A José Mota se lo llevó cerca del
Ártico. Llegó el humorista acompañado de un amigo de hace muchos años que es
montañero. Dormir por las noches fue complicado allí porque nunca oscurece.
Empezaron la ruta por las vastas regiones nevadas montando en motos de nieve.
Luego en trineos tirados por perros, donde Mota apreció el silencio, ya sin los motores, sólo rasgado por el ruido de las cuchillas sobre el hielo. Visitaron
un barco que se quedó atrapado en el hielo hacía más de un siglo y que
conservaban en perfectas condiciones. Su interior podía ser visitado y la
verdad es que era muy elegante, parecía que el tiempo se hubiera detenido allí. Al
principio, como la climatología no estaba mal, excavaron en la nieve y alzaron
una pared con trozos de hielo, como la de los iglús, junto a la que se
refugiaron, encendiendo un fuego donde calentaron su comida. Más adelante,
cuando el tiempo empeoró, montaron tiendas de campaña. En un momento dado no
sabía Calleja si debía continuar pues no paraba de nevar y no sabía cuándo
despejaría, pero decidieron seguir adelante. El hecho de estar cruzando un mar
helado, con una capa de hielo de metro y medio lo bastante segura como para que
aterrizara un Boeing, según Calleja, y lo incomparable del paisaje dejaron a
Mota anonadado. Se veían osos a lo lejos, pero iban con un fusil por si hubiera peligro. El humorista afirmó que después de experimentar todo aquello
sería muy difícil volver a poner los pies en la tierra y continuar con la vida
cotidiana. El tiempo no tardó en mejorar y hasta salió el sol. Los últimos 15
km. los hicieron con esquíes y bastones arrastrando un pulka, una especie de trineo
donde se meten las pertenencias. Culminaron la experiencia, con lágrimas de emoción del
amigo de Mota, y entonces éste le recordó a Calleja la promesa que le había hecho éste al aceptar su reto: que cuando lo terminaran el presentador debía hacer lo
que él quisiera, sea lo que fuere. Le pidió entonces que se zambullera en una
zona con agua donde solían asomarse las focas. Calleja no daba crédito pero al
final accedió: salió con unos calzoncillos muy curiosos de dentro de la tienda,
corriendo a trompicones, se metió en el agua y en unos segundos salía
ayudándose de un piolet que clavó en la nieve. Mota le dio un abrazo al que el
otro correspondió como pudo, aterido de frío como estaba, y enseguida volvió a
meterse corriendo en la tienda: una promesa era una promesa.
Con David Bisbal fue a Nepal,
donde el cantante no dejó de pararse con todo el mundo haciendo gala de su
simpatía. Jugó con los niños al fútbol, al ping pong y a todo lo que le fuera
surgiendo. Desayunaron en la enorme terraza de un hotelito con vistas al
Everest, y ahí Calleja se emocionó recordando el día que lo coronó. Afirmó que
había sido una experiencia que lo había cambiado todo en su vida. El autocar
donde iban tuvo un percance nocturno al llevarse por delante con la parte de
arriba un tendido eléctrico. Hicieron varias horas de marcha por una reserva
natural donde se encontraron monos, grandes arañas y ciervos. Se metieron en las aguas de un
río montando en elefantes. Bisbal bajó de uno de ellos y lo estuvo acariciando
y mojando largo rato. Se veía que en todo momento se olvidaba de sus
preocupaciones y hasta de quién era y disfrutaba de cada cosa y cada
experiencia con la que se iba encontrando. Había hecho un paréntesis en una de
sus giras para vivir esta aventura de una semana con Calleja. Éste le preguntó
por las organizaciones humanitarias con las que colabora y ayuda
económicamente. Él comentó que todos los años elige 2 ó 3 y que sobre todo le
gustan las que están dedicadas a los niños. El destino final era pescar el
Golden masheer, un pez de aquellas latitudes que puede llegar a medir 3 metros
y pesar 55 kg. En un cierto momento Bisbal y Quique, el hermano de Calleja, que
le acompaña en casi todos los viajes, se fueron alejando por la orilla buscando
una zona más profunda del río donde se pescara mejor, hasta que casi se
perdieron de vista. Calleja se asustó porque al ser una reserva natural podían
encontrarse todo tipo de animales salvajes. Un guía muy joven que les
acompañaba decía haber visto huellas de tigre. Los otros, ajenos a todo esto,
pescaron varios peces que no eran el que buscaban. Bisbal tiene esta afición
desde niño, y es algo que hace siempre que puede para relajarse. Le enseñó a
Calleja a poner el sedal, a tirar el hilo lo más lejos posible, y todo lo
necesario, pues el presentador desconocía todo esto. De hecho no pescó nada y
hasta se le cayó media caña al río, no sabemos si porque no la había montado
bien o porque empleaba demasiada fuerza para tirar el hilo. El presentador
aprovechó un descanso para retomar una antigua profesión que tuvo, junto a su
hermano, la de peluquero, cogió unas tijeras y recortó un poco los rizos más
famosos de España, según dijo, pasa susto de Bisbal, que tiene en mucho aprecio
su look. El cantante confesó que él
había sido jardinero y trabajaba en un vivero para completar sus estudios forestales. Una mañana Calleja, acompañado de su hermano, consiguió pescar el Golden
masheer, mientras Bisbal seguía durmiendo en la tienda. Luego llegó él y pescó
otro, con lo que se despidieron de la audiencia, no sin un gesto triste del
cantante, que lo estaba pasando muy bien. Me llamó la atención algo que éste
dijo cuando Calleja le preguntó si volvería a hacer todo lo que ha hecho hasta
conseguir llegar donde está. Bisbal dijo, con un gesto mezcla de pesar y cansancio, que
probablemente no, que se hubiera quedado en la orquesta donde cantaba y bailaba
antes de ser conocido. Ha debido ser un duro trabajo, aunque disfruta cada concierto como si fuera el 1º, según él mismo afirmó.
