jueves, 24 de junio de 2010

Impresionistas: Renoir




Los primeros trabajos de Renoir no fueron pictóricos, sino como decorador de porcelanas y abanicos, en donde pudo dar rienda suelta, a pequeña escala, a su gusto por la pintura galante del siglo XVIII, algo que después se reflejaría también en sus cuadros, lo que le distinguió del resto de artistas de su grupo.


Pero convertirse en pintor reconocido fue durante años un sueño muy lejano para él. Hasta los 40 años sobrevivió con la ayuda de sus amigos, pero el goloso festín de colorido que le ofrecía la vida de los parisinos al aire libre, los bailes populares y la belleza de las costureras que pululaban por Montmartre y que posaban para él le compensaban de todo.


Vendió su primera obra maestra, El palco, expuesta en la primera muestra de los impresionistas, por lo que debía a su casera, una miseria si se lo comparaba con lo que costaba un cuadro de los habituales del Salón. A la segunda exposición del grupo presentó 14 obras, algunas especialmente importantes, como Desnudo al sol, que indignó a la crítica. La actitud de ésta le hirió profundamente, pues si algo apreciaba era precisamente la sensualidad de la piel femenina, y por nada hubiera querido hacerla parecer fea ni execrable. Era lo primero que buscaba en sus modelos, siempre regordetas y deliciosamente saludables, porque según sus palabras "una mujer debe ser pintada como una bella fruta".


Se casó con Aline Charigot, una costurera con la que tuvo tres hijos, y fue todo lo feliz que le permitió la enfermedad degenerativa que ensombreció su vida a partir de los 50 años.


Con Aline y sus hijos como modelos, su obra se centra definitivamente en la figura humana. El éxito le sonríe, pero tras varias operaciones, la artritis lo deja inválido. En silla de ruedas, con el pincel sujeto con esparadrapos a la mano deformada, siguió pintando desnudos llenos de vitalidad.


Su lucha por la pintura como retrato de la belleza de la vida es una de las páginas heroicas de la historia del arte. Aunque él, con la sencillez del artesano que siempre fue, afirmó que lo que lo sostuvo frente a la adversidad fue algo muy distinto al heroísmo: "No sé si me habría hecho pintor si Dios no hubiera creado el pecho femenino".


Para Renoir, en todo caso, pintar constituyó siempre un auténtico placer.
 
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