Es la dichosa nostalgia la que nos
hace rebuscar, en algún rincón perdido de nuestra memoria, lugares y hechos que desaparecieron de nuestras
vidas sin dejar más rastro que la tenue huella, en el corazón y la mente, de una
calida impresión, algo único que ya no existe en nuestro presente, a pesar de haber sido tan importantes en su momento. Es el cúmulo de una serie
de vivencias que poblaron nuestra niñez con paisajes que ahora han cambiado, acontecimientos que conformaron nuestro carácter, y
personas, algunas de las cuales ya no están y otras que continúan pero ya de otra manera.
Y cómo todo se transforma. No tuve más
que echarle un vistazo a la Torrevieja de hoy en día en internet para comprobar
que poco o nada tiene que ver con la de antaño, cuando sólo era un pueblo
grande de viviendas bajas y apenas tráfico. La calle del Huerto, donde alquilamos
dos casas diferentes a lo largo de los años que pasamos allí nuestras
vacaciones, es ahora un lugar erizado de pisos de varias alturas y llena de
coches aparcados que la hacen irreconocible. Lejos queda esa imagen en mi
retina de una calle en la que la vista se perdía ampliamente en el cielo,
y en la que apenas ningún coche aparcaba, dejando despejada la zona para los pocos
viandantes que la transitaban y para quienes la habitábamos.
La gente, nosotros incluídos,
sacábamos unas sillas al caer la noche, a la puerta de casa, a tomar algo de
aire, como se hace en los pueblos. Se respiraba mucha tranquilidad. Ahora sería
difícil, por no decir imposible, perpetuar esa costumbre.
También me ha sido imposible
reconocer el puerto ni localizar la feria que al lado ponían, ni el parque
cercano, ni la zona donde ahora instalan el mercado al aire libre. A la Iglesia
tampoco le pongo la imagen que en las fotos aparece, ni al parque frente al que
se erigía: en mi memoria, después de tantos años, permanece una visión
distinta, más bonita. Quizá sea que todo se embellece en el recuerdo, o sólo que los cambios han quitado belleza a lo que había. No identifico la playa a donde solíamos ir, tal es la
cantidad de edificios que han construído en 1ª línea. Tampoco las salinas, con
aquellas montañas blancas y los raíles medio cubiertos por la sal por donde iban los pequeños vagones que la transportaban.
Es increíble la nitidez con la
que recuerdo, pese a la corta edad que tenía entonces, cada lugar que visitamos
y la mayoría de las cosas que hacíamos. Tengo un lapsus en cuanto a la forma de
llegar a los sitios pero, salvo por los recorridos intermedios, lo demás quedó
grabado en mi memoria infantil como sólo sucede en esa etapa de la vida en la
que somos como esponjas. Y es curioso también cómo esos recuerdos tienen un cualidad y un valor especial al haber sido captados a través de los ojos de la niña que fui,
cuando aún veía el mundo con una inocencia y una capacidad de asombro que
luego con los años desaparecen irremediablemente.
Pero lo más curioso de todo es
que conserve y sea capaz de recrear esa misma visión y las mismas emociones que tenía entonces,
frescas como si no hubieran pasado los años, siendo como soy ahora, una mujer
adulta. Poder sentir aquellas mismas cosas me
produce una sensación extraña, pero muy agradable. A veces, en circunstancias o
épocas difíciles, poder remontarse a aquellos lugares remotos en el espacio y tiempo en los que tuvimos nuestras primeras experiencias del mundo, supone una inagotable fuente de bienestar.
Terminaré visitando Torrevieja
alguna vez, no tanto para comprobar los inevitables cambios producidos en
aquellos lugares inolvidables para mí, como precisamente por volverlos a
recorrer, guiada por esa nostalgia que siempre me ha acompañado, incluso cuando
casi no tenía pasado por mis pocos años. Convertir en objetos tangibles
aquellas imágenes de antaño, volver a tocar, a oler, a mirar, sería una forma de darles una nueva dimensión, de afianzar aún más si cabe su impresión en mi mente. Aunque lo más probable es que me decepcione al no poder identificar aquellos rincones con lo que yo recordaba, tan cambiado estará todo. Y es que nada en esta vida dura para siempre, sólo los recuerdos, y la nostalgia que los alimenta.
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