miércoles, 28 de enero de 2015

La calle Tres Peces


Hay veces en que un determinado lugar frecuentado en mi infancia me ronda la cabeza durante unos días, y entonces siento la imperiosa necesidad de volver a él. Me estaba pasando con la casa de mi abuela Pilar, y esta mañana, casi sin proponérmelo, mis pasos me llevaron después de desayunar hasta la calle donde vivía.
No tenía idea de que se tardara tan poco tiempo en llegar desde la zona donde trabajo. Plaza de Jacinto Benavente, Plaza del Ángel, donde comprobé que el Café Central sigue funcionando, a pesar de que estuvo a punto de cerrar por la subida de las rentas antiguas (conciertos de jazz programados luciendo en una de sus cristaleras hasta bien entrado febrero), el vivero El jardín del ángel que hace esquina con la calle Huertas, en donde mi abuelo materno le gustaba comprar plantas (hermoso cartel en la puerta, antes del jardín, en el que se puede leer “No dejes de soñar” y otro en el suelo que reza "Hay seres extraordinarios que dan color a nuestras vidas"), dar la vuelta por la iglesia de S. Sebastián, que me propuse visitar más tarde, calle Atocha, plaza de Antón Martín (el teatro Monumental ya no luce los grandes carteles que exhibía hace años con las obras que representara en cada momento), calle Santa Isabel, y más allá la calle Tres Peces, que visité hace tiempo cuando aún estaban rehabilitando la casa donde vivía mi abuela Pilar. Ahora, terminadas las obras, lucen los tres balcones que tenía pintados en un verde oscuro que, para mi gusto, no es bonito y está pasado de moda.
Falta una fuente que recuerdo en lo alto de la calle, haciendo esquina. Hay multitud de pequeños comercios curiosos y antiguos alrededor. Dio la casualidad que una de las acompañantes que tuvo mi madre cuando estuvo ingresada a principios de año vivía allí también. Con lo grande que es Madrid y quién lo hubiera dicho, parece increíble.
Al volver pasé por delante del cine Doré, toda una institución. En la cartelera se anunciaban clásicos como Con faldas y a lo loco, El apartamento y muchas más. A continuación hay unas tiendas, charcuterías, carnicería, pescadería, que tienen el mostrador a pie de calle. El cliente es atendido de pie, en la acera.
De nuevo en la calle Atocha entré en la Iglesia de San Sebastián, en donde oíamos Misa siempre que íbamos a visitar a mi abuela y mi tía. La recordaba más grande, pero ya se sabe que en la memoria de la infancia todo se agiganta. Sí reconocí el retablo en tonos verdes, con la imagen del santo que da nombre al lugar portando la Cruz. Las velas de cera han sido sustituídas por otras con luz eléctrica, con lo que se ha perdido ese olor característico de los templos de antes. Me acerqué a la capilla que hay en el lateral derecho, que tiene también bancos y otro altar. Desde esa zona, cuando la iglesia estaba muy llena, también escuchábamos los Oficios. Recordaba otra disposición de los asientos, y el altar principal de otra manera. Era un sitio que me resultaba muy acogedor, aunque para las homilías siempre preferí la parroquia de mi barrio.
Pensar en mí en aquella época, cuando era una niña y frecuentaba todos estos lugares, y verme como soy ahora, con mis actuales circunstancias, me da una perspectiva diferente de mi existencia, me hace ver las cosas de otra manera. Esas calles, esa casa, tienen para mí muchos recuerdos, mucha vida. Es como si el tiempo no hubiera pasado sobre todo aquello.



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