viernes, 23 de octubre de 2009

Cómicos americanos
















Cuántos buenos momentos nos han hecho pasar los cómicos de hace años, muchos de los cuales provenían del cine mudo. Las generaciones actuales no tienen la suerte de disfrutar de ellos porque emiten sus películas por televisión muy de vez en cuando.
Oliver y Hardy, o el Gordo y el Flaco como se les solía conocer, llenaban la pantalla de escenas hilarantes, repitiendo el esquema que también se emplea en el circo del payaso listo y dominante que está siempre enfadado con el payaso tonto y débil, al que maltrata. El Flaco lloraba constantemente porque se veía metido en situaciones difíciles de las que surgía siempre algún desastre, y temía por las consecuencias de lo sucedido y por la reacción del Gordo. Este le daba capones y le regañaba, mientras él se lamentaba, y es la sencillez y simplicidad misma de su humor, que construía la acción basándose en historias simples que se iban complicando y te llevaban a límites insospechados, la clave de su éxito durante tantos años. Era la típica pareja que no podía estar junta, pero tampoco separada.
Buster Keaton era muy original. Su humor se basaba en la ausencia absoluta de expresión. Su rostro permanecía inalterable, ni reía, ni lloraba, ni se enfadaba o asustaba, y resultaba por ello tan absurdo que no podías hacer otra cosa que reír. Salía ileso de las situaciones más peligrosas y disparatadas, como cuando está a punto de morir aplastado por un tren, al que acaba encaramándose y sobre el que se mantiene con posturas imposibles, o como cuando se le desplomaba una casa de madera encima y él se salvaba porque coincidía que justo sobre él caía una ventana sin cristales. Ideaba desastres nunca antes vistos en el cine. A muchos no les gustaba porque su seriedad hacía que resultara antipático, pero supo crear un personaje que movía a la compasión por su tristeza y por la extrañeza de las cosas que le ocurrían, un ser al que pese a su falta de aparente emoción y tratándose de cine mudo, se le comprendía perfectamente y despertaba el deseo de protegerle.
Harold Lloyd se hizo famoso por sus gafitas redondas y el sombrero tan típico de los años 20-30 que siempre llevaba. Alto y delgado, con su traje impecable, ágil y nervioso, muy sonriente, se le recuerda sobre todo por la escena en la que terminaba colgado de las agujas de un gran reloj situado en la fachada de un edificio altísimo, suspendido en el aire a punto de caer a cada momento.
Los hermanos Marx fueron genios indiscutibles de la parodia y los diálogos hilarantes e inteligentes. Estaban perfectamente compenetrados entre sí y por eso sus gags funcionaban siempre muy bien, e incluso se permitían el lujo de improvisar. Ellos trabajaban habitualmente en el teatro, y allí solían medir el tiempo que el público se pasaba riendo para calcular la duración de las pausas entre unas bromas y otras y que no se solaparan entre sí. Tenían un sentido del ritmo de la comedia y de lo cómico como pocos. Esta técnica la emplearon también en sus películas, y ha sido imitada por otros, como el director de cine Billy Wilder.
De Chaplin hablé en este blog hace ya tiempo. Su calidez y humanidad, su ingenuidad y su fuerza, tanto en sus films mudos como en los sonoros, son indiscutibles. Fue el maestro de todos los que siguieron, un genio sin parangón.
Los cómicos que vinieron después tuvieron un estilo muy diferente.
Danny Kay, tan rubio y delgado, nervioso y tímido, pero que siempre se sobrepone y saca de dentro de sí a un auténtico titán capaz de todo, un hombre muy dulce que me hizo reír mucho.
Jerry Lewis, con sus gestos imposibles que le deformaban la cara, a veces mirando a cámara directamente, su forma de hablar haciendo como si fuera muy tímido y un poco retrasado, su capacidad camaleónica para cambiar de personajes en una misma película, era terriblemente hilarante.
Jack Lemmon y Walter Mathau eran increíbles juntos, siempre gruñendo, pero incapaces de pasar el uno sin el otro. Mathau era el colmo del sarcasmo, sabía sacarle partido a un rostro feo que sin embargo movía a la carcajada cuanto más serio se ponía. Humor de la cotidianeidad, inteligente, disparatado. Eran inigualables.
Los cómicos americanos actuales no me gustan, son chabacanos y facilones, una fábrica interminable de películas de dudosa calidad, con esquemas repetidos y poca imaginación. Nada que ver con lo que estábamos acostumbrados anteriormente.
Los cómicos americanos de hace décadas nos han dejado el legado de su impagable quehacer profesional y se han convertido por méritos propios en leyenda. Siguen estando vigentes a pesar del paso del tiempo, y siempre es muy reconfortante verlos de vez en cuando en televisión, o coleccionando sus películas como hago yo.
Nunca les podremos olvidar.

2 comentarios:

Perséfone dijo...

Todos los cómicos que has mencionado me parecen auténticos genios, aunque cada uno a su modo, por supusto.

Particularemente siempre me llamó la atención que, antaño, ni si quieran hicieran falta las palabras para sonsacar una enorme carcajada al público.

Y a todo esto, cuanta falta nos hacen aquellos que desean dedicar su vida a hacer reir (y por ende, un poquito más feliz) a su público.

Preciosa entrada.

Un abrazo.

pilarrubio dijo...

Son personas que seguirán haciendo reir para siempre. Un abrazo Perséfone. Pilar

 
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