martes, 3 de febrero de 2015

De reforma

Llevaba mucho tiempo posponiendo la obra, pero lo cierto es que mi casa necesitaba un lavado de cara urgente. Después de poner aire acondicionado el verano pasado habían quedado las marcas de las rozas en la pared. Pero antes de eso la pintura hacía mucho que había dejado de ser blanca, y el parquet sólo brillaba por algunos sitios. Por las ventanas se colaba el ruido y el frío. Hacía falta una buena reforma.
Y no es ardua tarea. El primer contratista al que llamé, cuya propaganda guardaba junto con otras recogidas de mi buzón, resultó ser un señor muy bien vestido que, tablet en mano, me iba mostrando otras obras que había hecho y, al mismo tiempo, me iba dando ideas que resultaron buenas según iba viendo mi casa, como poner un remallado en el techo de la cocina y del baño para evitar que se cuarteara la escayola con las humedades, aunque luego se comportó de una manera extraña hasta el punto de pensar que estaba ante un sinvergüenza chiflado. Por ejemplo, negarse a poner tarima: dijo que el parquet pulido y barnizado quedaría muy bien. Y dio el asunto por zanjado. Ese fue el primer indicio de que el hombre no andaba bien. Si pagas es para que atiendan hasta el más mínimo de tus deseos, no va a venir un extraño a imponerte sus criterios porque sí. Además me llamaba y cada día me decía una cosa distinta, aquello era una montaña rusa de palabras que no tenían valor ninguno porque donde dije digo dije diego. Ya la foto de su whatsapp con la cara de Vito Corleone en El padrino me resultó inquietante, y la verdad es que tenían cierto parecido. Alguien poco de fiar.
El siguiente que vino, recomendado por el que me estaba gestionando el préstamo para financiar la obra, que luego no conté con él porque era poro eficaz, fue el que se llevó el gato al agua. Sin alardes, sin elegancia en el vestir, se trataba de un currante nato, más o menos de mi edad, que hablaba claro y no hacía extraños con el presupuesto, aunque al final se ha sacado de la manga un IVA de una de las partidas del presupuesto que nunca le oí mencionar, prueba de que hasta el que más bueno puede parecer en el fondo tiene su puntito cabroncete.
Pero eso sí, educado como el que más, y los que trabajaban con él igual. Las ideas que me había dado el mafioso las utilicé con éste. Las ventanas, con puente término y oscilo batientes, me las pusieron en unas pocas horas. La pintura fue un tema más peliagudo porque tardaron 5 días y mancharon muchísimo. Todavía estoy quitando restos, aparecen en sitios por los que ya había limpiado, será por mi escasa agudeza visual. Las otras veces que han pintado mi casa lo hicieron en un día porque usaron máquinas y desde luego no ensuciaron nada. Escogí un vainilla claro porque tanto tiempo con el blanco ya cansaba, y un tono más oscuro en la habitación de mi hija. Techos y mueble de escayola del salón blancos.
La tarima, de color haya, fue el remate a todo lo demás, porque es todo un proceso: pusieron esos plásticos blancos que se utilizan para los embalajes sobre el parquet y luego fueron cortando los tablones según lo que necesitase en cada momento. No me gustó el tono del rodapié pero me dijo el contratista que no había otra cosa en la tienda y por no retrasarlo todo lo dejé pasar. Y lo más escandaloso: rebajar las puertas, que fue un caos de ruido y polvo marrón que quedó en suspensión durante varios días y cada vez que iba a limpiar al poco rato volvía a cubrirlo todo.
Mis hijos y yo íbamos de una habitación a otra, atrincherados allí donde no hubiera llegado el marasmo. Miguel Ángel, mi hijo, se  acomoda bien a todas las situaciones, pero Anita, mi hija, tenía exámenes que estudiar y terminó marchándose a casa de su padre, que vive al lado. Con razón nos lo pensamos tanto cada vez que queremos hacer una obra.
La casa necesitaba que se le diera un buen repaso. Mientras limpiaba los libros que iba a volver a poner en la estantería, eché un vistazo a alguno de los álbumes de fotos. La verdad es que tanta fotografía no sé para qué, porque termino poniéndome triste. Aparecían los niños cuando nos reuníamos al principio de casados con unos amigos de mi ex marido y sus hijos. No me había dado cuenta hasta ese momento de lo mucho que se aburrían mis peques y de las pocas ganas que tenían de estar allí. Miro sus caritas y lamento no haberles podido dar una infancia más feliz.
Decido no volver a poner los cuadros y las fotos, salvo un par de ellas sin las que no puedo pasar. Recuerdos del pasado los mínimos, renovarse o morir.
El resultado, después de tanto inconveniente, nos gustó a todos. Miguel Ángel dijo que la tarima es muy artificial, y tiene razón, suena a hueco cuando se camina por ella, y no tiene brillo, es menos elegante que el parquet pero más higiénico, se la puede fregar siempre que se quiera, aunque la suciedad se nota más. Antes mi casa era más elegante, parquet y cortinas. Ahora hay tarima y pienso poner estores, quizá combinados con cortinas. Todo más moderno y funcional, pero espero que igualmente acogedor. Los estores, por cierto, tienen una variedad infinita: lisos, estampados, con fotografías, translúcidos, opacos, venecianos, de bambú, dobles, en fin, la lista sería interminable.
La verdad es que había multitud de posibilidades a la hora de decorar. Mirando fotos me encantaban las paredes tostadas o gris perla combinadas con techos, rodapiés y puertas lacadas en blanco. También me gusta el panelado en madera a media pared, algo que se llevaba hace décadas. Prefiero la pintura lisa al gotelé, pero con éste último se notan menos las manchas e imperfecciones y ya era más gasto. Tampoco hubiera estado mal un parquet oscuro y brillante, de roble, aunque por mi experiencia es demasiado delicado.
Anita ya está pensando en cosas nuevas para su habitación, como una imagen de Nueva York tipo vista panorámica, una alfombra rosa y un espejo de cuerpo entero. Estoy pensando en comprar alfombras para toda la casa, de esas que se pueden meter en la lavadora. De momento haber si me repongo del gasto, porque conseguir la financiación no ha sido tarea fácil, hasta recurrí, sin resultado, a un banco con un extraño nombre, Pichincha, que no supe que era para sudamericanos hasta que no fui allí y me vi rodeada de ecuatorianos. Tenían un gran cuadro de una virgen, con un marco tosco de madera, en la zona de Caja. Nunca había visto algo semejante en un banco. En realidad no hay más que usureros en todas partes, necesitar dinero es verse expuesto a una muchedumbre de buitres carroñeros. Pero bueno, ahí está el resultado, ahora a disfrutar de lo nuevo.
 

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