El ser humano ha necesitado siempre de héroes, pequeños dioses que cada día más están sustituyendo a nuestro Dios tradicional, en una sociedad de creciente laicismo, y que son prosaicas referencias a las que acogerse y venerar como se han venerado a los ídolos mundanos desde los orígenes de la Creación, pues permiten que este mundo parezca un lugar mejor, más humano y habitable.
Estando en el último año del colegio recuerdo que el héroe que me deslumbró fue Superman, aquel ser prodigioso con apariencia de hombre corriente que, cuando llegaba la ocasión, se deshacía de la formalidad de su traje encorbatado, sus gafas de miope y su aburrida raya a un lado en su repeinada cabellera, para sacar a relucir su verdadera personalidad, justiciero en sempiterna lucha contra el Mal. Me encantaba verle volar sobre las casas, los campos y las nubes y, más que ninguna otra cosa, en el espacio exterior, dominando al planeta azul Tierra enfundado en su ceñidísimo mono también azul con su capa roja ondeando al viento. Había nobleza en su porte, luz en sus ojos, belleza apolínea en todo su conjunto. Era un dechado de virtudes, la perfección personificada.
Pero poco tienen que ver los superhérores de los cómics que vemos ahora con los de aquel entonces: Spiderman no deja de aburrirnos repitiéndose una y otra vez en una interminable saga cinematográfica, pues ha resultado ser una vulgar imitación de Superman, un pálido reflejo representado en un actor enclenque con escasas cualidades interpretativas. No es suya la costumbre de correr por la calle quitándose la ropa cuando surge una emergencia a la que acudir presto, descubriéndonos su atuendo de superhéroe que en realidad no se quita ni para dormir, aquel que es el que verdaderamente le distingue del resto de la Humanidad, con esa enorme S cruzándole el pecho. No es suya la idea de una novia a la que no puede revelar su identidad y a la que sus enemigos ponen constantemente en peligro sólo para hacerle daño. No es suya tampoco la figura del vengador que reparte leña allí donde hace falta, restituyendo el orden natural de las cosas.
En cuanto a Los Cuatro Fantásticos, por poner un ejemplo, con el hombre de goma, la mujer invisible, el hombre de piedra y el de fuego, al que se une amistosamente alguna que otra vez el hombre de hielo, y que tienen que luchar contra el hombre de arena, resultan poco convincentes, sobre todo porque casi forman todos juntos un equipo de fútbol, lo cual les resta protagonismo individual, sus supuestas heroicidades se confunden unas con otras y ninguna sobresale por su especial brillantez. Muchos efectismos visuales y sonoros y poca garra. Les falta sustancia, sus hazañas están descafeinadas, no tienen fundamento, no se esgrimen verdaderos argumentos de superhéroe como la honestidad, el altruismo, el auténtico sentido del valor, la abnegación, la entrega. Lo único interesante que parecen aportar es la aparición en escena por primera vez de una mujer, a la que hasta ahora no se la debía haber creído capaz de heroicidades y poderes sobrenaturales de ninguna clase.
Pero Superman podía hacer cosas que nadie más ha podido hacer jamás: detenía el tiempo, daba marcha atrás, invertía el sentido del movimiento rotatorio de la Tierra para deshacer lo que estuviera mal hecho y así cambiar el rumbo de la existencia, el destino fatal al que a veces parecemos estar avocados. Los que habían muerto volvían a la vida, los accidentes y catástrofes ya no tenían lugar. Era como si jugara a ser Dios. Y todo lo hacía por amor. El superhéroe venido de otro planeta albergaba en su interior un corazón humano con el que era capaz de sentir una gran pasión. Si se volvía malo era sólo bajo el influjo de maléficos sortilegios, nunca por propia iniciativa. Incluso sus puntos flacos, sus debilidades, como la proximidad de la kriptonita, que agotaba sus poderes y su aliento vital, le hacían aún más irresistible si cabe, porque tanta perfección habría resultado fría, hueca, repelente, un tanto insoportable.
Yo no necesito superhéroes que sustituyan a Dios, eso sería ridículo, no tendría sentido alguno, pero sí albergo esa idea romántica de un hombre o mujer distintos de la mayoría, capaz de cosas extraordinarias. Seguro que hay muchos caminando por ahí, viviendo cerca de nosotros, cruzándosenos por la calle, con una apariencia corriente, sin saber que dentro de sí encierran cualidades fuera de lo común. Puede ser que incluso seamos nosotros mismos y sólo falta que nos pongan a prueba para demostrar lo lejos que podemos llegar.
