Hacía 30 años el pasado día 16
desde que empecé a trabajar en la Administración. Fue aquel un crudo día de
invierno también, había nevado y mi estreno en los madrugones que le seguirían
no pudo ser más desalentador con ese panorama helador. A mis 18 años me veía con responsabilidades y
obligaciones que haber nacido en una familia más acomodada me habría evitado a
edad tan precoz, pero también me vi con dinero en el bolsillo. Mi padre me
recordó lo que ganaba por entonces, 25.000 pesetas. Yo tenía una cifra
mayor en la memoria, pero es porque me falla mucho últimamente. En los tiempos que corren este sueldo
sería una minucia, pero en aquella época era un capital, tampoco grande, pero que sin
embargo supuso para mí, que nunca había tenido nada, un tesoro.
Siempre he echado en falta haber
desarrollado la profesión para la que estudié en la Universidad, unas veces más
que otras, aunque viendo el panorama que el Periodismo tiene ahora mismo, con
tantos despidos, puede que estuviera engrosando las colas del paro. O no, nunca
lo sabré.
Cuando pienso en cómo funciona el
sector en nuestro país me sigue pareciendo que hay algo que falla, que no va
bien. Un gremio cerrado como es este, en el que no me fue permitido entrar en
su momento por carecer de experiencia y referencias, me pregunto si merece la
pena que me haya adolecido durante tantos años por no haber podido formar parte
de él. Teniendo en cuenta lo aburrido que resulta aquí el Periodismo, y más en
los últimos años, siempre con las mismas noticias políticas, y la abominable
cobertura que se le da a los sucesos, que parece más diarios para porteras que
informativos serios, las expectativas para un profesional de los medios de
comunicación no son muy atractivas.
Siempre que veo Íntimo y
personal, aquella película sobre una pareja de periodistas y la forma como se
hace Periodismo en EE.UU., me siento fascinada. Sólo hay que mirar la
escena en la que ella, que apenas tiene experiencia, debe cubrir para la televisión una noticia sobre dos
emigrantes que se han ahogado cuando ya estaban a punto de llegar a la costa.
Él, experto profesional, con sólo unas pocas indicaciones le traza las directrices
a seguir siempre que se ha de retransmitir cualquier tipo de información: no
hablarle al espectador de los simples hechos tal como sucedieron, sin más, ni tampoco
demorarse en enunciar los antecedentes, que a la mayoría no interesan. Hay que
ir más allá, ponerse en el lugar de los protagonistas de la noticia, lo que les
ha pasado y lo que podría haberles pasado de no haber sido ese su destino, sus anhelos, sus esperanzas.
Así, de una forma tan sencilla
pero tan auténtica, ella improvisa dejándose llevar por las circunstancias,
empatizando con los emigrantes, que yacen tras ella sobre la arena de la playa,
apenas tapados por uno de esos envoltorios plateados con los que se cubren los
cadáveres. Menciona sus nombres, lo que estaban haciendo, lo que les ha
pasado “cuando estaban a unos pocos metros de la playa, en la ciudad en la
que quizá mañana hubieran encontrado un trabajo que les habría permitido tener
una vida mejor”.
Los informativos aquí en España
son tediosos. Los reporteros gritan al hablar, y modulan todos con las mismas y
extrañas inflexiones de la voz. Sus comentarios son insípidos y monótonos, y
sólo se incide en los detalles morbosos. Cuando yo estudiaba la carrera ni
siquiera nos enseñaron cosas tan básicas como editar videos, algo que creo que
ahora sí hacen.
Imagino que hubiera preferido
pasar mi aniversario laboral siendo periodista que funcionaria, pero es
bastante probable que la profesión me hubiera terminado aburriendo y
defraudando más de lo que yo misma quisiera admitir. De este modo continúa siendo
una ocupación idealizada para mí, un medio de ganarse la vida que a buen seguro sólo si hubiera
podido desarrollar con gusto en otro país, con una estructura informativa más
interesante que la que hay aquí.
Me sorprende cómo he podido
aguantar tantos años trabajando en algo tan feo como la Administración, y
siento que ahora se me vienen encima de golpe, como una losa que nunca he
podido sujetar lo bastante como para evitar que me sepultara. Soy consciente de
que he perdido mi tren, de que si de joven era difícil poder dedicarme a lo que
quería, ahora a mi edad y sin experiencia ya es prácticamente imposible. Y no es una
actitud derrotista sino la constatación de una cruda realidad. Cierto que no me
puedo quejar en otros sentidos, pues tengo un trabajo estable que me permite ir
tirando, pero no es lo que yo hubiera deseado. Me faltó ambición, empuje,
decisión para buscar mi camino.
En los últimos tiempos le he
perdido por completo el poco respeto que le tenía a mi trabajo. La burocracia
no es más que un montón de gestiones inútiles, papeles con los que uno se
podría limpiar el culo sin reparos, y montones de gente que estamos de más. Una
completa pérdida de tiempo, una inutilidad. Ahora con la informática sobramos
casi todos los que somos. Y lo peor es que sólo anhelo el día que llegue mi jubilación,
que aún le queda, y este deseo me parece nefasto, porque anula todos los años
que hay en medio, como si no existieran, como si no los fuera a vivir, tal es
el vacío que deja una profesión como esta, si es que se le puede llamar así.
Encontré un gráfico muy significativo, que paso a reproducir aquí, en el que se hace un estudio comparativo del porcentaje de licenciados universitarios que tienen trabajos pocos cualificados, referido a los países europeos y diferenciando entre mujeres y hombres. El licenciado en España encontrará poco trabajo de aquello para lo que se ha preparado, será malo y mal pagado.
Encontré un gráfico muy significativo, que paso a reproducir aquí, en el que se hace un estudio comparativo del porcentaje de licenciados universitarios que tienen trabajos pocos cualificados, referido a los países europeos y diferenciando entre mujeres y hombres. El licenciado en España encontrará poco trabajo de aquello para lo que se ha preparado, será malo y mal pagado.
Leí hace un tiempo que una mujer
pudo dedicarse a lo que realmente le gustaba, concertista de violín o alguna
otra cosa muy interesante, cuando se jubiló. Creo que era bibliotecaria. Ella se había aburrido hasta entonces en su
trabajo, y no dejándose amilanar por el hecho de ser una persona de edad,
inició una nueva etapa de su vida en la que por fin pudo sentirse realizada.
Hay quien puede llegar a eso en la juventud (¡afortunados!), y hay quien lo
consigue más tarde, pero el caso es no abandonar nunca los sueños, aquello que
realmente nos apasiona.
Me pregunto qué queda de aquella
jovencita que pisaba la nieve en su primer día de trabajo, aquella mañana de enero
de aquel crudo invierno. Creo que sigo siendo la misma de siempre, mejor aún. Como
decía la canción de Gardel, Volver, aunque la letra era “que es un soplo
la vida, que veinte años no es nada”, yo diría lo mismo pero con treinta años.
Aunque ya pesen.
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