A Eva Hache se la llevó a Alaska.
Alquiló una enorme caravana, de esas que se extienden para tener más espacio
cuando están en reposo. Con ella recorrió cerca de 3.000 km. La cama que ocupó Eva era preciosa, confortable, esponjosa, llena de almohadones y con un edredón nórdico. En ella se sumergía cada noche, derrotada por toda una jornada de actividades, para dormir plácidamente, dejando asomar tan sólo un poco de su cabeza, como si fuera una niña. Eva corregía
algunas de las expresiones de Calleja y la verdad es que habla bastante mal,
pero como nos acostumbramos a él ya no nos damos cuenta. Eva estudió Filología
Inglesa y habla un perfecto inglés, aunque parece que el castellano lo
domina también. Al principio el presentador quiso que se entrenara haciéndola
correr pero no duró más que 20 minutos. Confesó que no hacía deporte desde el
instituto. Para empezar tuvieron que atravesar un río de poco caudal, y como no
llevaban ropa ni calzado para el agua tuvieron que quitarse los pantalones, las
botas y los calcetines y atravesarlo en pantalones cortos. Eva, mientras se
desnudaba, no paraba de decir que no podía creer lo que estaba haciendo.
Después se apresuró a secarse los pies, que le dolían por el frío. Calleja dijo
que no todo el mundo hubiera sido capaz de hacer aquello ya que el agua viene
directamente de los glaciares y está a cero grados. Olvidado lo de correr se le
ocurrió entonces montarla en piragua, con la que se internaron en los fiordos,
deslizándose entre bloques de hielo desprendidos de los glaciares y dejándose
llevar por las corrientes en algunos momentos. Luego caminaron sobre ellos.
Había grietas enormes, algunas cubiertas por la nieve. Calleja advirtió que si
se veía nieve blanda en lugar de hielo nunca había que pisar ahí porque tapaba
una grieta en la que te hundirías cayendo al vacío y matándote. Una de ellas, libre de nieve, fue
el primer reto para Eva. Calleja le propuso descender con cuerdas y luego
subirla con los piolets en las manos y el armazón dentado en las botas. Quería
comprobar qué tal se le daba la escalada para luego poder hacerlo en los
glaciares. Eva puso cara de pensárselo al principio pero luego se le iluminó la
cara y agrandó si cabe aún más sus enormes ojos cuando decidió que sí lo haría, y no lo
hizo mal. Los gritos de ánimo de Calleja la ayudaron mucho. Estuvieron también
en casa de un matrimonio de tramperos, un chalet hecho todo de madera en medio
de un paisaje salvaje, y les ofrecieron salmón, pescado en una de las zonas
donde más se cotiza en el mundo entero, y un poco de ensalada. Después montaron
en kayak y la tuvo remando 5 horas seguidas. Eva se quejó de que Calleja remaba
poco y tenía que hacer ella todo el trabajo, pero él le dijo que lo hacía
precisamente para que estuviera entrenada. Al final del trayecto Eva no sentía los brazos y
se quedaba dormida sentada en la embarcación, mirando al sol que le había
puesto la cara morena. Al descender la pobre se quedó tumbada sobre las rocas
de medio lado porque le dolía el trasero y en los brazos decía que le habían
salido los músculos de Popeye. Acamparon junto a la orilla y no tardó en
acercarse un oso negro que llegó a estar a 10 metros de ellos, atraído por el
olor de la comida, pero consiguieron espantarlo gritando y golpeando unas
barras metálicas. El desafío final que consistía en escalar los glaciares no
pudo realizarse porque estaban todo el tiempo desmoronándose y cayendo al mar.
