salvaba?
Decidiste ser tú quien eligiera
cómo y cuándo morir, no querías esperar a lo que te deparara el destino. Ya no
podías disfrutar con las cosas buenas de la vida, y hasta en la actuación se te
notaba como ajeno a tus papeles, incapaz como antes de meterte en situación, de
ser creíble, de pasarlo bien y hacérnoslo pasar bien a los demás. No podías
remediarlo. Tanta inteligencia y sensibilidad son magníficos por un lado, pero
por otro lado son armas que se pueden volver contra uno mismo. No siente lo mismo
el que de nada se percata y al que todo le es indiferente que al que le pasa
todo lo contrario.
Querido Robin, no empañarán estos
últimos acontecimientos el fruto de tu trabajo y tus esfuerzos. Seguirás
siempre en el mismo lugar en el que has estado, en nuestro corazón y nuestra
mente, en nuestras emociones e ilusiones. Eras, eres,
como un niño grande. Aún estás con nosotros.
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