lunes, 2 de noviembre de 2015

Planeta Calleja (I)


Me resistía a ver Planeta Calleja porque a su conductor, Jesús Calleja, lo había visto en otros programas viviendo aventuras en solitario y me había parecido el típico chiflado que tan de moda estuvo un tiempo en la televisión del mundo entero hasta hace no mucho, que se dedicaba a hacer lo nunca visto, sufrir en sus carnes todo tipo de barbaridades y relatar todo ello ante las cámaras como un alarde, en un perpetuo monólogo en el que más parecía contárselo a sí mismo y regodearse con sus “hazañas” que compartir con el público una experiencia que a todas luces resultaba gratificante sólo para el que la llevaba a cabo, en el colmo del masoquismo, pues cuanto más accidentado era todo más gozaba el protagonista.

Jesús Calleja salió de ese formato, afortunadamente, y ahora ya está con la 3ª temporada de un programa de gran éxito. En Planeta Calleja lleva a famosos de todos los ámbitos menos del corazón a experimentar situaciones que en la vida corriente nunca se les darían. Se prepara muy bien los viajes, y elige cuidadosamente lo que va a hacer en función de quién sea el invitado. Y el resultado es realmente desconcertante, pues se nos hace raro ver a figuras por todos conocidas haciendo cosas que normalmente no hacen. Estuve viendo en internet algunos de los programas de las 3 temporadas, sin seguir ningún orden, según lo que me gustara el invitado.

A David Bustamante lo llevó a los archipiélagos de Lofoten y Vesteralen, en el Ártico, y le hizo escalar paredes de hielo que eran cascadas congeladas. Como tiene vértigo en la 1ª escalada no pudo llegar más que a la mitad y tuvieron que bajarlo. Pero el cantante, retador y bromista, ya le dijo en el aeropuerto, tras la peta que le echó Calleja por llegar tarde, que si los de León eran fuertes los asturianos no se quedaban atrás. En las escaladas, a base de piolet en cada mano y un armazón de pinchos en las botas, sufrió mucho porque se le subían los gemelos y tuvo mucho dolor. Fueron a una zona protegida con lobos en semicautividad, Bustamante tuvo que superar su miedo a los canes. Permanecieron de pie con las manos juntas y los brazos en horizontal, mientras los lobos se les medio subían. Luego se arrodillaron y se taparon la cara con las manos. Uno de los lobos arañó en la agitación al cantante en un ojo y pidió salir. Calleja aún permaneció un poco más. Luego le hizo meterse por unas cuevas llenas de estalactitas con pasos muy estrechos por los que debía subir y bajar que pusieron a prueba su claustrofobia. Viajó también en un barco de pescadores, donde entonó algunas canciones antiguas mientras contaba que él procedía de una familia que se dedicaba a faenar en el mar. También se quedaron una noche en paños menores a muchos grados bajo cero para sumergirse en un jacuzzi típico de allí, de madera y flanqueados por antorchas, con el agua casi hirviendo, extraña combinación de frío-calor que por lo visto es sanísima para el cuerpo. En un momento dado salieron a instancias de Calleja, se revolcaron por la nieve y volvieron a meterse. Pero como Bustamante es así retó a Calleja a darse un baño en el mar, que estaba no lejos de allí. Calleja se hizo el remolón al principio pero luego aceptó y se dio el remojón por unos instantes. Durante toda la aventura el cantante no dejó de mencionar a su hija y a su familia, y preguntado por su mujer dijo lo orgulloso y enamorado que estaba de ella. También descubrimos sus fobias, temores y manías.

Con Dani Rovira estuvo en Tailandia, lugar al que siempre había querido ir. Como también iba a escalar, le estuvo entrenando con el acicate de que si ganaba cada entrenamiento conseguía un masaje tailandés, que por lo visto tienen fama. Todas las pruebas las perdió el humorista: la carrera de 10 km., donde la mezcla de calor y humedad lo dejó extenuado; la carrera en tuktuk, los taxis de allí, donde Rovira se comportó como lo haría un españolito medio, gritando imprecaciones a los demás conductores e intentando adelantar a cualquiera que se cruzara en su camino (en todo momento hizo gala de su humor tan particular, por lo que el programa resultó hilarante); y la carrera en piragua, en donde terminó escondiéndose detrás de unos matorrales que crecían sobre el río de la vergüenza que le dio no ser capaz de ganarle a Calleja en nada. Tras cada prueba, el presentador gozaba de las delicias del masaje mientras Rovira refunfuñaba por ahí rumiando su poca fortuna. En lo único en lo que pudo lucirse fue en una lucha parecida al kick boxing, especialidad en la que él había sido campeón en su juventud. Le dijo a su oponente en un inglés macarrónico antes de empezar que si le hacía daño su madre iría a Tailandia y le mataría. Visitaron también un templo. El humorista, que está fuerte porque va al gimnasio, no había escalado nunca y Jesús Calleja le tuvo que enseñar las nociones básicas incluso para poder encaramarse a las primeras rocas, distantes del suelo, a las que tampoco era capaz de subir. Era una escalada con las manos y apoyándose en los pies, cubiertos por “pies de gato”, un calzado especial de suela fina que se adapta como un guante y que evita los resbalones. Cuando llegó a lo más alto en la escalada final dio un grito de júbilo y alzó los brazos en señal de triunfo porque nunca se creyó capaz de conseguirlo. Estuvieron degustando algunos manjares típicos de allí, insectos fritos y cosas así, con gran esfuerzo de Dani por el asco que le daban. También hubo confidencias sentados frente al mar al atardecer, sobre la vida, el amor y el humor, entre otras cosas.

