miércoles, 29 de abril de 2015

Los trastornos psiquiátricos en niños y jóvenes

 
Doloroso caso el del chico que ha matado a un profesor y herido a varias personas en el instituto en el que estudiaba hace algo más de una semana. Y predecibles los comentarios de los telediarios, como que se dijera que en España no estamos acostumbrados a estas cosas que suelen pasar en EEUU. Además de la retahíla de antecedentes que siempre sacan a relucir con cada suceso, todos ocurridos allá en Norteamérica. Me preguntaba Ana, mi hija, que por qué se suicidaban al final los chicos que cometen esa clase de actos, a propósito de la mención en el informativo de dos adolescentes que mataron a un montón de personas y después se quitaron la vida en el instituto donde cursaban sus estudios. Lo único que se me ocurrió decirle es que no estaban bien. Ella quiere analizarlo todo desde la perspectiva de la lógica, encontrar una explicación racional a las cosas, pero cuántas hay que no la tienen, por muchas vueltas que se les de.
Que en el centro no supieran que el chico estaba con un tratamiento psiquiátrico no me extraña tampoco. Aunque los padres hubieran querido comentarlo y que se llevara confidencialmente se hubiera sabido enseguida. Estos sitios son como un pueblo, un sitio pequeño donde todos se conocen y pocas cosas se pueden guardar en privado. Lo que viene a continuación es moneda de cambio habitual: murmuraciones de los compañeros, etiquetas estigmatizadoras, comentarios maliciosos... Cuando Miguel Ángel, mi hijo, fue baja médica en el instituto por un tema psiquiátrico también, a mi hija le preguntaban por él diciéndole que qué tal iba en el “loquero”, algo que a ella la hería profundamente, como es lógico. Bastante que hay un problema  de esa clase en una familia como para que encima haya que aguantar las burlas y la crueldad ajena. Pero este ha sido siempre un país de maledicencia cateta y de  ignorantes.
Miguel Ángel escuchaba la noticia con mucho interés. Algunas similitudes con lo que a él le pasa pudimos escuchar: que al chico le gustaban mucho las armas, que si le atraía el Ejército… Ana ponía caras raras y me miraba, mientras su hermano no quitaba la vista de la televisión. Luego, días más tarde, mientras charlábamos de cualquier cosa, le pregunté qué opinaba de lo sucedido. Él se encogió de hombros, con cierto gesto de tristeza. Le dije si pensaba que podía haberle pasado algo parecido si no hubiera seguido sus terapias, pero él lo negó rotundamente: nunca habría llegado a ese extremo aunque se encontrara mal y no hubiera seguido tratamientos. Quería saber la repercusión que una noticia así había tenido en él, si se había podido sentir identificado y hasta qué punto le afectaría. “No te rayes mamá”, me dijo rotundo, zanjando la cuestión al momento, como siempre que le hago partícipe de alguna idea de esas que se me ocurren a mí, casi siempre descabellada.
Cierto que la esquizofrenia no es el mal de Miguel Ángel, afortunadamente. Él sí tuvo en el hospital psiquiátrico de día al que acudió tiempo atrás un compañero que la padecía, aunque leve. Allí no se admitían pacientes con trastornos graves. Era un chico que sufría mucho, que estaba como ausente y que no podía ser él mismo casi nunca. Tomaba una medicación que no debía ser suficiente para él. El caso que nos ocupa, el del chico de 13 años convertido en asesino por un brote psicótico, es lamentable por partida doble: por el agresor, que no puede dominar unos impulsos que le llevan a la perdición a él y al objeto de sus agresiones, y por el fallecido y los heridos, que ninguna culpa tenían.
Imagino un largo proceso casi carcelario para este chaval, recluído por peligroso, estigmatizado por la sociedad para los restos. Ya tiene su vida vendida desde tan joven, sin futuro, aislado, sin el apoyo y el amor de su familia. Sus padres no le prestaron suficiente atención, esas ballestas que se fabricaba, que tuviera machetes, esas listas con gente a la que quería hacer daño, personas que él posiblemente consideraba que le habían hecho objeto de algún agravio en un momento dado, la más mínima cosa. Una compañera de mi trabajo comentó que parecía mentira que gente con estudios como estos padres hubieran descuidado así este asunto. Yo le dije que a veces la gente con cierto nivel vive de forma hiperactiva, siempre ocupados en muchas cosas, y que a lo mejor gente más modesta cuida y se ocupa mejor de sus hijos.
Me duele mucho todo esto, por lo que a mí me toca. Velo porque Miguel Ángel no siga jamás malos caminos. Si no lo supe hacer bien antes con él, por lo menos que ahora nunca pueda decirse que no hice lo que pude para que tuviera una vida mejor a pesar de sus problemas psíquicos, aunque me parezca que nada es suficiente, que todo se me hace poco para él.
Hoy empieza una nueva terapia: dos trabajadores sociales, un hombre y una mujer, irán a casa por la mañana y saldrán con él. Harán lo que harían unos amigos, ir a sitios, charlar. Y así será una vez por semana durante no sé cuánto tiempo. Ellos se fijarán en su comportamiento social, la clave de todo, en qué falla, qué le obsesiona, qué necesita. Él, aunque un poco preocupado, parecía ilusionado ante esta nueva posibilidad que se le abre. Dejaba escapar ayer una sonrisilla especial de vez en cuando, y se le veía de buen humor, aunque en su caso eso no quiera decir nada, pues sus estados de ánimo sufren muchas variaciones. Una amiga mía opina que es un sistema novedoso y sorprendente para tratarse de la Seguridad Social. Posiblemente lleve ya tiempo poniéndose en práctica. No sé qué saldrá de todo esto, pero estoy segura que  todo será para bien.
 


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