Se acabaron las Fiestas
Navideñas, una vez más, que nos saben siempre a poco. Este año tuve más tino al
elegir los regalos para mis hijos. Bueno, a Miguel Ángel es muy fácil
complacerle, unos auriculares y un videojuego, y ya estaba contento. Con Ana
hay que ser más cautelosa porque no le gusta cualquier cosa. Un bolsito beige,
un colgante con pendientes a juego que no le gustaron, y unos guantes de lana
negros con perlitas en las muñecas, que seguramente se habrá puesto en
Nochevieja con su traje de fiesta. En las botas de tela rojas que suelo poner
en el salón los Reyes le dejaron a Miguel Ángel los muñecolates y las monedas
de chocolate que siempre le han traído, porque él es de gustos poco cambiantes,
y a Ana en cambio ya le dejaron otras cosas más propias de la mujercita que es:
un estuche con esmaltes de todas clases, otro con sombras de ojos y otro con pequeños
pinceles y brochas, aunque no le faltó una cajita dorada con bombones, pero a
ella el chocolate no le va ya mucho.
Este año los niños vieron por fin
a unos tíos que hacía al menos 8 años que no veían, el día de Navidad en casa
de los abuelos. Ana dijo que amenizaban mucho la reunión y Miguel Ángel que
decían cosas interesantes. Es una lástima que no nos frecuentemos más.
En casa hemos visto las películas
típicas de esta época, entre las que nos gusta especialmente Solo en casa, con
ese niño protagonista de doble personalidad, unas veces un angelito caído del
cielo y otras un demonio psicópata, con esas ideas tremendas que se le ocurren.
Este año no he frecuentado el
ambiente nocturno navideño por tener a Miguel Ángel conmigo en casa. Es la 1ª
vez en muchos años que no paso la Navidad sola. Eché en falta contemplar el
hermoso árbol que ponen en la plaza del Callao o los puestos de la Plaza Mayor.
Además ha sido el primer año que no pongo en casa árbol de Navidad ni Belén, pero
como mi madre vuelve a estar hospitalizada con los mismos problemas que el año
pasado tampoco ha habido momento. Esta vez le ha tocado una buena habitación y
una buena compañera. María, operada de cadera, a sus 86 años luce sonrisa con
dientes propios, relucientes y blancos, de los que le gusta presumir, y el
apetito voraz propio de la diabética que es.
Parece haber tomado la costumbre
mi madre desde el año pasado de pasar la Nochevieja y el Año Nuevo en estado de
semiinconsciencia. Ahora que ya abre los ojos, se empieza a levantar un poquito
y a comer me sorprenden mi padre y ella con escenas amorosas en las que se
tiran besitos y mi madre le pone miradas interesantes y le dice cosas que él no
puede resistir, que si qué bonito es, que si parece un niño travieso, cosas a
las que él responde con risas y ojos lacrimosos por la emoción. Me sorprende la
entereza de mi madre con las cosas que le están pasando, ni una lágrima, ni una
mala palabra, sólo la queja pasajera por alguna molestia física.
Navidad, dulce Navidad que vienes
todos los años cargada de magia y de promesas, que te vas tan rápidamente como
llegas, dejándonos el dulce gusto del turrón aún en la boca, qué poco estás con
nosotros. La más especial de todas las celebraciones, de las pocas que están
exentas de modas y caprichos del momento. Ya estoy deseando que vuelvas y
apenas te has ido.
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