Después de haber hablado largo y
tendido sobre el último de sus programas, Planeta Calleja, Jesús Calleja se
ha convertido para mí, a fuerza de observarlo, en un raro objeto de estudio.
Dice ser ferviente admirador de Félix Rodríguez de la Fuente, entre otros, y
que su afán por conocer y por estar en comunión con la Naturaleza ha sido su
inspiración. Él, que es prácticamente de mi quinta (tiene un año más que yo) ha
crecido con personajes que forman parte de la memoria colectiva por muchos motivos, héroes auténticos, gente que tenía cosas que aportar, no como los de
ahora, que son ídolos con pies de barro.
Otro personaje al que admira es Amundsen,
pues su padre le leía de niño historias de los exploradores de los Polos, algo
que tiene en común conmigo, pues mis padres compraron un gran libro de relatos
de este tipo que yo hojeaba de vez en cuando, asomándome con mucho respeto a aquellas
hazañas en lugares tan inhóspitos, y en cuyas ilustraciones recreaba mi vista.
Hace poco leí una carta que le escribió el explorador Scott a su esposa sabiendo
próximo su fin, y que hallaron en su poder cuando lo encontraron congelado 8
meses después junto con el resto de su expedición. Qué palabras tan tiernas y cuánta tristeza destilaban. Ante situaciones así cabe pensar qué necesidad
tenemos los seres humanos de ponernos en peligro de este modo, pero debe ser
que hay una fuerza superior a nosotros que nos impulsa a seguir determinados
caminos porque sino seguiríamos vivos pero como si estuviéramos muertos.
Por eso comprendo a Jesús
Calleja, pues la suya es una vocación semejante a la del sacerdote. El alpinismo
y los deportes de riesgo en general han colmado su vida. La montaña le llama
con un imperativo irresistible del que nunca ha podido sustraerse. No es
difícil comprender las razones por las que nunca ha querido formar una familia:
si vas a poner en peligro tu vida constantemente, no puedes dejar atrás mujer e
hijos. Uno no puede alcanzar la concentración y la libertad de acción necesaria
si tiene que estar pensando en una esposa y, sobre todo, en una descendencia.
Lo que no le ha impedido adoptar una hija y dos hijos nepalíes que ahora son
mayores. Quizá los que le habría gustado tener si se hubiera casado, a
semejanza de su familia, pues fueron 3 en su casa, él y sus dos hermanos. Hay
un par de fotos en internet donde se los ve subidos en un burro mirando a
cámara en medio del campo, o encaramados a las ramas de un pequeño árbol, vestidos
con las camisas y pantalones típicos de los niños que crecimos en los 70.
Y es que los que se dedican a
esto responden a un patrón que siempre es el mismo: la pasión en lo que hacen,
que nunca se debilita pese a las calamidades que surgen en el camino y que tanto
hacen sufrir, o el hecho de ser muy competitivos, muy obsesivos, muy de ideas fijas (hasta
que culminan el plan que se han trazado no lo dejan), o esa
búsqueda de la descarga de adrenalina que produce todo lo que es capaz de
ponerte al límite. Sin ello no pueden vivir. Es por eso que corre rallies por el
desierto, hace submarinismo entre tiburones o en aguas glaciares, monta en
motos y coches de competición, o practica rafting. Aprendió a pilotar avionetas y
helicópteros, y sabe navegar.
Con su hermano Kike |
Este hombre, que empezó
trabajando en una peluquería y luego vendiendo coches, ambos negocios
familiares, desde niño sintió el tirón de la Naturaleza y la montaña allá en León y más de
una batida tuvieron que organizar cuando a los 13 años le daba por internarse
en los bosques y se le echaba la noche encima sin que se diera cuenta. Con 37 años
decidió dedicarse por completo al deporte, siendo guía en el Himalaya y Los
Alpes para una agencia en España de trekking y escalada durante 16 años. Con lo
que ganaba haciendo esto se financiaba las expediciones.
Él es un claro ejemplo
de lo que hay que hacer cuando no te satisface aquello a lo que te dedicas
habitualmente. No en vano escribió, entre otros, un libro titulado Si no te
gusta tu vida ¡cámbiala!. Habrá que leerlo…
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