martes, 21 de abril de 2015

Divorciadas

 
Sin darnos cuenta en cada momento de nuestra vida nos rodeamos de gente cuya situación personal, o digamos sentimental, se corresponde con la nuestra. De solteros nuestros amigos son solteros, de casados la mayoría son casados, y estando divorciados pues de gente que lo está también. Yo desde que estoy divorciada las amigas que lo están proliferan como las setas. Parece una epidemia.
Y no es precisamente algo que me guste. Durante mucho tiempo me negué a creer que hubiera podido llegar a esa situación y que me viera metida en la tropa de los menesterosos de la vida,  los socialmente proscritos, pues aunque el divorcio sea plato corriente no deja de haber multitud de prejuicios en torno a él. Si me había sentido siempre una inadaptada, alguien marginal, por muchas razones, ahora esto era la gota que colmaba el vaso.
Al principio, cuando conocía gente, divorciadas por lo general, me agobiaba tener que oir tantas historias truculentas sobre procesos de separación, que no me aportaban nada personalmente. Yo rara vez hablo del mío, creo que es algo sórdido y aburrido que no interesa a nadie. Hay gente que parece que se regodea oyendo truculencias ajenas, como si las comparara con las suyas propias para ver si encuentra detalles que las superen, o esperando hallar alguna clase de coincidencia que le lleve a corroborar las decisiones tomadas en el pasado. Ninguna experiencia es igual a otra aunque los procesos puedan parecerse. Lo que a otra persona le pase de poco nos sirve, y lo de mal de mucho consuelo de tontos es verdad, porque he visto a muchos sentir alivio con lo que para mí no ha sido nunca un consuelo, antes al contrario, es una penitencia tener que escuchar una y otra vez el mismo tipo de historias. Cada vez que conozco a una nueva amiga la rutina se repite casi invariablemente. Son relatos tristes, llenos de cutreces, las obsesiones que nos quedan después de trances como este, que son como mantras.
Tan sólo me reí hace poco cuando, invitada por una amiga a un pub que el hijo de una conocida suya  inauguraba, conocí a una mujer que, en principio, parecía una señora muy arreglada y estilosa, y más bien reservada, pero cuando entró en conversación se fue animando y nos contó su historia, que por ser diferente a todas las que he escuchado antes, creo que merece la pena reproducirla. Vino a decir que su ex marido, que era visitador médico, se había estado cepillando a un nº incontable de clientas a lo largo de los casi 30 años que duró su matrimonio, que había intentado dejarle varias veces pero él no quería, hasta el punto de hacer una escenificación dramática de una tentativa de suicidio, tirándose en el descansillo de la casa de ambos, cuan largo era, como si estuviera inconsciente, con una caja de medicamentos en una mano, intentando aparentar que había ingerido un montón de pastillas para quitarse la vida, no difíciles de conseguir para él dada su profesión. Ella, aturdida y también muy cansada, le había acompañado en la ambulancia de mala gana, apenada por un lado pero por otro lado deseando en su fuero interno que aquello acabara por fin con él y, de paso, con sus tribulaciones matrimoniales.
El colmo fue cuando, un día que encendió el ordenador en la empresa que ambos tenían, que no recuerdo a qué se dedicaba, se metió por error en un sitio donde el marido tenía una gran colección de fotos hechas con una inquilina del piso de arriba, una sudamericana más joven que ella, en posturas propias de una película porno. La hija, que llegó en ese momento, las vio sin que pudiera evitarlo, con lo que la consternación familiar fue completa. Pero lo que más me sorprendió fue que esta mujer, que tiene una apariencia tan comedida y estilosa, tomó una decisión que a pocas se nos hubiera ocurrido, y mucho menos tener el valor de ponerla en práctica: imprimió una de las fotos, en grande y a todo color, en la que la susodicha estaba haciéndole una mamada al otro, y la pegó en el descansillo donde vivía ella, para que los vecinos que fueran llegando la vieran. El 1º que llegó fue el hijo de la interesada, que arrancó la foto y le dijo alguna cosa, aunque no pudo hacer mucho por defender el honor de su madre, que ella misma había puesto en entredicho. Todavía se carcajeaba mientras lo recordaba, y la historia me pareció tan lamentable como digna de una película.
Las que estamos divorciadas podemos ser clasificadas de tres maneras, por simplificar un poco: las que no quieren oir hablar de rehacer su vida con un hombre, las que lo están deseando, y las que lo desean pero quieren aparentar que no, quizá porque pretenden parecer que no necesitan a nadie, cuando en realidad nadie es autosuficiente. Entre unas opciones y otras hay fluctuaciones a lo largo del tiempo: las que no querían pero luego sí han ligado, y las que querían, como yo, pero se les ha quitado casi todas la ganas a fuerza de no ligar.
Las que no quieren se dedican a defenestrar al género masculino, metiendo en el mismo saco a los hombres como si estuvieran clonados y fueran todos iguales. Son las frustradas, que pueden ser confundidas con las feministas, por su hostilidad hacia lo varonil, pero que en realidad se les caen los palos del sombrajo en cuanto una posibilidad romántica llega a sus vidas. Las que sí quieren viven al acecho del hombre que aparezca y, como el príncipe azul de los cuentos, las saque de su soledad, y puede que de la precariedad económica en la que las mujeres solemos hallarnos tras un divorcio. Son como lobas hambrientas, reprimidas y cachondas (palabra terrible que no puedo evitar emplear) dispuestas a caer sobre aquel que haga la más pequeña insinuación o coqueteo, como si no hubiera un mañana. Tanto unas como otras constituyen para mí la quintasesencia de la desesperación y la amargura, los restos de un naufragio vital penoso, nunca superado por personas que son incapaces de vivir con un poco de dignidad. Todo es posible si uno lo desea, cuando se inicia una nueva etapa en la vida se vuelven a abrir puertas que se habían cerrado, pero desde luego no a cualquier precio y sin límite. Esto no es un casino, vamos a poner todas nuestras fichas en el tablero y jugárnosla a un solo número, no. A jugar o a no jugar, somos libres, lo que cada uno desee.
Me pregunto si los hombres divorciados funcionarán así. También tienen su parte de tragicomedia en este asunto, pero me da la impresión que para ellos es más fácil emprender una nueva vida, no le dan tantas vueltas a las cosas, lo pasado pasado está, y se conforman más fácilmente. Con los tiempos que corren hay muchas segundas oportunidades en esto del amor, y terceras, y cuartas… infinitas, sólo que hay también un desgaste emocional, y el corazón se cansa de tantas decepciones, de tantas ilusiones que nacen y mueren.
La pareja parece ser el estándar ideal, aquello a lo que la mayoría aspiramos, queramos o no reconocerlo. Lo vemos en la Naturaleza, que no fuerza nada, que no se rige por códigos de conducta preestablecidos, sino por el puro instinto. No es sólo una cuestión social, de crear una familia tradicional, es una necesidad vital para la mayoría. Cada cual deberá buscar la felicidad como mejor le parezca, cada cual debemos encontrar nuestro camino. 
 


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