La resiliencia es un término que
cada vez se escucha con más frecuencia.
La definición que mejor la retrata es “esa capacidad para resistir,
tolerar la presión, los obstáculos y, pese a ello, hacer las cosas correctas,
bien hechas, cuando todo parece actuar en nuestra contra”. También se dice que
se ha convertido en un concepto que integra ámbitos tan dispares como el
psicológico, el social, el emocional, el cognitivo, el cultura, el étnico,
etc., por lo que se extiende a la Psicología, a la educación, a la salud y al
mundo empresarial.
La resiliencia se puede definir
también como “un conjunto de procesos sociales e intra psíquicos que
posibilitan tener una vida “sana”, viviendo en un medio “insano”.
Está asociada a características
como el autoconocimiento, la autoestima, la independencia, la capacidad para
relacionarse, la iniciativa, el buen humor y la creatividad, entre otras, y
todas ellas forman parte de las personas que se transforman con el devenir de
la vida. No es algo propio de seres extraordinarios sino que está en todo ser
humano en mayor o menor medida. Con todos estos elementos podemos deducir cómo
se adquiere la fortaleza para superar las adversidades:
1)
Con buena autoestima, buena imagen de uno mismo.
2)
Con conocimiento de nuestros puntos fuertes y
los débiles.
3)
Cultivando aficiones y potencialidades.
4)
Incentivando la expresión de nuestros
sentimientos y necesidades.
5)
Tomando los errores como lecciones y no como
fallos o fracasos.
6)
Siendo creativos, flexibles y proactivos.
7)
Teniendo buenas relaciones emocionales.
8)
Sabiendo pedir ayuda cuando se necesita.
9)
Reflexionando antes de actuar, teniendo buen
autocontrol.
10)
Viendo la vida con optimismo, con sentido del
humor.
Los autores
que han investigado la resiliencia afirman que la experiencia traumática puede
generar 3 tipos de cambio: en relación a uno mismo, en las relaciones
interpersonales, y en la propia espiritualidad y filosofía de la vida. La
resiliencia no significa invulnerabilidad, las personas resilientes sufren como
cualquiera.
Entre los
estudios que diversos investigadores han hecho sobre este tema, captó mi
atención el modelo de Stefan Vanistendael, que se representa como una casa:
a)
Los cimientos son las necesidades básicas:
comida, salud, vivienda, ropa, etc.
b)
El subsuelo son los vínculos y contactos
sociales: familia, escuela, barrio. Aquí se produce la aceptación del individuo.
Se necesita al menos un vínculo fuerte con una persona que crea en las
potencialidades del niño o la niña y lo acepte como es, de forma incondicional.
Esta persona puede ser un familiar, un vecino o un profesional. Todos podemos
asumir ese papel frente a un niño o conocido con dificultad.
c)
El primer piso es la capacidad de descubrirle
sentido a la vida, lo cual puede estar vinculado a la fe religiosa, al
compromiso político o al humanitario.
d)
El 2º piso tiene 3 habitaciones: la autoestima,
las aptitudes personales y sociales, y el sentido del humor. Este último
transforma la realidad de la vida en algo más soportable y positivo. Las
personas capaces de reírse de sí mismas ganan en libertad y fuerza interior.
e)
El desván es un gran espacio abierto que
representa la apertura a las nuevas experiencias por descubrir. Es la capacidad
de creer que la vida no se acaba con la desgracia ni el sufrimiento y que aún
puede dar sorpresas, incluso en la vejez.
Me viene a la memoria un magnífico artículo que Pérez Reverte le
dedicó a la resiliencia, aunque no la nombró con este término. No soy capaz de
recordar las palabras exactas, tan bien escritas por él, pero venía a decir
algo así como que admiraba profundamente a quien tiene el valor de permanecer
en calma frente a las tempestades, cuando vienen mal dadas, no hay más que
nubarrones en el horizonte y no se ve ni un rayo de sol que te ilumine aunque
sea por un momento. La soledad del resiliente quizá no sea tal, puesto que se
tiene a sí mismo, y a quién mejor si no. No todo el mundo cuenta consigo mismo,
aunque parezca mentira, aunque suene extraño.
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