lunes, 20 de abril de 2015

La vida iba en serio

 
Me regaló el libro de Jorge Javier Vázquez, La vida iba en serio, una chica de la editorial Planeta que llegó a casa un día, ya muy tarde, para intentar venderme un montón de cosas. Aquel era un obsequio de parte de la empresa para premiar la fidelidad de sus clientes, pues me vendieron en su momento una colección enciclopédica de libros y DVD’s sobre lugares del Mundo. Yo nunca me hubiera comprado este libro, y eso que su autor me cae bien, aunque no vea sus programas porque son de la telebasura, pero una amiga que lo había descargado en su e-Book me contó hace tiempo algunas de sus truculencias y, como todo lo que es sacado de su contexto, me pareció aberrante.
Lo empecé a leer porque acababa de terminar mi última lectura y no tenía otra cosa que me gustara lo suficiente, y debo decir que me sorprendió mucho. En él el presentador de t.v. cuenta su vida pero con su manera de ser tan particular, escribe como habla, con un desparpajo y unas ocurrencias que hacen que te mueras de risa. Y dice muchas cosas que nunca se atrevería a decir en una entrevista, porque en el fondo conserva esa timidez que le acompañó en su niñez y juventud, y que los que somos tímidos sabemos que nunca termina de desaparecer por completo.
No es esta una biografía al uso, sino una obra muy al estilo de su autor, un poco caótica, algo superficial porque no entra en muchas profundidades, una exorcización de demonios personales que hace que ciertas ideas se repitan una y otra vez a lo largo de sus páginas, esos traumas nunca del todo superados que son los fantasmas particulares que todos llevamos dentro. La palabra “marica” o “maricón” empieza ya desde la infancia, las pocas veces que jugó en la calle con sus vecinos, o en el colegio. Prefería estar en casa haciendo cualquier cosa antes que sufrir el insulto y la afrenta. Jorge Javier, que parece ahora tan extrovertido, ha sido incapaz durante muchos años de hablar abiertamente con su familia de muchos de los aspectos de su vida que le han atormentado precisamente por no poderlos compartir. Era como si se tuviera que avergonzar por ser homosexual.
Sobre todo por su padre, muy estricto, con el que parece que mantuvo una relación de amor-odio, pues en su niñez y juventud todo eran reproches y malos tratos, las tortas que le pegaba cuando no era capaz de comprender las matemáticas, hasta el punto de que en una ocasión que se le vino encima Jorge Javier se orinó en los pantalones. O cuando en el colegio se hizo una representación teatral en la que se intercambiaron los papeles, los chicos se vestían de chicas y al revés. Al padre le pareció mal y se negó a asistir, arrastrando consigo al resto de la familia. Jorge Javier se entregó a su papel con tal fuerza que fue ovacionado por todos los asistentes, incluídos sus compañeros, algunos de los cuales no pudieron reprimir unas lágrimas porque sabían que estaba solo.
La cosa no fue a mejor cuando empezó a tener relaciones sexuales con desconocidos en cuartos oscuros, como él dice, siempre de noche para no ser visto, y se le acababan las excusas al volver a casa y encontrarse con las malas caras de su padre y sus preguntas. Por eso cuando llegó a Madrid, después de acabar Filología española, enseguida se sintió tan a gusto. Había sido su sueño toda la vida. Badalona, de donde provenía, con aquel barrio pobre de edifcios grises, quedaba atrás, y Barcelona, ciudad tan limpia y de diseño, también. Él prefería la capital en todas sus facetas, la vida cultural, el ambiente, las posibilidades inmensas, el anonimato, hasta la suciedad de algunas calles, todo le gustaba.
