lunes, 24 de enero de 2011

Un poco de todo (X)

- Gracias mil por la llegada de dos nuevos seguidores, Yumypets, que tiene una tienda de animales y que decidió unirse a mi blog con la entrada que hice de Mr. Magorium y su tienda mágica. Seguro que la suya es también una tienda muy especial. Mi otro seguidor no sé cómo se llama pero he visto que pinta unos óleos maravillosos. Gracias mil.

- Qué tiene Darjeeling que es el punto de encuentro en el que convergen seres y experiencias tan distintos. Cuando vi Viaje a Darjeeling, película rocambolesca y original como pocas, me quedé prendada de ese recorrido por la India en tren que hicieron sus protagonistas, en realidad un peregrinaje espiritual de tres hermanos, separados durante mucho tiempo por las circunstancias y vueltos a unir por la muerte de su padre. Tierna y surrealista, la experiencia que en el film se cuenta entronca en mi mente con otro peregrinaje interior que hizo en su momento la madre Teresa de Calcuta, y sobre el que leí en su momento. Ella también se subió a ese tren de Darjeeling que recorre el país de punta a punta, y que fue declarado Patrimonio de la Humanidad. En ese recorrido a través de la explosiva riqueza cultural y la amplia gama de miserias y pobreza a las que puede llegar el ser humano, la madre Teresa descubrió lo que llevaba en lo más profundo de su corazón sin ella saberlo, aquello a lo que habría de dedicarse el resto de su vida: el cuidado de los más necesitados. Fue una llamada, como una iluminación. Y fue mientras viajaba en el Darjeeling Limited, el ferrocarril himalayo que posee una de las pocas máquinas de vapor que todavía están en uso en la India.
Hay viajes que van más allá, que son algo más que seguir una ruta trazada en el espacio o el tiempo. El camino de Darjeeling es uno de ellos.

- Desde hace tiempo estuve guardando en mi casa la ropa que han ido usando mis hijos desde que nacieron, a la espera de que mi hermana y mi cuñado nos dieran la feliz noticia de que por fin iban a ser padres. Pero como aún no ha sido así y ya no me quedaba sitio en casa, decidí sacar todo lo que tenía y que ellos hicieran una selección.

A poco de casarse ya les pasé muchas cosas de recién nacido, pero aún quedaba todo lo demás. Necesitaba el sitio porque ya no sabía dónde meterlo todo y, curiosamente, no me dio tanta lástima deshacerme de todas esas prendas como pensé que iba a suceder.

Viendo el tamaño de las ropas, me costaba creer que mis hijos hubieran cabido alguna vez en algo tan pequeño, y me asombraba comprobar lo deprisa que pasa el tiempo. Me parecía que no hace tanto que aún la llevaban.

Con cada prenda que sacaban me acordaba de una determinada etapa de sus vidas, nuestras vidas, aunque mis recuerdos no son demasiado nítidos. Son más emociones que imágenes concretas las que me asaltaban. Lo que sí me apenó es tener que tirar todo lo que no quisieron llevarse.

Mi hermana me preguntaba si no me quería quedar con alguna cosa de recuerdo, y la verdad es que en ese momento le dije que no. Pero luego sí me he quedado con otras cosas que no eran de vestir: un babero, una almohada de cuna con su funda, pequeños peluches blandos, alguna mochila de mi hija adornada con el hada de Peter Pan …

Y el caso es que no sé para qué, todo eso lo único que sirve es para ocupar otra vez sitio y ya no va a tener utilidad. Pero siempre he sido así. De niña llegué a guardar hasta un plato donde comía todos los días y que iban a tirar porque se había roto. No tengo remedio.

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