España se está convirtiendo en un
inmenso gallinero donde cualquier cosa es comentada y criticada hasta la
exasperación. O quizá lo ha sido siempre, pero con el auge creciente de los medios de
comunicación ese descomunal vocerío se ha amplificado hasta extremos intolerables.
Y más ahora con las elecciones generales a ojos vista: es más frecuente de lo habitual
la difamación, la falsedad, la avaricia, la ambición. Se promete lo que quiere oir
el ciudadano de a pie, aunque luego las decisiones tomen otros derroteros,
y se inventan falacias sobre los demás para atribuirse méritos a
costa del hundimiento del prestigio ajeno.
Ahora saltan chispas con la
reforma del Código Penal a raíz de lo que ridículamente han llamado prisión
permanente revisable. Cuántos tecnicismos rocambolescos y sin sustancia han
surgido desde que empezó nuestra democracia. Lo de cadena perpetua les debe
sonar muy mal, algo que por otra parte ha existido en nuestro
país a lo largo de muchísimo tiempo. Se habla de ello como si fuera algo nuevo o desconocido.
Son muchos los que se han llevado
las manos a la cabeza alegando derechos humanos y crueldad. Se pone en duda que
los terroristas merezcan semejante castigo. Curiosamente los partidos de
izquierda y de derecha han hecho causa común en su apoyo a esta reforma penal, pues
grupos como Podemos la secundan en un alto porcentaje. Tampoco es de extrañar
pues oí en una ocasión que no les importaría reinstaurar la pena de muerte.
Volvemos a la época de Robespierre y su reinado de terror. Mano dura con el
delincuente, sobre todo el ideológico.
Estas son las normativas,
europeas eso sí, que permiten que etarras y violadores salgan a la calle al
cabo de unos cuantos años. Parece que se le da más importancia hoy en día a los delitos
fiscales que a todos los demás. Se puede esperar cualquier cosa de un país
donde La Pantoja permanece en la cárcel seguida muy de cerca por el gran
público, que está pendiente de la marca del colchón que se ha comprado para
estar en prisión o de si otra presa le ha robado su ropa interior, cara y
finísima, y sin embargo campean por sus respetos en total libertad quienes
tienen en su haber delitos de sangre y de tipo sexual.
En tiempos de Sarkozy, no hace
tanto, fue muy polémica en su momento una ley parecida a esta, sólo que en Francia no se decía que esa pena fuera revisable. Pero lo que a mí me impresionó de aquella noticia fue que los presos protestaron
diciendo que preferían la instauración de la pena de muerte a toda una vida
encerrados en una prisión.
Porque como oí en El
intermedio, programa con el que me suelo reir un rato, aunque por lo general me
produce urticaria, la cárcel se supone que debe ser un medio de reinserción
social y no un castigo. Eso está muy bien para los países nórdicos, donde
apenas hay delincuencia, las prisiones están amuebladas en IKEA y no hay muros
que impidan salir, allí son extremadamente civilizados, en general.
Yo creo que debe ser ambas cosas, una forma de reinsertarse y un castigo por el
delito cometido. Aunque todos sabemos que la realidad de las cárceles es otra, porque
allí eres inducido a cometer delitos que no has cometido nunca, es una 2ª
escuela, después de la de la calle, de delincuencia. Por no hablar de otros
abusos a los que eres sometido por los compañeros, cosas que no te tendrían por
qué pasar si no hubieras llegado a un sitio así. Es un doble castigo, el de la
ley oficial y el carcelario, que tiene sus propias leyes.
De todas formas la Justicia es
uno de los temas peor llevados por todos los gobiernos, aquí y fuera de aquí.
Pocas reformas han sacado en los últimos años que se puedan decir que sean realmente
buenas. Cada vez que promulgan una nueva ley me echo a temblar:
como sigamos así los inocentes y justos estarán en la cárcel y los
culpables y delincuentes en la calle. Y todo en un país como este, donde todo es
posible.
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