De sus dos hermanas habla poco, y se lamenta del escaso contacto que tiene con ellas. De una tía, hermana de su padre, me encanta lo que cuenta, su independencia, la cantidad de libros cultos que tenía en su casa y que él disfrutó como ávido lector que es, los porros que compartían ya desde que él era un niño. La tía progre, la confidente. Pero lo que más me ha gustado es cuando habla de sus padres. Así como al principio la relación con el padre no es buena, cuando se marchó a Madrid y empezó a trabajar y a ganarse bien la vida la cosa cambió: el suyo fue un padre orgulloso, resignado por fin a la homosexualidad del hijo, que ya sabía que nunca se casaría ni tendría hijos, aunque sobre este tema nunca llegaron a hablar abiertamente. Sabía que su padre sufría por todo esto, y Jorge Javier supo ponerse en su lugar, a pesar de que la actitud del progenitor fuera tan poco comprensiva para con su persona.
De su madre habla maravillas. Relata cómo se conocieron ella y su padre, lo guapa que era, sus encuentros sexuales mientras fueron novios, cómo se quedó embarazada para que él pudiera salir de casa de unos padres amargados y tétricos, lo mucho que  ella disfrutaba con el sexo, las veces que el matrimonio se reían juntos por cualquier tontería, o cuando se ponían un disco y empezaban a bailar en el salón de su casa. Fue ella el único miembro de su familia al que se atrevió a presentarle a su pareja, Daniel, con la que continúa, una vez que el padre hubo fallecido. Es tierno el relato del viaje que hizo con sus padres a Roma, pagándoles todos los gastos, y en el que el padre ya se empezó a encontrar mal, sin saber aún que ya estaba enfermo.
Jorge Javier idea unos monólogos interiores, unas veces del padre, otras de la madre, otras del matrimonio en diversos momentos de la historia, que aportan al libro una nota original e inesperada. Él se pone en el lugar de ambos y, conociéndolos como los conoce, no le cuesta imaginar lo que pensaban y sentían en cada ocasión, aunque a él no se lo dijeran. Es muy conmovedor el que recrea la despedida del padre a la madre, poco antes de morir, en el que le pide que cuide de sus hijos y especialmente del pequeño, de Jorge Javier, porque le recuerda a su mejor amigo de juventud, que también era homosexual, y no quería que acabara como él, “porque son personas a las que no quiere nadie”, decía.
Menciona en el libro a algunos de sus mejores amigos, una pareja hetero y otra homo, a los que considera su familia en Madrid, y a algunas de las personas con las que ha trabajado, con nombres y apellidos, de las que habla pestes (las primeras con las que colaboró) y maravillas (su relación con Carmen Rigalt). De sus encuentros amorosos aporta todo tipo de detalles escabrosos, pero dichos por él, con ese ingenio que tiene y ese humor, no escandalizan, aunque creo que no le importaría que fuese así. También dice cosas bonitas, fruto de profundas reflexiones. Por quien siente adoración es por Daniel, su actual pareja, el pilar fundamental de su vida.
Es este un libro curioso, que ya va por su 8ª edición, y cuyo éxito no sé si animará a su autor a seguir publicando otros. Una biografía con grandes lagunas, como su etapa universitaria, de la que no habla nada, pero en la que cuenta lo que a él realmente le importa, y a su manera, sin pelos en la lengua, llamando a las cosas por su nombre. Es valiente, fresco, conmovedor, y nos describe cómo es la vida de un homosexual, no tan conocida por todos, con toda su crudeza y sus esperanzas. Hasta el título es significativo, que la vida iba en serio por si nos habíamos creído otra cosa. La portada es un homenaje a Madrid, la ciudad que se lo ha dado todo, una ilustración que representa la plaza del Callao vista desde la Gran Vía, con el edificio Capitol, donde está el neón de Schweppes. En la contraportada una foto suya en blanco y negro con su perro Garbo, nombre que le puso

en honor a la 1ª revista para la que trabajó, y que le hizo compañía a su madre cuando quedó viuda. Lectura recomendable, con independencia de la opinión que su autor pueda merecer. Para gente sin prejuicios.



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