Ya les habían advertido que no se aproximaran a los frentes de los glaciares
porque en cualquier momento caían toneladas de hielo que se va derritiendo por
el calentamiento global y formaba pequeños tsunamis que se podían tragar a
quien anduviera cerca. Eva se alegró por lo bajinis de que no tuviera que pasar
por esa prueba. Lo mejor, durante la aventura, fueron las cenas que preparaban
en la caravana, muy bonita y acogedora por dentro, y las confidencias que
intercambiaban mientras cenaban. Por ellas supimos cómo fue su trayectoria
profesional, cómo conoció a su marido, que es sueco, o sus teorías sobre la
alimentación de los niños pequeños, que experimenta en su hijo. Descubrimos a
una Eva Hache más reflexiva, cálida y tierna, y durante todo el trayecto
hilarante con sus ocurrencias, como cuando volcó en el rio con el kayak porque
Calleja la impulsó demasiado fuerte y tuvo que meterse en la tienda y
desnudarse hasta que se secó su ropa, pues no traía muda de repuesto. Calleja
cogía con dos dedos su tanga y lo puso a secar sobre la tienda. Luego se
disculpó con ella, La verdad es que estuvo muy solícito, cogiéndola de la mano
cuando cruzaron el río descalzos al principio o cuando caminaban sobre el
glaciar entre las grietas. Eva declaró que su meta ahora era trabajar lo menos
posible ganando la mayor cantidad de dinero que pudiera y así tener el mayor tiempo
libre de que fuera capaz. Confesó que en cuestión de viajes era perezosa porque
prefería la comodidad, pero que gracias a Jesús Calleja había aprendido a
valorar lo que es un viaje de aventura y que se lo inculcaría a su hijo. “Nos
has hecho un favor a mí y a mi familia”, dijo agradeciéndoselo.
Calleja lo lleva todo muy
bien planificado pero deja también abierta la posibilidad del azar. Con cada viaje no sabe qué puede pasar, y a algunos de sus invitados no los conocía
personalmente, por lo que la amistad y la mutua confianza se van fraguando a lo
largo del camino. Se les ve a éstos al principio reticentes, preguntándose
quién les mandaría meterse en algo así, para terminar encantados con la
experiencia, que probablemente no hubieran hecho nunca si no los hubiera
arrastrado él. De momento el único que ha querido repetir es Bisbal. El
presentador cuenta durante sus programas anécdotas de algunas de sus escaladas, habla de cuatro miles, de
ocho miles, a los que ha subido y que han estado en alguna ocasión a punto de
costarle la vida. Afirmó que para llegar más allá de los 7000 metros tuvo que
reorganizar su mente, ponerse de acuerdo consigo mismo. En una entrevista que
he leído hace poco dijo que la idea de hacer este programa le vino precisamente
cuando descendía de una de sus escaladas y las cosas se pusieron muy feas por
el tiempo. Cuando ya se dejaba morir se le ocurrió que aún tenía muchas cosas
que hacer, entre ellas este programa, y eso le dio fuerzas para continuar. La
verdad es que nadie diría que este hombre tiene ya 50 años y que aún sigue
haciendo deporte como si fuera un chaval, eso sí, lleno de pegatinas para
hacerle propaganda a todos sus patrocinadores. Como cuando en el programa
siempre dice, en el momento menos pensado, que él tiene tal seguro con el que
siempre viaja tranquilo, o saca un gran bote de crema protectora, siempre de la
misma marca, y mientras se lo echa o se lo ofrece al invitado, habla de las
excelencias del producto. Jesús Calleja es un aventurero, un espíritu libre de
los pocos que quedan por ahí, capaz de captar la atención de todo el mundo y de
enseñarnos cosas que no sabíamos sobre la vida más allá de los límites de
nuestra cotidianeidad. Ahora sé que los trozos de hielo desprendidos de los glaciares entre los que Eva Hache navegó si son muy azules quiere decir que son muy antiguos, o que si aspiras el oxígeno de una bombona cuando vas a hacer submarinismo y tienes demasiado aire en los pulmones no consigues respirar, como le pasaba a Santiago Segura, o que es mejor dejarse llevar cuando bajas por una pendiente de arena blanda que oponer resistencia, como le sucedió a Segura también al bajar la ladera del volcán. Jesús Calleja nunca viajará a un sitio de una manera convencional,
como lo hacemos todos: visita a una ciudad, sus monumentos, sus restaurantes,
sus museos. Él necesita el contacto con la Naturaleza y conocer de 1ª mano otras razas, otras culturas y otras costumbres. A eso no todo el mundo se
atreve. Él sí, y lo hace con toda naturalidad, como si lo raro fuera viajar de
otra manera.
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