Hay veces en que un determinado lugar frecuentado en mi infancia me ronda la cabeza durante unos días, y entonces siento la imperiosa necesidad de volver a él. Me estaba pasando con la casa de mi abuela Pilar, y esta mañana, casi sin proponérmelo, mis pasos me llevaron después de desayunar hasta la calle donde vivía.
No tenía idea de que se tardara
tan poco tiempo en llegar desde la zona donde trabajo. Plaza de Jacinto Benavente,
Plaza del Ángel, donde comprobé que el Café Central sigue funcionando, a pesar
de que estuvo a punto de cerrar por la subida de las rentas antiguas
(conciertos de jazz programados luciendo en una de sus cristaleras hasta bien entrado
febrero), el vivero El jardín del ángel que hace esquina con la calle Huertas, en donde mi
abuelo materno le gustaba comprar plantas (hermoso cartel en la puerta, antes
del jardín, en el que se puede leer “No dejes de soñar” y otro en el suelo que reza "Hay seres extraordinarios que dan color a nuestras vidas"), dar la vuelta por la
iglesia de S. Sebastián, que me propuse visitar más tarde, calle Atocha, plaza
de Antón Martín (el teatro Monumental ya no luce los grandes carteles que exhibía hace años con las obras que representara en cada momento), calle Santa Isabel, y más allá la calle Tres Peces, que visité
hace tiempo cuando aún estaban rehabilitando la casa donde vivía mi abuela
Pilar. Ahora, terminadas las obras, lucen los tres balcones que tenía pintados
en un verde oscuro que, para mi gusto, no es bonito y está pasado de moda.
Falta una fuente que recuerdo en
lo alto de la calle, haciendo esquina. Hay multitud de pequeños comercios
curiosos y antiguos alrededor. Dio la casualidad que una de las acompañantes
que tuvo mi madre cuando estuvo ingresada a principios de año vivía allí
también. Con lo grande que es Madrid y quién lo hubiera dicho, parece increíble.
Al volver pasé por delante del
cine Doré, toda una institución. En la cartelera se anunciaban clásicos como Con
faldas y a lo loco, El apartamento y muchas más. A continuación hay unas
tiendas, charcuterías, carnicería, pescadería, que tienen el mostrador a pie de
calle. El cliente es atendido de pie, en la acera.
De nuevo en la calle Atocha entré
en la Iglesia de San Sebastián, en donde oíamos Misa siempre que íbamos a
visitar a mi abuela y mi tía. La recordaba más grande, pero ya se sabe que en
la memoria de la infancia todo se agiganta. Sí reconocí el retablo en tonos
verdes, con la imagen del santo que da nombre al lugar portando la Cruz. Las
velas de cera han sido sustituídas por otras con luz eléctrica, con lo que se
ha perdido ese olor característico de los templos de antes. Me acerqué a la
capilla que hay en el lateral derecho, que tiene también bancos y otro altar.
Desde esa zona, cuando la iglesia estaba muy llena, también escuchábamos los
Oficios. Recordaba otra disposición de los asientos, y el altar principal de
otra manera.
Era un sitio que me resultaba muy acogedor, aunque para las homilías siempre
preferí la parroquia de mi barrio.
Pensar en mí en aquella época,
cuando era una niña y frecuentaba todos estos lugares, y verme como soy ahora,
con mis actuales circunstancias, me da una perspectiva diferente de mi existencia,
me hace ver las cosas de otra manera. Esas calles, esa casa, tienen para mí
muchos recuerdos, mucha vida. Es como si el tiempo no hubiera pasado sobre todo
aquello.
No hay comentarios:
Publicar un comentario