lunes, 25 de agosto de 2014

Betty White

 
Cuando vi a Betty White entrevistada en Inside The Actors Studio pasé uno de los ratos más memorables de mi vida. Llegó en medio de los aplausos de los asistentes, tan frágil y menuda por los muchos años que ya tiene, con su naturalidad de siempre y su simpatía. Hasta el presentador, que normalmente luce poco expresivo, no paró de reírse durante todo el tiempo que estuvo con ella.
Empezó haciendo un repaso a su vida, como es habitual en el programa. Aparecieron fotos de cuando era muy joven, en los programas que hizo para televisión. No era muy distinta de como es ahora, no ha perdido ni un ápice de su frescura. En uno de los concursos que presentó por aquel entonces conoció al que sería su marido, que era el presentador hasta ese momento. Dijo, nada más verla, que tenía que ser su mujer. Betty ya había estado casada dos veces anteriormente y de forma breve, pero aquel matrimonio sería el definitivo.
Durante la entrevista le hicieron dar unos pasos de baile, pues en Inside les gusta que los invitados hagan algún alarde, una demostración de alguna de sus facetas. Betty, entre coqueta y sexy, improvisó una melodía contoneándose y haciendo gestos insinuantes con su ropa, mientras cantaba una canción picante. La ovación fue tremenda, y ella le quitaba importancia riéndose y haciendo aspavientos con las manos.
De una de sus series se hizo hincapié en que su papel era el de una señora aparentemente inocentona que, sin embargo, hacía comentarios muy subidos de tono. Betty respondió con otra ocurrencia en la misma línea. Sorprenden sus reflejos, su rapidez mental en las respuestas, la forma como improvisa. Es imprevisible, divertida, hilarante. Parece que su humor sale de ella sin premeditación alguna, como si formara parte de su persona, algo con lo que ha nacido y va derrochando aquí y allá sin apenas proponérselo. En internet he leído una declaración suya en la que afirmaba que cuando hacía algún gag tenía que ser lo bastante divertido como para justificar lo subido de tono de lo que tratara, sino se convertía en algo que podía parecer sucio. Le gusta traspasar los límites dentro de un límite. Lo que demuestra que con sutileza y educación se puede decir casi todo.
Recordar la muerte de su marido o la de sus compañeras en aquella maravillosa e inolvidable serie Las chicas de oro casi hizo que se le saltaran las lágrimas, pero salvó la incomodidad de la situación con un chiste dirigido al presentador, al que preguntó de dónde sacaba tantas tarjetas, y si se las hacía él mismo, como si fuera un niño pequeño y estuviera jugando con ellas. Él las utiliza para seguir el guión.
Cuando le preguntaron por su falta de interés por las redes sociales, contestó que ella cuando era joven no necesitaba pasar toda una tarde hojeando la guía telefónica, directamente iba a ver a sus amigos. En cuanto a la necesidad de encontrar a antiguas amistades, declaró que en su caso, dada su edad, haría falta más bien una ouija.
Betty no conoce el aburrimiento, todo le interesa, de todo se puede sacar partido, cree que algo hay en cada cosa o cada persona de la que se puede aprender, que la mente debe permanecer siempre abierta . Su curiosidad y su interés no tienen límites.
El presentador sacó a relucir su amor por los animales, hasta el punto de que Betty de joven quiso ser dueña de un zoo. Esta pasión permanece intacta.
Quizá el no haber tenido hijos le ha permitido desarrollar una de las carreras más largas y fructíferas del mundo del espectáculo estadounidense. Cuando tuvo que decidir entre criar un bebé o dedicarse a su profesión tomó su decisión, porque ambas cosas a la vez no le parecían posibles, siempre una saldría en detrimento de la otra. Entregada por completo a su trabajo, tiene fama de ser muy puntual y de aprenderse su papel con pelos y señales. A pesar de su edad es capaz de resistir las jornadas de rodaje por largas que éstas puedan ser, y goza cada minuto de su vida intensamente, apreciando lo que le ha sido dado y agradecida por ello. Y no es que su existencia haya carecido de pesares, pero se ha sabido tomar las cosas como han venido, apechugar con lo que tocara, tirar para adelante y seguir viviendo, procurando ser optimista y sabiendo apreciar lo bueno que hay en todo. La suya es una sabiduría enorme de la que ha debido ser poseedora toda su vida. Son de esas personas que tienen como lema vive y deja vivir, y carece por completo de prejucios.
El humor de Betty White es inclasificable. Ella juega con el contraste entre su aire ingenuo y la contundencia de lo que expresa. Cuando suelta alguna de sus perlas, luego se le queda una expresión en la cara como si no entendiera nada, como si aquello superara el límite de su entendimiento, aparentemente corto. Y ese gesto de niña abandonada a las absurdeces de este mundo se queda colgado de su rostro de manera prolongada, mientras su último disparate va haciendo mella en las mentes de los espectadores hasta que estallan en una explosión incontrolada de carcajadas. Porque con Betty no puedes parar de reir, activa algún resorte interno que pone en funcionamiento nuestra hilaridad como pocas cosas lo hacen. Un show con ella es una experiencia irrepetible, una terapia, te limpia por dentro de preocupaciones y penas, y te agota con tanta risa hasta casi dejarte sin fuerzas para nada más.
Todos sabemos que su inocencia es sólo un elemento con el que juega para conseguir sus propósitos. Betty en realidad es muy sagaz, muy inteligente y observadora, se da cuenta de todo, conoce a las personas en pocos minutos, y es capaz de ganarse la confianza y el cariño de quien sea en poco tiempo. Su calidez, su ternura y su bondad son extremas, y todo este conjunto hace que sea una de las pocas figuras públicas que hay actualmente que merezcan el amor y el respeto de todo el mundo por igual. Quién pudiera tener a alguien así cerca, sería como un bálsamo, una preciada joya que atesorar celosamente. Incombustible Betty.
 


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