Me gusta mirar por las ventanas
de mi casa, cuando estoy sentada en el sillón del salón, o en mi cama, el
paisaje que se divisa desde allí, porque aunque es
una zona que no es muy concurrida, se puede
contemplar la vida en la ciudad con su tráfago de vehículos en la lejanía, algún paseante, las luces de las tiendas al caer la tarde, el vaivén que el
viento provoca en las copas de los árboles, el cielo cambiante de colores y nubes y,
últimamente, el vuelo en formación de cientos de aves que migran a tierras más
cálidas.
No sé por qué pensaba que los
pájaros se tendrían que haber ido ya de aquí antes de que empezaran los rigores
del invierno, pero mirando la Wikipedia leo que hay dos
épocas migratorias: de enero a mayo, que es la migración
prenupcial, en la que ponen rumbo al hemisferio Sur, como África, y la migración posnupcial, que
comienza en la 2ª quincena de julio y se prolonga hasta octubre o noviembre.
Hay migraciones de largo
recorrido, que son las que le supongo a todas las bandadas de pájaros que
vislumbro desde mis ventanas, porque son las que a mí me apasionan, y las hay de corto
recorrido. En las primeras pueden llegar a hacer hasta 11.000 km. sin parada.
Hay especies que sí hacen escala, por aquello del descanso, siendo algunos de los
lugares preferidos para hacerlo las bahías de Fundy y Delaware. Luego las
hay que, como los albatros de los océanos australes, circunvalan el globo
durante la estación no reproductiva, o algunas que alcanzan distancias récord, como las que migran desde Alaska
a Nueva Zelanda.
Siempre he pensado que son animales afortunados, a pesar del esfuerzo, porque pueden viajar sin
necesidad de costosas reservas de vuelo, incómodas esperas en aeropuertos y
estrechos asientos de avión, sin más equipaje que tu instinto que te guía como
si de un GPS se tratara y tu fuerza, a cualquier punto del planeta. Las aves
son capaces de adaptarse a todo tipo de entornos y climas. Si alguien tiene
mundo son ellas.
Las que hacen migraciones de
corto recorrido se limitan a cruzar un país de punta a punta o se acercan a
países limítrofes, y sólo si las condiciones climáticas les empujan a ello, el frío sobre todo, pues los inviernos no son siempre los mismos.
También se distinguen migraciones
diurnas y nocturnas, dependiendo de los hábitos de cada especie. Las noctunas, a pesar de lo que pudiera parecer, son las más seguras, porque se evitan a muchos depredadores. Además,
según las horas del día, que condiciona que haya más o menos corrientes de
aire, las aves que son planeadoras las suelen aprovechar cuando tienen lugar,
al principio y al final de las horas de luz.
Desde mi mesa en el trabajo puedo
ver a través de la ventana los grupos de aves que empiezan sus migraciones
dando vueltas entorno a un punto concreto, como una quedada en la que
esperan a que lleguen todos y de paso se informan del plan de ruta. Desde mi casa lo que me encanta ver es los cambios inesperados
en la formación del vuelo, giros repentinos que se asemejan a las columnas
de los huracanes, y que es lo mismo que hacen los bancos de peces bajo
el mar. Cómo se pondrán todos de acuerdo para sincronizarse, para no chocar,
para hacer todos lo mismo a la vez sin equivocarse, como en una coreografía
perfecta. Es la Naturaleza con su sorprendente armonía, equilibrio y belleza.
Estos animales se desplazan de un
lado a otro respondiendo a una llamada inexorable que se atribuye por igual a
condicionamientos genéticos y necesidades biológicas. La búsqueda de alimento,
o de lugares adecuados para la crianza de la prole y donde las condiciones de
vida sean más favorables, son los principales motivos.
Desde hace años me parece
sorprendente la existencia de gaviotas en el entorno del río Manzanares. Aves que normalmente tendrían que estar en zonas de mar y que prefieren
permanecer tierra adentro hace pensar que es porque el sustento falta en su hábitat y
tienen que buscarse otros. Aunque según he podido leer esta especie se ve en
Madrid desde mediados de los años 50, cuando dos ornitólogos hicieron un
estudio con la población que empezó a observarse en las inmediaciones
de la Casa de Campo, y que luego han ido extendiéndose al río Manzanares y a los
embalses de los alrededores. En la capital hay mucha basura, muchos restos, que
es de lo que se alimentan estas aves.
También se ven cigüeñas en los
pueblos de la Comunidad de Madrid que ya no migran, quizá porque los inviernos
son más benignos aquí que hace años.
Es el mundo de las aves y sus
costumbres, en fin, un tema apasionante que despierta mi imaginación cuando
pasan no lejos de mis ventanas, volando allá en lo alto del cielo. Otras muchas
especies también migran, pero son las aves las que más interés me provocan. El
hecho de poder volar ya me parece algo prodigioso.
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