Hace poco vi un reportaje muy interesante acerca de unos chavales que tienen percepciones extrasensoriales, lo que se suele llamar el sexto sentido.
El mayor, de 17 años, vivía solo con su madre, que también las tenía, y ambos estaban muy angustiados porque no se atrevían a hablar de ello con nadie, no fuera a ser que los marginaran y los tildaran de locos.
Los otros dos, un niño de 12 años y su hermana de 10, vivían con sus padres y parecían afrontar el tema con más naturalidad y hasta con humor, menos el niño, que estaba muy asustado por las cosas que a veces tenía que ver y sentir.
El programa los junta a todos y, bajo la supervisión de un estudioso de la materia que parecía tener también estar percepciones, habitan durante unos días una casa en la que hay presencias. Estos chicos veían personas que estaban muertas, y sentían su dolor, su miedo o su angustia. El supervisor de la experiencia quería enseñarles a enfrentarse a estas visiones y a canalizar sus posibles temores y las sensaciones que estas presencias les transmitían, sobre todo para que no les afectara a ellos físicamente.
La niña, que era muy pizpireta y demostraba ser muy atrevida, tenía también premoniciones: podía saber con bastante antelación cuándo se iba a producir un hecho importante que afectara a muchas personas, casi siempre catástrofes naturales. Decía sentir tristeza e impotencia por no poder avisar a los posibles afectados antes de que se produjeran los hechos.
Su hermano consiguió durante aquellos días superar el lógico miedo que cualquiera tendría si pudiera ver muertos y sentir lo que ellos sienten. Tuve la impresión de que lo que más le angustiaba era pensar que esto le pasaba porque quizá no estuviera bien de la cabeza, y que esas visiones se terminaran apoderando de él y dominando su vida. Verle sonreir por primera vez fue muy reconfortante.
Yo tuve hace tiempo una compañera en el trabajo, Valle, que durante una época de su vida experimentó esta clase de percepciones. Cuando era más joven hacía labores de arqueología y compartía piso con dos de sus compañeras. Pero una noche apareció en la puerta de su habitación una chica muy pálida, con el pelo largo, oscuro y como mojado, que estaba ensangrentada y medio desnuda, tan sólo cubierta apenas por una toalla. Valle decía que la miró con angustia y que parecía querer decirle algo. Tan derrotada estaba por toda una jornada de trabajo que apenas podía abrir los ojos e incorporarse en la cama. Cuando ya pensaba que había sido una pesadilla, al día siguiente volvió a aparecer y esta vez despertó a su compañera de habitación que también la vió. Cuando le comentaron a la portera del inmueble, un edificio muy antiguo, lo sucedido, ella les contó que hacía mucho tiempo una mujer joven había sido asesinada por su celoso marido mientras se estaba bañando, en el piso que ellas ocupaban. Valle y sus compañeras no tardaron en cambiarse de casa.
Yo comparto con mi madre y creo que también con mi hijo la capacidad para tener premoniciones, aunque no tan claras y frecuentes como la niña del reportaje. A veces pienso en una persona que hace mucho que no veo y me encuentro con ella ese mismo día o al día siguiente, normalmente gente que ha sido significativa en mi vida por alguna razón. A veces pienso que es como si conservara por ello una conexión mental o espiritual.
Cuando tuvieron lugar los atentados de Atocha, la tarde anterior estaba charlando con mi madre en el salón de su casa, y de repente dejé de oir lo que me estaba diciendo y se formaron en mi cabeza unas imágenes extrañas, en las que veía como si los cristales de la ventana que tenía detrás de mí, bajo la cual estaba sentada, estallaban en mil pedazos y volaban sobre mí. Fue una sensación muy rara, porque me pareció una cosa muy real que me venía de pronto a la mente y era como si estuviera yo metida en mitad de la acción y ésta transcurriera de forma ralentizada. Debió durar sólo unos segundos, pero a mí me parecieron minutos, y durante todo ese tiempo sentí un calor sofocante y una angustia extraña y opresiva, un miedo que normalmente no suelo tener.
Ver muertos por supuesto que no los veo, pero he notado su presencia o, como si dijéramos, su esencia, siempre personas de mi familia. Cuando murió mi abuela paterna (yo no sabía que se estaba muriendo), esa noche, cuando estaba a punto de dormirme, noté como si me invadiera una ternura muy grande, una dulzura, que ella siempre transmitía, y me vinieron a la memoria escenas de cuando ella veraneó con nosotros y nos preparaba un postre que sólo ella hacía. Hace poco cuando falleció mi suegro, al día siguiente noté como algo que pasaba rápidamente por detrás de mí cuando estaba con mis hijos en casa, y pensé enseguida que era él que nos visitaba y nos estaba mirando. Me gustó la sensación, aunque también sentí pena.
Ignoro qué es lo que tienen esas personas que nacen con un sexto sentido que no tengan los demás, pero es una cualidad que convendría estudiar en profundidad.
Puede que entonces fuésemos testigos de sorprendentes revelaciones.