miércoles, 23 de junio de 2010

Impresionistas: Monet




En una época en la que apenas existían las muestras individuales, el Salón de la Academia era el único sitio en el que un artista podía darse a conocer. Un joven Monet, que había llegado a París con los ahorros conseguidos haciendo caricaturas en El Havre, triunfa en ese escaparate de la pintura oficial con un retrato intachablemente clásico de su amante de 19 años, Camille. Pero el aclamado Monet está obsesionado con representar la figura humana, tan valorada por la Academia, al aire libre. Sólo un año después pinta Mujeres en el jardín, el primer cuadro enteramente plein air y el primero que le rechaza el Salón.


Monet encuentra, sin embargo, el tema al que va a dedicar toda su vida: la luz. Y comienza su largo calvario económico. Veinte años de la más dura bohemia. Su padre le retira su apoyo al saber de su relación con Camille, con la que tiene su primer hijo.


Pinta marinas, jardines y balnearios a orillas del Sena, temas que lo alejan cada vez más del Salón, pero no de su apasionada convicción: la pintura como el retrato de un instante. La imagen de una sensación hecha de luz y color.


Se establece en Argenteuil, donde construyó un pintoresco barco-taller como estudio de pintura. Gustaba de salir a paso ligero con Camille y sus niños, que le llevaban cinco o seis lienzos que mostraban el mismo motivo a distintas horas del día. En el barco los trabajaba rápido, uno tras otro, y los iba dejando a medida que la luz variaba.


Los artistas consagrados como Courbet se buarlaban del estrafalario método que Monet tenía para trabajar fuera del estudio una obra de gran formato, a base de excavar en la tierra para sujetar el lienzo. Poco le importaba a él. Obtenía a cambio lo que más buscaba: el milagro de la luz.


Se acerca a los 40 años y ha superado un intento de suicidio, pero pinta cuadros llenos de vital optimismo ante la belleza del mundo. Su status económico es precario.


Su mujer muere a los 32 años. Pinta su último retrato en el lecho de muerte. En adelante, las personas desaparecen de sus cuadros.


Más tarde se une a Alice Hoschedé, que ya tenía seis hijos de su primer marido. Se instala con todos en Giverny y su suerte cambia. El marchante Paul Durand-Ruel se convierte en el gran mecenas de los impresionistas. Comienza a pintar en series: 24 cuadros de acantilados, 15 de almiares, 18 vistas del Sena, 30 de la catedral de Rouen... Con ellas le llega el éxito.


Se construye en Giverny el jardín de sus sueños. Un paraíso a su medida, con seis jardineros y tres estudios, donde recibe a políticos, artistas... Y un inmenso estanque con nenúfares al que dedicará sus últimos años, convertido ya en un mito viviente. Pintando bajo una gran sombrilla blanca, persiguiendo un imposible que daría paso a la abstracción. "El motivo, para mí, es del todo innecesario", dijo en una ocasión. "Yo quiero representar lo que hay entre el motivo y yo".
 
MusicaServicios LocalesContadorsAnuncios ClasificadosViajes