miércoles, 2 de junio de 2010

In Arcadia ego


Parece mentira en los tiempos que corren que la tan ansiada y cacareada igualdad entre el hombre y la mujer esté cada vez más lejos, pese a la cantidad de dinero que se están gastando en campañas publicitarias, creación del correspondiente Ministerio, Consejerías e Institutos, centros de apoyo y acogida, y el resto de la parafernalia que, por desgracia, se nos ha hecho tan familiar.
Nunca antes la mujer estuvo más expuesta a la mirada crítica de la sociedad, nunca antes tan perseguida por el macho como ahora. Cuando sale un anuncio con una mujer tendida en el suelo inconsciente con su hijo llorando junto a ella, o cuando aparece con la cara llena de moratones mirando directamente a la cámara, parece que el sexo femenino se ha convertido en un grupo de riesgo que no deja de pedir clemencia por algo malo que ha debido hacer, de inspirar compasión.
Ahora las mujeres que se ven amenazadas por sus parejas compartimos con los ancianos un aparato que se cuelga del cuello para avisar a un centro social en caso de existir una situación de riesgo. Y aún así no es un sistema que garantice seguridad alguna.
Dicen que todo esto no es tan necesario en el norte de Europa. ¿El clima?. ¿La educación?. ¿Son las nórdicas sociedades más avanzadas que la nuestra?. Puede. O quizá sea que enarbolar una bandera reivindicativa de derechos femeninos ponga nerviosos a los hombres, eternos dueños de la Creación, y consigamos el efecto contrario, que se cierren en banda sintiéndose amenzados en sus prerrogativas.
Qué absurdo, tan absurdo como cualquier otra injusticia social. Nunca he entendido por qué unos tienen que estar por encima de otros. Somos diferentes, pero no mejores ni superiores unos respecto a otros.
El feminismo es una causa que hay que abrazar sin remisión tal y como están las cosas, aunque yo tengo mis reservas respecto a ella, por su radicalismo. Ya desde los tiempos de las sufragistas, a las que en su momento se puso en tela de juicio y que sufrieron todo tipo de burlas y escarnio, los hombres decían que eran señoras de cierta posición que se aburrían en sus casas y, como no tenían otra cosa mejor que hacer, habían decidido salir a la calle a dar unos cuantos gritos y montar algún cisco en corrillo, que es en realidad lo que se supone que ya hacíamos habitualmente aunque con menos alharacas.
Y qué poco hemos evolucionado desde entonces. Mientras haya sociedades en las que las mujeres tengan que ir tapadas de los pies a la cabeza, como si tuvieran algo malo que ocultar o de lo que avergonzarse, mientras sigan siendo lapidadas y sufriendo ablaciones, qué sentido tiene todos los discursos que puedan hacerse sobre el tema. Y encima basándose en tradiciones religiosas. Qué Dios es aquel que discrimina a sus hijos, qué divinidad permite y fomenta que cualquiera de los seres que ha creado sea torturado y asesinado en su nombre y de esa manera.
No hace falta ir muy lejos para comprobar hasta qué punto estamos en pleno retroceso social y cultural. Sólo hay que oir las letras de la mayor parte de las canciones de reagatton, algunas número uno en las listas de ventas, que nos vienen en su mayoría de Sudamérica, para hacernos una idea del desastre. En ellas el sexo es casi siempre el tema principal, y la mujer su objeto principal y su obsesivo motivo de escarnio. Por poner un ejemplo de una que se oye mucho ahora: “Yo tengo una amiga, que cada vez que la veo, no sé si darle un beso, o darle un hueso, perra”. Y se quedan tan anchos.
Y estas no son las más procaces que he podido oir. Algunas llaman putas a todas las mujeres, ya sean novias, madres o hermanas. El empobrecimiento mental y el deterioro del buen gusto van a la par a pasos agigantados.
Quisiera pensar que alguna vez podré decir que hemos conseguido llegar a la Arcadia, ese lugar imaginario donde reina la felicidad, la sencillez y la paz, un lugar donde no habrá hombres y mujeres, sino sólo personas.
In Arcadia ego.
 
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