martes, 24 de noviembre de 2015

Apple


Traía el amigo de mi hija, cuando me visitaba en mi ingreso hospitalario, del que hoy afortunadamente he salido, un precioso portátil de Apple plateado que se acababa de comprar no hacía mucho. No sé por qué me ha encantado siempre cuando se ilumina con un gran destello blanco la manzanita de la tapa al encender el ordenador. Y quizá por el hecho de estar en el hospital o puede que por haber leído tanto acerca del creador de la marca, Steve Jobs, que enfermó cuando aún estaba en la plenitud de su vida, me vino a la cabeza todo lo que he sabido de este hombre singular y controvertido, marcado por una inteligencia y una intuición excepcionales.

Su madre biológica lo dio en adopción nada más nacer con la condición de que los padres adoptivos le proporcionaran una educación superior. El coeficiente intelectual de Steve pronto llamó la atención, sin embargo sólo pasó un año en la Universidad. El ambiente de lo que entonces no se llamaba aún Sillicon Valey le atraía poderosamente. Ingenieros, químicos, informáticos y físicos llegaban atraídos por las nuevas empresas de telecomunicaciones y electrónica.

Como ejecutivo y emprendedor se reveló como un hombre de trato difícil. Insultaba grosera y cínicamente a cuanto aquellos osaban oponérsele. Con el director de cine George Lucas tuvo palabras mayores, lo que no impidió que le comprara su compañía, la que después sería Pixar. Jobs ya no estaba en Apple, donde había sido defenestrado por su carácter y una mala operación que realizó, y ahora al frente de su propio negocio, Next, hacía y deshacía a su antojo. Pero lo que no sabía era que la adquisición que acababa de realizar cambiaría su vida tanto profesional como personal. Los dos directivos que ya había en Pixar consiguieron reconducir la personalidad de Steve Jobs.

Según escribió Brent Schlender en su El libro de Steve Jobs, “en Pixar descubrió, aunque de mala gana y en contra de sus instintos naturales, que a veces conviene darles a las personas con talento el espacio que necesitan (…) Sin las lecciones que aprendió en Pixar, no habría existido el gran 2º acto de Apple”. En parte impresionado por el talento de ambos directivos y en parte moderado por su fracaso en Next, que no funcionó bien, les dejó hacer. Al principio fue difícil: los derroches, las decisiones arbitrarias y su incapacidad para delegar no daban respiro a sus empleados. Después, ya encauzado, cuando uno de los directivos le presentó el presupuesto de un corto de animación que iban a llevar a cabo sólo pudo decir: “Hacedlo genial”. El corto ganó un Óscar en 1989. En la cena para celebrarlo se presentó con una joven rubia con la que había empezado a salir un par de meses antes y que sería su esposa. A excepción de los raros viajes de negocios que hacía Steve, estuvieron juntos todos los días del resto de sus vidas.

Ella no estaba interesada en riquezas ni ostentaciones, y cuando se casaron estaba embarazada de su único hijo varón. Luego tuvieron 2 hijas más. Una hija que Steve había tenido en una relación anterior y a la que se había negado a reconocer se fue a vivir con ellos. La pareja hizo todo lo posible para dar a su familia una vida normal. Vivían en una casa sin protección alguna y tenían un huerto del que se alimentaban. Consolidó un grupo de amigos íntimos que mantuvo ya para siempre y se convirtió en un empresario más sutil sin  perder su ímpetu habitual. Aprendió a ser paciente sin menoscabo de su agudeza natural.

Pixar se convirtió en un negocio lucrativo, pero Apple se hundía devorado por Microsoft. Sus directivos decidieron que Steve volviera. Hubo que llevar a cabo recortes en la empresa y una reorganización general. Empezó a lanzar nuevos productos y todo marchó viento en popa.

Cuando enfermó de cáncer no dejó de seguir trabajando como lo hacía. Uno de sus colaboradores quiso hacerle donación del órgano que él necesitaba. Él se enfadó mucho, no lo consintió. Al final llegó la muerte.

Steve siempre estuvo interesado en la vida espiritual. Viajó a la India con 18 años para profundizar en el hinduismo y descubrió la autobiografía del yogui Yogananda, el libro que se regaló en su funeral. Más tarde, sus preferencias fueron hacia el budismo. Durante años, un monje iba a su oficina una vez a la semana para aconsejarlo sobre cómo equilibrar su sentido espiritual y sus metas comerciales.

 
(Basado en el reportaje Steve Jobs. Las dos caras del genio, de la revista XL Semanal del 14/nov./2015)



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