Me resistía a ver Planeta
Calleja porque a su conductor, Jesús Calleja, lo había visto en otros
programas viviendo aventuras en solitario y me había parecido el típico
chiflado que tan de moda estuvo un tiempo en la televisión del mundo entero
hasta hace no mucho, que se dedicaba a hacer lo nunca visto, sufrir en sus
carnes todo tipo de barbaridades y relatar todo ello ante las cámaras como un alarde, en un perpetuo monólogo en el que más parecía contárselo a sí mismo
y regodearse con sus “hazañas” que compartir con el público una experiencia que
a todas luces resultaba gratificante sólo para el que la llevaba a cabo, en el
colmo del masoquismo, pues cuanto más accidentado era todo más gozaba el
protagonista.
Jesús Calleja salió de ese
formato, afortunadamente, y ahora ya está con la 3ª temporada de un programa
de gran éxito. En Planeta Calleja lleva a famosos de todos los ámbitos menos del corazón a
experimentar situaciones que en la vida corriente nunca se les darían. Se prepara
muy bien los viajes, y elige cuidadosamente lo que va a hacer en función de
quién sea el invitado. Y el resultado es realmente desconcertante, pues se nos
hace raro ver a figuras por todos conocidas haciendo cosas que normalmente no
hacen. Estuve viendo en internet algunos de los programas de las 3
temporadas, sin seguir ningún orden, según lo que me gustara el invitado.
A David Bustamante lo llevó a los
archipiélagos de Lofoten y Vesteralen, en el Ártico, y le hizo escalar paredes
de hielo que eran cascadas congeladas. Como tiene vértigo en
la 1ª escalada no pudo llegar más que a la mitad y tuvieron que bajarlo. Pero
el cantante, retador y bromista, ya le dijo en el aeropuerto, tras la peta que
le echó Calleja por llegar tarde, que si los de León eran fuertes los
asturianos no se quedaban atrás. En las escaladas, a base de piolet en cada
mano y un armazón de pinchos en las botas, sufrió mucho porque se le subían los
gemelos y tuvo mucho dolor. Fueron a una zona protegida con lobos en semicautividad, Bustamante tuvo que superar su miedo a los canes. Permanecieron de pie con las manos juntas y los brazos en horizontal, mientras los lobos se les medio subían. Luego se arrodillaron y se taparon la cara con las manos. Uno de los lobos arañó en la agitación al cantante en un ojo y pidió salir. Calleja aún permaneció un poco más. Luego le hizo meterse por unas cuevas llenas de estalactitas
con pasos muy estrechos por los que debía subir y bajar que pusieron a prueba
su claustrofobia. Viajó también en un barco de pescadores, donde entonó algunas
canciones antiguas mientras contaba que él procedía de una familia que se
dedicaba a faenar en el mar. También se quedaron una noche
en paños menores a muchos grados bajo cero para
sumergirse en un jacuzzi típico de allí, de madera y flanqueados por antorchas, con
el agua casi hirviendo, extraña combinación de frío-calor que por lo visto es sanísima para
el cuerpo. En un momento dado salieron a instancias de Calleja, se revolcaron
por la nieve y volvieron a meterse. Pero como Bustamante es así retó a Calleja
a darse un baño en el mar, que estaba no lejos de allí. Calleja se hizo el
remolón al principio pero luego aceptó y se dio el remojón por unos instantes.
Durante toda la aventura el cantante no dejó de mencionar a su hija y a su
familia, y preguntado por su mujer dijo lo orgulloso y enamorado que estaba de
ella. También descubrimos sus fobias, temores
y manías.
Con Dani Rovira estuvo en
Tailandia, lugar al que siempre había querido ir. Como también iba a escalar, le estuvo entrenando con el acicate de que si ganaba cada
entrenamiento conseguía un masaje tailandés, que por lo visto tienen fama.
Todas las pruebas las perdió el humorista: la carrera de 10 km., donde la
mezcla de calor y humedad lo dejó extenuado; la carrera en tuktuk, los taxis de
allí, donde Rovira se comportó como lo haría un españolito medio, gritando
imprecaciones a los demás conductores e intentando adelantar a cualquiera que
se cruzara en su camino (en todo momento hizo gala de su humor tan particular,
por lo que el programa resultó hilarante); y la carrera en piragua, en donde
terminó escondiéndose detrás de unos matorrales que crecían sobre el río de la
vergüenza que le dio no ser capaz de ganarle a Calleja en nada. Tras cada
prueba, el presentador gozaba de las delicias del masaje mientras Rovira
refunfuñaba por ahí rumiando su poca fortuna. En lo único en lo que pudo lucirse fue en una lucha parecida al kick boxing, especialidad en la que él había sido campeón en su juventud. Le dijo a su oponente en un inglés macarrónico antes de empezar que si le hacía daño su madre iría a Tailandia y le mataría. Visitaron también un templo. El humorista, que está fuerte
porque va al gimnasio, no había escalado nunca y Jesús Calleja le tuvo que
enseñar las nociones básicas incluso para poder encaramarse a las primeras rocas,
distantes del suelo, a las que tampoco era capaz de subir. Era una escalada con
las manos y apoyándose en los pies, cubiertos por “pies de gato”, un calzado
especial de suela fina que se adapta como un guante y que evita los resbalones. Cuando llegó a lo más alto en la escalada final dio un
grito de júbilo y alzó los brazos en señal de triunfo porque nunca se creyó
capaz de conseguirlo. Estuvieron degustando algunos manjares típicos de allí, insectos fritos
y cosas así, con gran esfuerzo de Dani por el asco que le daban. También hubo
confidencias sentados frente al mar al atardecer, sobre la vida, el amor y el
humor, entre otras cosas.