Estando en el último año del colegio recuerdo que el héroe que me deslumbró fue Superman, aquel ser prodigioso con apariencia de hombre corriente que, cuando llegaba la ocasión, se deshacía de la formalidad de su traje encorbatado, sus gafas de miope y su aburrida raya a un lado en su repeinada cabellera, para sacar a relucir su verdadera personalidad, justiciero en sempiterna lucha contra el Mal. Me encantaba verle volar sobre las casas, los campos y las nubes y, más que ninguna otra cosa, en el espacio exterior, dominando al planeta azul Tierra enfundado en su ceñidísimo mono también azul con su capa roja ondeando al viento. Había nobleza en su porte, luz en sus ojos, belleza apolínea en todo su conjunto. Era un dechado de virtudes, la perfección personificada.
Pero poco tienen que ver los superhérores de los cómics que vemos ahora con los de aquel entonces: Spiderman no deja de aburrirnos repitiéndose una y otra vez en una interminable saga cinematográfica, pues ha resultado ser una vulgar imitación de Superman, un pálido reflejo representado en un actor enclenque con escasas cualidades interpretativas. No es suya la costumbre de correr por la calle quitándose la ropa cuando surge una emergencia a la que acudir presto, descubriéndonos su atuendo de superhéroe que en realidad no se quita ni para dormir, aquel que es el que verdaderamente le distingue del resto de la Humanidad, con esa enorme S cruzándole el pecho. No es suya la idea de una novia a la que no puede revelar su identidad y a la que sus enemigos ponen constantemente en peligro sólo para hacerle daño. No es suya tampoco la figura del vengador que reparte leña allí donde hace falta, restituyendo el orden natural de las cosas.
En cuanto a Los Cuatro Fantásticos, por poner un ejemplo, con el hombre de goma, la mujer invisible, el hombre de piedra y el de fuego, al que se une amistosamente alguna que otra vez el hombre de hielo, y que tienen que luchar contra el hombre de arena, resultan poco convincentes, sobre todo porque casi forman todos juntos un equipo de fútbol, lo cual les resta protagonismo individual, sus supuestas heroicidades se confunden unas con otras y ninguna sobresale por su especial brillantez. Muchos efectismos visuales y sonoros y poca garra. Les falta sustancia, sus hazañas están descafeinadas, no tienen fundamento, no se esgrimen verdaderos argumentos de superhéroe como la honestidad, el altruismo, el auténtico sentido del valor, la abnegación, la entrega. Lo único interesante que parecen aportar es la aparición en escena por primera vez de una mujer, a la que hasta ahora no se la debía haber creído capaz de heroicidades y poderes sobrenaturales de ninguna clase.
Pero Superman podía hacer cosas que nadie más ha podido hacer jamás: detenía el tiempo, daba marcha atrás, invertía el sentido del movimiento rotatorio de la Tierra para deshacer lo que estuviera mal hecho y así cambiar el rumbo de la existencia, el destino fatal al que a veces parecemos estar avocados. Los que habían muerto volvían a la vida, los accidentes y catástrofes ya no tenían lugar. Era como si jugara a ser Dios. Y todo lo hacía por amor. El superhéroe venido de otro planeta albergaba en su interior un corazón humano con el que era capaz de sentir una gran pasión. Si se volvía malo era sólo bajo el influjo de maléficos sortilegios, nunca por propia iniciativa. Incluso sus puntos flacos, sus debilidades, como la proximidad de la kriptonita, que agotaba sus poderes y su aliento vital, le hacían aún más irresistible si cabe, porque tanta perfección habría resultado fría, hueca, repelente, un tanto insoportable.
Yo no necesito superhéroes que sustituyan a Dios, eso sería ridículo, no tendría sentido alguno, pero sí albergo esa idea romántica de un hombre o mujer distintos de la mayoría, capaz de cosas extraordinarias. Seguro que hay muchos caminando por ahí, viviendo cerca de nosotros, cruzándosenos por la calle, con una apariencia corriente, sin saber que dentro de sí encierran cualidades fuera de lo común. Puede ser que incluso seamos nosotros mismos y sólo falta que nos pongan a prueba para demostrar lo lejos que podemos llegar.