jueves, 5 de noviembre de 2015

Un poco de todo


- No me puedo creer que se vaya a presentar Donald Trump como candidato a la presidencia de EE.UU. en el próximo mandato. Alguien que es más conocido por la cantidad de revistas del corazón que ha acaparado debido a la cuantía de su inmensa fortuna y sus numerosos matrimonios e hijos, además de sus numerosos affaires con bellas y voluptuosas mujeres, dudo mucho que esté capacitado para dirigir los destinos de una nación como la norteamericana cuyas decisiones afectan al resto del mundo. Estará muy capacitado para hacer negocios, pero la política no es una cuestión de negocios, como así lo dijeron Bill Clinton y George Bush jr. en una entrevista conjunta que les hicieron hace poco. Puede parecerlo, pues sólo alcanzan tan alto cargo aquellos que están respaldados por mucho dinero, pero la ideología, las convicciones personales y la experiencia necesaria para poner en práctica un programa político coherente no están en manos de Trump.

No me lo podía creer el día que anunció su candidatura. Imaginar que un personaje como éste llegue a tener tanto poder y decida sobre todo me da escalofríos. No hay más que verle la pinta que tiene, como metido en alcanfor, viejo e hinchado, con el pelo teñido de un rubio extraño con el que cree parecer más joven, y ese gesto de déspota. Parece un charcutero, el tendero de una carnicería alemana. Hay gente que con dinero se cree que lo puede todo, que tiene derecho a todo. Confío en que los norteamericanos reaccionen y no le den ninguna oportunidad. En estos tiempos en los que priman el fast food, la telebasura y todo tipo de chocarrerías, aún creo que la gente es capaz de elecciones acertadas.

- Hace poco salíamos una amiga y yo del cine encantadas por la idea que la recién estrenada El becario nos había sugerido: quién no querría tener cerca a un hombre mayor lo bastante lúcido y emprendedor aún como para ser capaz de aconsejarte sabiamente sobre todas las cosas de la vida, ayudándote a tomar buenas decisiones. Como esa voz de la conciencia que nos dice lo que no nos apetece oir o reconocer, o que nos sugiere algo que no se nos había ocurrido o nos advierte sobre aquello en lo que no habíamos reparado. Un ángel de la guarda transfigurado en la figura de un hombre ya jubilado pero con los mismos deseos de vivir de siempre.

Hacernos con un asesor, un ojo crítico constructivo, una especie de padre, un confidente con una larga experiencia que sólo desea lo mejor para nosotros, sería como encontrar un talismán. Nos sentiríamos reconfortados, más seguros, más confiados, con la certeza de que no decidimos solos sino que hay quien nos respalda, nos echa una mano y nos anima. 

Quién le iba a decir a Robert de Niro que podría ser una inspiración para tantas mujeres, siguiendo el hilo argumental de esta última película que ha estrenado, él que en su juventud y madurez ha interpretado personajes tan violentos, tan al límite, impactantes y bastante repulsivos, la verdad, y ahora no deja de meterse en la piel de abuelos, de suegros, de patriarcas, en fin, de felices y cómicas familias de clase media en las que su carácter tan particular (en eso no ha cambiado) deja su impronta.

En el film que nos ocupa abandona por fin las extrañas muecas que se habían convertido en sus tics habituales en los últimos años, o al menos lo intenta, para dar paso a una mayor naturalidad. Y nos convence, vaya si lo hace, hasta el punto de querer llevárnoslo a casa, a nuestro trabajo, a nuestros ratos de ocio, para que sea nuestra piedra de toque, nuestro baluarte, ese lugar en el que reina la paz y en el que descansar tranquilos.


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