jueves, 8 de enero de 2015

La Navidad que ya se fue


Se acabaron las Fiestas Navideñas, una vez más, que nos saben siempre a poco. Este año tuve más tino al elegir los regalos para mis hijos. Bueno, a Miguel Ángel es muy fácil complacerle, unos auriculares y un videojuego, y ya estaba contento. Con Ana hay que ser más cautelosa porque no le gusta cualquier cosa. Un bolsito beige, un colgante con pendientes a juego que no le gustaron, y unos guantes de lana negros con perlitas en las muñecas, que seguramente se habrá puesto en Nochevieja con su traje de fiesta. En las botas de tela rojas que suelo poner en el salón los Reyes le dejaron a Miguel Ángel los muñecolates y las monedas de chocolate que siempre le han traído, porque él es de gustos poco cambiantes, y a Ana en cambio ya le dejaron otras cosas más propias de la mujercita que es: un estuche con esmaltes de todas clases, otro con sombras de ojos y otro con pequeños pinceles y brochas, aunque no le faltó una cajita dorada con bombones, pero a ella el chocolate no le va ya mucho.

Este año los niños vieron por fin a unos tíos que hacía al menos 8 años que no veían, el día de Navidad en casa de los abuelos. Ana dijo que amenizaban mucho la reunión y Miguel Ángel que decían cosas interesantes. Es una lástima que no nos frecuentemos más.

En casa hemos visto las películas típicas de esta época, entre las que nos gusta especialmente Solo en casa, con ese niño protagonista de doble personalidad, unas veces un angelito caído del cielo y otras un demonio psicópata, con esas ideas tremendas que se le ocurren.

Este año no he frecuentado el ambiente nocturno navideño por tener a Miguel Ángel conmigo en casa. Es la 1ª vez en muchos años que no paso la Navidad sola. Eché en falta contemplar el hermoso árbol que ponen en la plaza del Callao o los puestos de la Plaza Mayor. Además ha sido el primer año que no pongo en casa árbol de Navidad ni Belén, pero como mi madre vuelve a estar hospitalizada con los mismos problemas que el año pasado tampoco ha habido momento. Esta vez le ha tocado una buena habitación y una buena compañera. María, operada de cadera, a sus 86 años luce sonrisa con dientes propios, relucientes y blancos, de los que le gusta presumir, y el apetito voraz propio de la diabética que es.

Parece haber tomado la costumbre mi madre desde el año pasado de pasar la Nochevieja y el Año Nuevo en estado de semiinconsciencia. Ahora que ya abre los ojos, se empieza a levantar un poquito y a comer me sorprenden mi padre y ella con escenas amorosas en las que se tiran besitos y mi madre le pone miradas interesantes y le dice cosas que él no puede resistir, que si qué bonito es, que si parece un niño travieso, cosas a las que él responde con risas y ojos lacrimosos por la emoción. Me sorprende la entereza de mi madre con las cosas que le están pasando, ni una lágrima, ni una mala palabra, sólo la queja pasajera por alguna molestia física.

Este año pasé la Nochevieja en la única y maravillosa compañía de mi hijo. Nunca habíamos sido tan pocos, pero también nunca me sentí mejor. Vimos el programa de José Mota, las campanadas de Anne Igatirburu, siempre deslumbrante, y Ramón García, elegante con su capa, nos tomamos las uvas de rigor y brindamos con sidra en unas copas preciosas que compré hace poco en Zara Home. Nunca me sentí más en paz y más animada. Los festejos con mucha gente, aunque sea la familia, me cansan, me aburren y me producen melancolía. 

Navidad, dulce Navidad que vienes todos los años cargada de magia y de promesas, que te vas tan rápidamente como llegas, dejándonos el dulce gusto del turrón aún en la boca, qué poco estás con nosotros. La más especial de todas las celebraciones, de las pocas que están exentas de modas y caprichos del momento. Ya estoy deseando que vuelvas y apenas te has ido.


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