lunes, 19 de diciembre de 2011

Dime lo que comes


Igual que la forma de comportarnos, de vestir o nuestra grafología pueden dar indicios acerca de nuestra personalidad, también por el tipo de cosas que compramos en el supermercado se puede saber cómo somos, cuáles son nuestros gustos y hasta nuestras circunstancias.

En la cola de la caja a la hora de pagar a veces el tiempo pasa muy lento. Es entonces cuando me dedico a observar al personal, y casi se podría decir que por las cosas que hemos elegido o incluso la manera en que esperamos nuestro turno somos transparentes.

La figura más aborrecible de todas las que es posible encontrar en circunstancias así es la de la señora entradita en años que, mientras aguarda, se dedica a hablar sola, como en un interminable monólogo consigo misma del que pretende hacer participar a los demás y durante el cual despotrica sobre todo lo imaginable. A veces halla una o varias almas gemelas con las que hace duetos, tercetos, cuartetos, o da con alguna señora que pretende ser caritativa intentando apaciguarla, y a la que termina haciendo blanco de su malhumor. Que si está muy mal atendida la caja, que si por qué no ponen más personal, que si cuánto calor hace aquí, o cuánto frío que no ponen la calefacción… Si la espera es tediosa, con alguien así cerca es además desagradable. Maleducada y necia, la única solución posible sería ponerle un esparadrapo en la boca, inmovilizarla atándola a una silla y administrarle una inyección de Valium o alguna otra sustancia relajante menos contundente pero igualmente eficaz.
La gente joven suele comprar muchos platos precocinados y abunda en el gusto por la pasta porque es fácil de hacer. Su aire inquieto, su complexión alta y delgada muy al uso en las últimas generaciones, su forma de observar, silenciosos y con pequeñas gafitas, dan la imagen de intelectual bohemio que se acentúa si además lleva barba y bigote, o sólo perilla, tan de moda ahora. No comen mucho y les gusta picotear: frutos secos, patatas fritas, refrescos.

Las amas de casa, señoras a partir de treinta y tantos, se llevan muchos briks de leche, paquetes de legumbres y productos de limpieza. Se suceden las botellas de lejía y las cajas de detergente. Si al marido le gusta beber tienen que cargar además con incontables botellines de cerveza o botellas de alcohol de alta graduación. Cuando te toca alguna delante sabes que van a tardar mucho en atenderte, porque llevan muchos productos diferentes y les lleva su tiempo introducirlos en el carrito de la compra, que yo misma tengo y que procuro usar lo menos posible porque lo aborrezco, ya que lo asocio a la inevitable imagen de maruja cañí. Alguna que esté detrás de ti puede querer ponerse delante pretextando que sólo lleva una cosa. Son las despistadas, las que al llegar a casa se han dado cuenta de que se han olvidado de algo, y no están dispuestas a volver a esperar. Nunca sabrán valorar lo suficiente el favor que se les hace y el perjuicio que te hacen a ti, que también tienes tu cansancio, tu prisa y tus obligaciones.

Los niños compran pocas cosas y pagan con monedas sueltas. Suelen estar haciendo algún recado y miran a los mayores desde su menudez como si estuvieran en alerta, preparados para sufrir alguna tropelía aprovechándose de su menor tamaño y edad. A muchos les quitan su turno, les dan mal las vueltas o les hablan sin respeto. Yo es a los que más considero.

Hace poco tenía delante de mí a un chico con aspecto de “indignado”, nueva figura a tener en cuenta, con un look a medio camino entre hippy y artista bohemio. Camisa de cuadros rojos y negros sobre vaqueros, pelo largo y rizado recogido en una cola de caballo fosca. Su dieta se basaba en productos poco corrientes y picantes: montones de cartones de zumo de piña, frascos de encurtidos, latas de anchoas, alguna fruta exótica. Son alimentos con poco alimento pero que excitan los sentidos. Les gustan las emociones fuertes, en la comida y en todo lo demás.

Y luego hay un tipo de señora, normalmente con muchos años, que para conseguir lo que se propone no duda en atropellar y avasallar allá donde vaya. Son las que se acercan mucho si están detrás de ti en la cola y te van dando empujones como si la cosa se fuera a aligerar más así. Son las que en la cola del autobús se cuelan y pasan por encima de todos como un tanque o una apisonadora para hacerse con algún posible asiento libre que nadie les puede quitar. Hacen valer su avanzada edad como premisa de unos derechos adquiridos, aunque sea a costa de pisotear los derechos de los demás. Hay amargura y soledad en las personas que son así. O a lo mejor tanta prisa y tanta impaciencia provienen nada más qie de su insaciable necesidad de ver en la televisión alguno de esos programas infames tan habituales hoy en día y de los que sueles ser forofas. Estas suelen llevar poca compra, pero parece que atenderlas es lo más importante del mundo.

Además está el progre vegetariano con sus verduras y su comida macrobiótica, el musculitos de gimnasio con sus proteínas a tope, la obsesa de las dietas con sus productos light sin calorías, los señores mayores con sus alimentos suaves y fáciles de masticar, los adolescentes con su fast food....

Mi compra varía bastante si mis hijos están en casa o no. Cuando están hay mucha bollería y chocolate. Me obsesionan los desayunos y meriendas, esos periodos entre comidas en los que se les suele despertar un apetito voraz. Por lo general suelo comprar más cosas de las que tenía en mente, por lo que luego voy cargada como una burra.

Somos lo que comemos. Vegetarianos, carnívoros, caprichosos, selectos, inapetentes, glotones. Dime lo que comes y te diré quién eres...

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