martes, 19 de agosto de 2014

Carta a Robin Williams

 
Robin, querido Robin. Nos has dejado de forma inesperada, cuando aún esperábamos tantas cosas de ti. ¿Somos quizá egoístas? Queremos exprimir tu jugo hasta la última gota para nuestra satisfacción personal, sin tener en cuenta qué hay detrás de tanto humor y tanta vida.
No es la 1ª vez que se dice que aquel que más hace reir suele ser también el más desgraciado. Detrás del payaso risueño está el payaso triste. La risa a veces es una máscara que uno se pone para disfrazar esa realidad que nos acongoja, que nos da miedo, cuando lo único que queremos es llorar. Pero tú Robin, nombre de héroe de cuento el tuyo, fuiste más allá. Supiste captar como nadie las grandezas y miserias del alma humana, perspicaz observador como eras, y nos las ofreciste en bandeja, como un plato suculento con el que poder disfrutar. Contigo las cosas malas parecían no serlo tanto, le quitabas importancia a lo grave. Tú, que pasabas por la vida a ojos de todo el mundo como si flotaras por encima de los asuntos menos agradables, en realidad estabas atrapado en esa misma ciénaga que querías eludir.
Y sin embargo, Robin, fuiste un arduo guerrero. Trabajaste como nadie para lograr todo lo que te propusiste, y saliste victorioso. Qué sagacidad la tuya para elegir los papeles que interpretaste, los mejores, los que muchos hubieran matado por conseguir. Buenos argumentos, buenos compañeros de reparto, y tu forma de actuar, tan particular, tan distinta a cualquier otra. Cómo supiste llegar a lo más profundo del alma de los espectadores, tocar su fibra sensible y después lucir espectacular, como la estrella más brillante del firmamento cinematográfico.
Solemos decepcionarnos cuando descubrimos detalles de la vida de una figura pública que no se corresponden con la imagen que da. Ahora salen a relucir tus escarceos extramatrimoniales en tu juventud, tus adicciones de las que ya habías hablado públicamente en su momento, y basuras parecidas con las que se suele intentar desprestigiar al que ya no se puede defender. He leído que tu familia está siendo acosada por los medios de comunicación y las redes sociales, a pesar de que han pedido discreción y consideración en este trance en el que los has metido. Por qué será Robin que los suicidas no pensáis en nadie más que en vosotros mismos en la hora de la verdad. ¿Tanta es la desesperación? ¿Tanta la angustia? Salvo el culo y los demás que apechuguen.
Cierto es que has pasado tu vida entregado a los demás, empeñado en hacernos pasar un rato divertido y de paso enseñarnos alguna cosa sobre este mundo en el que nos ha tocado coexistir contigo, para nuestra dicha. Inteligente, sensible, vivaz, un genio delicioso que era de los mejores en lo suyo. Ya te cansaste de tanta filantropía y miraste en tu interior: por una vez lo más importante fuiste tú mismo. Pero no era la 1ª vez que lo hacías. Tantas otras veces te detuviste a mirar dentro de ti y sólo encontraste zozobra. Por eso te refugiaste, como otros muchos han hecho antes, en todo aquello que te daba una ficticia sensación de seguridad y evasión. Drogas y alcohol son la combinación habitual de las figuras del espectáculo, que no pueden con tanta fama y tanta responsabilidad con cada trabajo que hacen, sintiendo que cada vez se espera más de ellos y no van a poder estar a la altura de las expectativas que despiertan.
Tenías miedo, Robin, de defraudar a los que te querían, de la llegada de la vejez que en tu caso fue un tanto prematura por lo poco que te cuidaste, etapa de la vida en la que tantos artistas de Hollywood ven finalizadas sus carreras porque ya nadie les contrata. Así paga la industria del cine a aquellos que tanto la han beneficiado. Tu serie acababa de ser cancelada, aunque tenías películas pendientes de rodar, pero tu visita al médico había dado como resultado un diagnóstico aterrador: el Parkinson. Y entonces decidiste huir. Hay fotos tuyas el día anterior a tu muerte en las que se te ve junto a tu esposa visitando una galería de arte cerca de tu casa. Vestido de negro de los pies a la cabeza, los titulares decían que apareciste “muy delgado y frágil, pero con buen humor”. Eras la sombra de ti mismo, en tu cabeza ya se había trazado el plan que acabaría con tu vida. Estabas muerto de miedo, ese miedo que tantas veces habías representado con algunos de tus personajes era real, no fingías cuando lo interpretabas, sabías perfectamente cómo se siente cuando te invade y no lo puedes controlar.
Y perdiste la cabeza, suicidio por ahorcamiento, en tu casa y con tu propio cinturón. Antes te habías hecho unos cortes en una muñeca intentando abrirte las venas. Qué calvario debiste pasar. Quién ha dicho que es fácil morir. Ayer veía una de las pocas películas tuyas que aún desconocía, Ilusiones de un mentiroso, cuya acción transcurre en el barrio judío alemán durante la 2ª G.M. Macabramente, y por extrañas coincidencias, no paraban de salir ahorcados y alusiones a gente que se suicidaba de esta forma usando un cinturón. No sabía de qué iba la película cuando la empecé a ver, pero me pareció una horrenda casualidad. Quizá se quedó en tu memoria esta experiencia y luego la utilizaste para ti mismo cuando llegó la ocasión. Tu personaje lucía el humor sutil y entrañable de siempre, haciendo que el film resultase bonito, como era habitual en ti, pero aquellos detalles no pudieron pasarte por alto, ni a nosotros. Nunca hiciste ascos a papeles en los que se contaban aspectos crudos de la vida, no hiciste sólo comedias de entretenimiento, pero sabías dar el toque justo, perfecto, para que no se cargaran demasiado las tintas.
Tampoco tuviste pelos en la lengua a la hora de denunciar aspectos de la realidad social que clamaban al cielo. Con tu ironía, tu sarcasmo, tu gamberra desfachatez, tu humor picante, tu desinhibición que tanto he admirado siempre, esa gestualidad y ese lenguaje corporal tuyos que eran el remate a tanta hilaridad, podías decir lo que querías y a buen seguro que hasta los aludidos no podían dejar de reir. Afortunado tú que pudiste realizarte con tu trabajo, que fuiste tan feliz desempeñándolo, que obtuviste reconocimientos de todas clases y el cariño del planeta entero, que ahora te lloramos porque nos has dejado solos. Esperábamos aún muchas más cosas de ti, fuente inagotable de humor inteligente y de ternura. En un mundo como este que nos cerca con su iniquidad, tú eras nuestra tabla de salvación. Pero a ti ¿quién te salvaba?
Decidiste ser tú quien eligiera cómo y cuándo morir, no querías esperar a lo que te deparara el destino. Ya no podías disfrutar con las cosas buenas de la vida, y hasta en la actuación se te notaba como ajeno a tus papeles, incapaz como antes de meterte en situación, de ser creíble, de pasarlo bien y hacérnoslo pasar bien a los demás. No podías remediarlo. Tanta inteligencia y sensibilidad son magníficos por un lado, pero por otro lado son armas que se pueden volver contra uno mismo. No siente lo mismo el que de nada se percata y al que todo le es indiferente que al que le pasa todo lo contrario.
Querido Robin, no empañarán estos últimos acontecimientos el fruto de tu trabajo y tus esfuerzos. Seguirás siempre en el mismo lugar en el que has estado, en nuestro corazón y nuestra mente, en nuestras emociones e ilusiones. Eras, eres, como un niño grande. Aún estás con nosotros. 


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