A Santi Millán se lo llevó a escalar el Monte Cervino, que separa Italia y Suiza, por deseo del actor, pues sus padres fueron emigrantes en Suiza y siempre le gustó ese lugar. Santi, que tiene un sentido del humor a medio camino entre el sarcasmo cruel y la absoluta hilaridad, entendía sin apenas explicaciones todas las indicaciones que le iba dando Calleja, algo que éste hizo notar, y salió airoso del accidentado viaje por aquellos parajes montañosos, en los que tan pronto tenía que escalar de forma muy similar a como lo hizo Rovira, como tenía que subir a pie por escarpados senderos entre las rocas. En un refugio a media altura hizo unas bromas a cámara sobre el ambiente que se respiraba allí, muy apagado, y, con la ayuda de un guía experto y su hijo, que eran de la zona, consiguieron llegar a la cima, a 4.470 metros, si mal no recuerdo, tras parar en un determinado momento porque la oscuridad de la noche y las inclemencias del tiempo hacían muy peligroso tanto subir como bajar. De los 24 que iban en la pequeña expedición, pues se sumaron a un grupo que estaba en el refugio, sólo quedaron 6 al final. Calleja, por cierto, que es bastante intrépido, le tiene pavor a las tormentas eléctricas, lo que aprovechó Santi Millán para hacerle cloqueos de gallina, insinuando que era un cobardica. El actor se quedó muy impactado por la experiencia y por los paisajes nevados que desde las alturas se podían contemplar. A Calleja no paró de decirle, medio en broma medio en serio, que si le pasaba algo vendrían sus hermanas y le darían hasta en el cielo de la boca. Calleja llegó a decir que debía tener mucho cuidado con su invitado porque si no no podría volver a España.

Con Santiago Segura estuvo en Indonesia, y eso que tenía una rodilla lesionada porque días atrás se había caído de una bici durante una carrera de mountain bike. Dos años le costó convencerle para que fuera al programa. Urbanita confeso, le gusta viajar pero nunca se perdería en un lugar exótico alejado de las comodidades habituales. Calleja le hizo hacer senderismo por la selva, le llevó al poblado de los Toraja, que acostumbran a embalsamar a sus muertos y conservarlos durante meses o años en sus casas (hasta Calleja temió dormir en una de ellas, con un difunto tan cerca, no así Segura, al que lo único que molestó fue el canto del gallo a todas horas), hizo rafting por las turbulentas aguas de un río que según el presentador no aparecía en los mapas, y también submarinismo, algo que Segura nunca había probado porque tiene un acúfeno en un oído y le han recomendado no sumergir la cabeza bajo el agua. La experiencia fue maravillosa para él, pues le hizo recordar a su madre, gran amante del mar, seguidora fiel de los documentales de Cousteau y que tenía en su casa un acuario del que cuidaba con mimo. Para rematar la aventura ascendió por la ladera de un volcán, que había erupcionado meses atrás, y quiso descender por el cráter hasta donde ebullía una balsa de agua color turquesa, de la que salían vapores sulfurosos. En las rocas había rastros amarillos por el azufre, y tuvieron que aprovechar una racha de viento favorable para asomarse, antes de que volvieran a cubrirles los vapores, que les hacían toser. Calleja quedó muy sorprendido por las afirmaciones de Santiago Segura, del que dijo ser un tipo muy inteligente que se servía del humor como coraza contra el mundo exterior. Durante todo su periplo le iba explicando cosas sobre las costumbres, la fauna, la flora y hasta la geología local con mucho más detalle que con cualquier otro invitado que ha tenido. También le dijo que no era muy expresivo, algo que pareció no hacerle mucha gracia. Para Calleja todo el que no grite o haga aspavientos es inexpresivo, cuando la emoción tiene muchas formas de expresión. Le preguntó a Segura si volvería a hacer una ruta así y le contestó que si iba con él sí, porque con él se sentía seguro.                                                                                                                                        

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