
La película debió pasar muchas
censuras antes de que pudiera estrenarse, por lo controvertido de lo que en
ella se contaba. La existencia de aquel pintor fue tan sórdida y lastimosa que sería
muy difícil narrarla omitiendo detalles procaces, aunque aquella versión es
bastante más light de lo que sería cualquier otra realizada más recientemente.
Si ahora se rodara un film sobre él podríamos ver al artista en el mismo
momento en que contrae las enfermedades venéreas que le aquejaron, o vomitando sus
borracheras, o autolesionándose cada vez que le sobreviniera una de sus crisis,
o peleándose constantemente y de forma violenta con todo el mundo. Tendríamos
un primer plano de todas estas exquisiteces que, en la película de Kirk
Douglas, apenas se vislumbran, aunque sí lo suficiente como para dejarnos un
regusto amargo en la boca.

Y ciertamente, si hay algo
conmovedor en la historia de Vincent van Gogh es el amor que le profesaba su
hermano, que siempre creyó en él e intuyó que un futuro sería
reconocido como un gran artista. Por eso guardó con devoción todos los cuadros
que le mandaba, todas las cartas que le escribía, todo lo que tuviese que ver
con él. Aunque Vincent pasaría a la posteridad no sólo por haberse cortado una oreja
sino también por haber sido el único pintor que vendió un solo cuadro en vida.
Su estilo, aún hoy en día, sigue
dando mucho qué hablar. Hay quienes no les gusta y los hay que se sienten fascinados tanto por su
obra como por su persona. Yo soy de estos últimos, aunque reconozco que la
piedad también tiene mucho que ver. No puedo imaginar el sufrimiento con el que
debió vivir una persona tan dotada artísticamente y tan poco reconocida, e
incluso rechazada socialmente por sus problemas mentales, las estrecheces con
las que bregó pese a la manutención de su hermano, su falta de afecto, incluso
hacia sí mismo.

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