sábado, 26 de junio de 2010

El show de Truman







Siempre que veo El show de Truman siento un terrible desasosiego: un hombre es manipulado desde el mismo momento de su nacimiento, y sin que él lo sepa, para ofrecer ante miles de cámaras, ocultas y repartidas a lo largo y ancho de un pueblo creado al efecto para la ocasión, el espectáculo de la vida, su propia vida, a millones de personas que, no contentas con vivir sus propias existencias, siguen con avidez sus pequeñas y grandes peripecias cotidianas, desde que estaba en el seno materno hasta la primera vez que comió papilla, comenzó a andar o se le cayó un diente.



Parece que la representación, a modo de obra teatral, de la vida sin mayores complicaciones es suficiente motivo de interés para el gran público, que se ve reflejado en todas y cada una de las vicisitudes que le suceden a su protagonista. Pero cuando éste comienza a sospechar que algo no es normal y, finalmente, descubre todo el montaje, a la comprensible desesperación inicial le sigue una rebelión personal que contará con el apoyo entusiástico de todos aquellos que le siguen. Pudiera parecer que los espectadores le querrán mientras se desenvuelva movido por los convencionalismos sociales establecidos, una vida modélica, un ejemplo a seguir, todos le tienen por alguien de su propia familia a fuerza de verle durante tantos años. Pero la reacción de los televidentes es todo lo contrario: hacer cosas distintas, salirse de las rígidas normas que nos atenazan, es motivo de aplauso general.



Truman sale del anodino programa de televisión en el que se ha visto inmerso algo más de tres décadas con entusiasmo, esperanza y un toque de humor. Pero yo me pongo en su lugar, cualquiera puede ponerse, y no creo que mi reacción fuera tan optimista. Quién no se ha sentido identificado con alguno de los aspectos que salen a relucir en el show de Truman. En realidad, desde el mismo momento que venimos al mundo, son los demás los que deciden por nosotros, y así durante mucho tiempo, a veces a lo largo de toda nuestra vida. Primero nuestra familia, después la familia que formamos, los amigos, los jefes en el trabajo, las autoridades, nuestros gobernantes.... Todos parecen formar parte de una representación en la que el principal objeto es influir sobre nuestras decisiones y sobre nuestra manera de concebir la vida.



La falta de libertad tan angustiosa de Truman no es muy distinta de la que la mayoría de nosotros tenemos. Nos hallamos presos de horarios, obligaciones y rutinas que la sociedad en la que vivimos nos impone, y yo, como Truman, siento muchas veces deseos de plantarme y decir "hasta aquí hemos llegado".



El creador del programa le decía a su protagonista, cuando el velero en el que huía a través de un mar artificial con tormentas y oleajes también artificiales choca contra el fondo del monumental escenario, un decorado que representa un horizonte azul lleno de nubes blancas, que fuera de aquel mundo que había creado para él no iba a encontrar nada mejor, que era falso lo mismo que aquel del que intentaba escapar, sólo que allí nunca nada malo ha de pasarle. Intenta que sienta miedo, la más paralizante de las emociones, pero Truman decide (por primera vez en su vida), qué es aquello que quiere, escoge libremente, para bien o para mal, porque lo que no se puede consentir es que otros se crean dueños de tu vida y decidan por tí.



El creador, un gran tirano que juega a ser Dios aunque se ponga una máscara benefactora de padre absoluto y amoroso, se queda de una pieza porque no se lo esperaba. De nada le han valido los chantajes emocionales, tan frecuentes también en el mundo real, ni las amenazas augurando peligros de todas clases. "Aquí estarás siempre seguro". Pero a qué precio, un precio que Truman no está dispuesto a pagar.



Un mundo como el que habitaba Truman, donde hasta la salida de sol o de la luna estaban controlados por ordenador, donde todos los que participaban en él eran meros actores, es como esas superestructuras familiares, amorosas o sociales que se montan en torno nuestro afirmando garantizar nuestra seguridad, y que sólo sirven para ahogar nuestras aspiraciones, nuestros anhelos, nuestra verdadera forma de ser.



Será posible que, como Truman, podamos salir de semejantes trampas siempre que nos veamos inmersos en ellas, marchándonos por una puerta apenas vislumbrada en el decorado, que diga "Exit". Y tener la oportunidad de saber lo que es auténtico de verdad.
 
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