A Santi Millán se lo llevó a
escalar el Monte Cervino, que separa Italia y Suiza, por deseo del
actor, pues sus padres fueron emigrantes en Suiza y siempre le gustó ese lugar.
Santi, que tiene un sentido del humor a medio camino entre el sarcasmo cruel y la absoluta hilaridad, entendía sin apenas explicaciones todas las indicaciones que
le iba dando Calleja, algo que éste hizo notar, y salió airoso del accidentado
viaje por aquellos parajes montañosos, en los que tan pronto tenía que escalar de forma muy similar a como lo hizo Rovira, como tenía que subir a pie por escarpados
senderos entre las rocas. En un refugio a media altura hizo unas bromas a
cámara sobre el ambiente que se respiraba allí, muy apagado, y, con la ayuda de
un guía experto y su hijo, que eran de la zona, consiguieron llegar a la cima,
a 4.470 metros, si mal no recuerdo, tras parar en un determinado momento porque
la oscuridad de la noche y las inclemencias del tiempo hacían muy peligroso tanto
subir como bajar. De los 24 que iban en la pequeña expedición, pues se sumaron
a un grupo que estaba en el refugio, sólo quedaron 6 al final. Calleja, por
cierto, que es bastante intrépido, le tiene pavor a las tormentas eléctricas,
lo que aprovechó Santi Millán para hacerle cloqueos de gallina, insinuando que
era un cobardica. El actor se quedó muy impactado por la experiencia y por los
paisajes nevados que desde las alturas se podían contemplar. A Calleja no paró
de decirle, medio en broma medio en serio, que si le pasaba algo vendrían sus
hermanas y le darían hasta en el cielo de la boca. Calleja llegó a decir que
debía tener mucho cuidado con su invitado porque si no no podría volver a
España.
Con Santiago Segura estuvo en
Indonesia, y eso que tenía una rodilla lesionada porque días atrás se había caído de una bici durante una carrera de mountain bike. Dos años le costó convencerle para que fuera al programa. Urbanita
confeso, le gusta viajar pero nunca se perdería en un lugar exótico alejado de
las comodidades habituales. Calleja le hizo hacer senderismo por la selva, le
llevó al poblado de los Toraja, que acostumbran a embalsamar a sus muertos y
conservarlos durante meses o años en sus casas (hasta Calleja temió dormir en
una de ellas, con un difunto tan cerca, no así Segura, al que lo único que
molestó fue el canto del gallo a todas horas), hizo rafting por las turbulentas
aguas de un río que según el presentador no aparecía en los mapas, y también
submarinismo, algo que Segura nunca había probado porque tiene un acúfeno en un
oído y le han recomendado no sumergir la cabeza bajo el agua. La experiencia
fue maravillosa para él, pues le hizo recordar a su madre, gran amante del mar, seguidora fiel de los documentales de Cousteau y que tenía en su casa un acuario del que cuidaba con mimo. Para rematar la aventura
ascendió por la ladera de un volcán, que había erupcionado meses atrás, y quiso
descender por el cráter hasta donde ebullía una balsa de agua color turquesa,
de la que salían vapores sulfurosos. En las rocas había rastros amarillos por
el azufre, y tuvieron que aprovechar una racha de viento favorable para
asomarse, antes de que volvieran a cubrirles los vapores, que les hacían toser.
Calleja quedó muy sorprendido por las afirmaciones de Santiago Segura, del que
dijo ser un tipo muy inteligente que se servía del humor como coraza contra el mundo exterior. Durante todo su periplo le iba explicando cosas sobre las costumbres,
la fauna, la flora y hasta la geología local con mucho más detalle que con cualquier
otro invitado que ha tenido. También le dijo que no era muy expresivo, algo que
pareció no hacerle mucha gracia. Para Calleja todo el que no grite o haga
aspavientos es inexpresivo, cuando la emoción tiene muchas formas de expresión.
Le preguntó a Segura si volvería a hacer una ruta así y le contestó que si
iba con él sí, porque con él se sentía seguro.
(.../..)
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