Le cogí una cierta manía al director de cine James Cameron porque se ha prodigado demasiado durante un tiempo, o porque quizá sus films son tan intensos y largos que terminan saturando. Sin duda hay que reconocerle su genialidad, el hecho de estar a la vanguardia de todos los avances tecnológicos que se producen en cada momento, que nos dejan anonadados, y su maestría a la hora de desarrollar las historias que cuenta.
Por eso cuando estrenaron su último trabajo, Avatar, me negué a ir a verlo, sobre todo porque pensé que era una película de animación, sólo que muy sofisticada, con seres extraños y argumentos inextricables y carentes de interés. Me indignó el haber tenido que esperar tanto para poder disfrutar de otra de sus creaciones, y luego terminar presentando semejante castaña, engendro o como quiera que se le llame. No sé cuántos años de su vida dicen que ha invertido en hacer este film. Pensé que hay artistas que terminan perdiendo la cabeza en su busca por alcanzar la obra maestra que nadie más pueda superar.
Pero ahora que la he visto en televisión, sin 3D ni nada por el estilo, una vez más me ha sorprendido. James Cameron y su equipo han creado un mundo distinto a todo lo conocido y nos han hecho adentrarnos en él con el realismo al que ya nos tiene acostumbrados. Durante todo el metraje de la película te olvidas de tu propio entorno para vivir esa fantasía que, al menos a mí me ha parecido, es hermosa y al mismo tiempo distinta e inquietante.
El protagonista tiene una misión ineludible que cumplir, pero su pensamiento cambiará radicalmente al conocer a los seres que pueblan esa dimensión alternativa. Orgullosos, fuertes, indómitos, espectaculares en su apariencia, unidos a la tierra y a la Naturaleza que los rodea por unas raíces que van más allá de lo humanamente entendible, el visitante se unirá a su causa hasta el punto de terminar convirtiéndose en uno de ellos para salvar la vida. Me fascina la manera como lo adiestran en su forma de luchar y de relacionarse con ese entorno tan peculiar. Cuesta creer que un ser humano pueda adaptarse a semejante existencia.
Ellos son seres aparentemente salvajes, pero guardan en su interior una dulzura, una sensibilidad y una delicadeza fuera de lo común, algo con lo que el protagonista no tarda mucho en conectar.
Es tan bello el universo que se nos presenta, una especie de selva azul cobalto que se vuelve fosforescente por la noche (me encanta), que no sería difícil pensar que eso pueda ser realmente el paraíso, si no fuera por los monstruos que habitan en ella y que de vez en cuando amenazan a sus habitantes.
Ignoro si la clave de la película es simplemente un mensaje ecologista, pues el fin último parece que es evitar la destrucción de ese mundo maravilloso, como ocurre en nuestro mundo, y se nos presenta como una realidad tan inminente, angustiosa, siniestra y violenta que provoca como un gran pesar en el que lo contempla.
Abandonar su cuerpo humano para entrar en el cuerpo de uno de ellos acaba pareciéndonos lo más natural, aunque es inevitable sentir una pizca de melancolía por ese hombre que ha dejado atrás su identidad y lo ha dado absolutamente todo a cambio de unos ideales.
Avatar es una película extraña, singular, un film de culto como he leído por ahí. La tecnología con la que ha sido hecha está influyendo otros ámbitos distintos del cinematográfico.
Cualquier trabajo de James Cameron es una experiencia en sí misma, e ignoro qué nos deparará en el futuro con su enorme creatividad, pero desde luego nunca nos va a dejar indiferentes.
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