Estaba viendo el capítulo de Planeta
Calleja en el que el viajero invitado es Fernando Tejero y me ha encantado. Y no porque
el conocido actor haya disfrutado como lo han hecho otros en ese mismo programa
antes que él. Lo que debía servirle de catarsis, visitar Etiopía con sus
desiertos, sus gentes, sus ritos religiosos y hasta la subida a un volcán en
erupción, le ha supuesto un calvario al tener que afrontar ciertas cosas que su
estado emocional actual no le permite.
La inmensidad de los espacios
abiertos, la pobreza de los que los habitan, han dañado su ya maltrecha
sensibilidad, algo que percibía y explicaba muy bien el propio Calleja mientras
le dejaba hacer a Fernando, caminar a su aire, no conversar si no le apetecía,
permitir la evasión y la reflexión, como si estuviera perdido en realidad en su
propio desierto de soledad. Incluso sentir el afecto de los niños negritos que
se le acercaban cuando llegaban a un poblado le recordaba su deseo de ser padre,
que parece vivir como una frustración más al no haberlo podido alcanzar aún.
Y es que, y lo digo por
experiencia propia, para viajar hay que estar en buenas condiciones
psicológicas. Estas aventuras de Calleja exigen buenas condiciones físicas,
pero para mí las otras son si cabe más importantes. El viaje siempre te sirve,
hay una evasión, un conocimiento nuevo, una distracción, pero también hace que
tomes distancia de tu realidad cotidiana y te enfrenta a aquellos conflictos
largamente arrastrados que parecen no tener fin y que la vida diaria solapa con
sus rutinas. Es un via crucis mezcla de sufrimiento y expiación, y Fernando
quería volver a casa para pensar en todo esto y comprobar que su existencia no
es tan terrible si la compara con la de otras personas menos afortunadas que
hay en la faz de la Tierra.
Será que nos encerramos en
nosotros mismos, pretendemos solucionarlo todo por nuestra propia cuenta sin
ayuda, o quizá intentemos encontrar el camino hacia la felicidad sin saber por
dónde tirar. Lo que me gusta de Calleja, y en eso contrastaba enormemente con
Fernando, es que él pone distancia a todo, se toma las cosas tal como son y se
deja llevar, disfruta. Si hay miseria en un sitio al que va, no pone reparos,
conoce su existencia y es consciente de que poco puede hacer para remediarla,
pero ahí está, integrándose con todo el mundo, siempre positivo, con una
resistencia física y psíquica maravillosa. Es un hombre con una mente sana, lo
contrario de la depresión y las comeduras de coco de Fernando, y de mucha gente
por desgracia hoy en día, cada vez más. Solo así se puede disfrutar de la vida.
Y lo estoy pensando en estos días
en que me veo obligada a estar ingresada en un hospital, por 1ª vez en mi vida,
sin contar las dos veces en que he sido madre, para hacerme pruebas que
diluciden por qué mi estado de salud está tan maltrecho últimamente. Los médicos
se empeñan en buscar nombres que a nadie gusta pronunciar para descubrir
enfermedades que yo sé que en realidad no tengo. Mi diagnóstico es stress, un
cúmulo excesivo de preocupaciones arrastrados como un pesado lastre durante años, y el cuerpo termina petando. Y es bueno que lo haga, que de señales,
porque así se puede poner remedio a tiempo.
Peor lo está pasando una amiga de
mi hermana de hace años, con la que también tuve yo cierta amistad, que en
estos momentos está luchando con un cáncer de mama. Y lo he sabido por
Facebook. Lo que son las redes sociales. Ya le he dedicado palabras de aliento,
y me sumo a sus preocupaciones por la salud, puesto que yo también las estoy
teniendo. Alguna vez nos tiene que tocar, lo malo es como en mi caso, cuando nos las buscamos nosotros solitos.
Por eso comprendo a Fernando
Tejero en su deambular por el mundo en compañía de Calleja, duro guía porque
impone esfuerzos titánicos en sus travesías vitales, pero que consigue resultados espectaculares.
A casi todos, por no decir todos sus invitados al programa, los ha dejado
descolocados. Sacarnos de nuestras costumbres y nuestra vida tan compartimentada
nos deja alelados. Bienvenidos a la vida real, la que pasa fuera de nuestras fronteras personales, de estrechas limitaciones.
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