lunes, 21 de junio de 2010

Los curiosos miembros de la Royal Society


Sólo un club de genios de las características de la Royal Society podía albergar a los científicos y pensadores más atrevidos que pudiera uno imaginarse. En sus 350 años de historia sus premisas han sido el afán de experimentación, la curiosidad sin límites y un punto de excentricidad muy británico. Algunos de ellos, además de legarnos valiosísimos descubrimientos, nos han dejado un sin fin de anécdotas que han pasado a los anales de la ciencia como dato que reafirma la extendida teoría de que los grandes cerebros suelen ser despistados e impredecibles.

Y así tenemos a John Haldane, bioquímico hijo de científicos y descendiente de aristócratas, cuyo gusto por la experimentación rozaba la chaladura y el desprecio a la propia vida. Sus investigaciones sobre gases las realizó usando sus propios pulmones. Fabricó una cámara hiperbárica casera en la que se metía para estudiar los efectos de la descompresión. Una vez le dieron convulsiones tan violentas que se rompió varias vértebras, pero el buceo moderno sería imposible sin las tablas que él ideó. Como secuela le quedó una perforación de tímpano, sobre la que solía bromear: "La membrana se suele curar en pocos meses, y si aún queda algún agujero, aunque te quedes algo sordo, cuando fumas puedes expeler el humo por la oreja en cuestión, algo que causa sensación en las reuniones". Durante la 1ª Guerra Mundial se paseó por las trincheras para catar los gases que utilizaban los alemanes. En más de una ocasión estuvo a punto de asfixiarse, pero fue así como diseñó la primera máscara antigas.

Él no fue el único en asumir riesgos temerarios. Benjamin Franklin, empeñado en demostrar que los rayos no eran fuerzas sobrenaturales, salió al campo en plena tormenta con una cometa amarrada a un cordel metálico. Milagrosamente, sobrevivió al rayo fulminante.

Isaac Newton descubrió que la luz está compuesta por una suma de colores cuando un rayo de sol atravesó la ventana de su estudio. Se dice que era capaz de leer y montar a caballo al mismo tiempo. Su relato de la caída de la famosa manzana que inspiró las leyes de la gravedad demuestra que Newton disfrutaba tanto contando la anécdota y la pulió de tal modo que, en la versión que ha quedado para la historia, la manzana rebota graciosamente en su cabeza, cuando la realidad fue menos pintoresca.

Christopher Merret, uno de los socios fundadores, mientras experimentaba sobre la fermentación del vino se percató de la agradable efervescencia del brebaje resultante. Había inventado, sin proponérselo, el champán.

El físico Alessandro Volta informó a la Royal Society de sus ensayos con discos de plata y zinc sumergidos en agua salada. Cuando tocó los extremos, recibió una descarga. Desmentía así a su amigo Luigi Galvani, que defendía que sólo el contacto de dos metales con el músculo de una rana originaba una corriente. Zanjaba pues la polémica entre partidarios de la electricidad animal y la metálica, y de paso inventaba la pila.

El químico Robert Boyle inspiró la primera transfusión de sangre entre dos perros, y años después un estudiante fue convencido por dos miembros de la Royal Society para recibir una transfusión de sangre de oveja. Milagrosamente, sobrevivió al experimento. "El paciente está contento, incluso ha bebido un licor y fumado una pipa ", anotó un testigo.

El capitán James Cook, que documentó por primera vez el Pacífico, escribió una carta a la Royal Society en la que daba cuenta de cómo había librado a su tripulación de enfermar de escorbuto incluyendo cítricos y col agria en la dieta.

Alexander Fleming no patentó su descubrimiento, la penicilina, para que los antibióticos llegasen a todo el mundo. Él fue la viva imagen del altruismo.

El reverendo Thomas Bayes era un predicador mediocre pero un matemático soberbio. Diseñó una compleja ecuación que no tenía ninguna utilidad práctica en su tiempo, mero pasatiempo que ni se molestó en publicar, pero a su muerte un amigo la envió a la Royal Society. El modesto ensayo sobre la teoría de las probabilidades apareció en 1763 y durmió el sueño de los justos durante 250 años. Hoy, el teorema de Bayes es utilizado en modelos informáticos sobre el cambio climático, pronósticos del tiempo, astrofísica, datación de fechas por radiocarbono, análisis bursátil y proyecciones de encuestas.

El astrónomo Edmund Halley fue admitido antes de terminar su licenciatura en Oxford; Charles Darwin, cuando aún no se conocían sus investigaciones sobre la evolución; William Henry Fox Talbot, dos años antes de inventar la fotografía.

La Royal Society no era una sociedad elitista. El óptico y naturalista Antoni van Leeuwenhoek era un autodidacta al que se publicó 200 ensayos y dibujos sobre vida microscópica. No sabía inglés ni latín. Escribía sus experimentos como buenamente podía en la jerga callejera del sur de los Países Bajos, donde se ganaba la vida vendiendo paños.

Lo que sí fue este selecto club es machista, pues las mujeres han entrado en él con cuentagotas. Caroline Herschel fue la primera fémina que recibió un salario por un trabajo científico como astrónoma real. Descubrió 8 cometas y 14 nebulosas, pero eso no le bastó para ser admitida.
La física Hertha Ayrton fue la primera nominada, pero su candidatura acabó siendo rechazada porque estaba casada.

La Royal Society lo cuestionaba todo, no se conformaba con las verdades establecidas. Y a veces estas normas se cumplían tan a rajatabla que daban lugar a situaciones cómicas, como cuando el naturalista Daines Barrington se cruzó media Europa para visitar a Mozart, cuando éste apenas tenía 8 años. Le sometió a una batería de examenes mientras éste tocaba el clavicordio. Barrington volvió a Londres muy satisfecho. "No es un enano, como sospechaban algunos, sino un genio precoz que toca como los ángeles, a pesar de que sus deditos apenas llegan a una quinta parte del teclado y que, juguetón, deja la interpretación a medias y se baja del taburete para perseguir a su gato", expuso solemnemente.

La Royal Society fue fundada por los seguidores de Sir Francis Bacon, filósofo que proponía que el conocimiento sólo se alcanza mediante ensayos y errores. El rey Carlos II les dió carta real. Su lema: "Nullius in verba", "No hay que dar nada por sentado". Pero sus miembros desterraron el latín como lengua del saber y usaron un inglés llano, sencillo, sin florituras retóricas. Fue y es una suma de esfuerzos en la que cada avance es publicado, compartido y revisado por la comunidad científica. Ellos, con su genialidad, su curiosidad y su osadía, han iluminado cada paso de la Humanidad en su aspiración por comprender el Universo.

 
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