martes, 7 de abril de 2015

Jamie Oliver


Creo que ya he comentado alguna cosa sobre Jamie Oliver en alguna ocasión. Me llama mucho la atención su forma de poner en escena algo en principio tan convencional como es cocinar, es cuando menos original.

Jamie tiene el aspecto del típico inglés de barrio obrero, hincha de algún equipo de fútbol, bebedor de grandes jarras de cerveza. Pero no se ajusta al perfil de cocinero que estamos acostumbrados a ver en televisión. A sus casi 40 años, parece un niño grande y travieso siempre dispuesto a transgredir las normas establecidas, algo con lo que se ve que disfruta enormemente. Descarado, simpático, espontáneo, con aspecto rubicundo y a medio camino entre fuerte y gordito, mira a la cámara con absoluta falta de pudor y un poco de guasa, como si se dirigiera en persona a cada uno de nosotros y se colara en nuestras casas. Su seguridad y, al mismo tiempo, su naturalidad y sentido del humor hace que tenga una gran audiencia, que también puede seguirle con los libros y DVD’s que edita, y en su página web. Todo un negocio bien montado el suyo.

Y el caso es que sus performances pueden parecer caóticas. Es difícil tomar nota de sus recetas porque va a una velocidad vertiginosa, quizá para darle ritmo a sus programas y no aburrir. Su especialidad son los platos que se pueden cocinar en 15 minutos. Puede que me parezca sólo a mí que en su cocina reina el caos. Hay demasiadas cosas alrededor, demasiada comida, demasiadas cacerolas y sartenes. Todo tipo de alimentos se trocean, se fríen, se trituran, se mezclan en amalgamas imposibles, utilizando productos de otros países, con lo que sus comidas tienen siempre un toque exótico. Algunos de ellos son típicos de Inglaterra, y aquí sería muy difícil conseguirlos. La fusión de sabores tan distintos tiene que ser muy excitante, y de su gusto nos tenemos que fiar si queremos creer que lo que está cocinando es bueno. Le gusta además revolver la comida con las manos. Está ciertamente lejos del glamour que se asocia a los chefs tradicionales.

Al comenzar o al finalizar cada programa, e incluso intercaladas, aparecen escenas rodadas a cámara lenta que son realmente espectaculares. Jamie se asemeja en ellas a un artista de circo, o a un prestidigitador. Fogones que se van prendiendo de un fuego azul gradualmente, alimentos que se elevan por encima de las sartenes a gran altura, tapas de cacerola que hace girar sobre sí mismas de forma desenfrenada, cubiertos de madera con los que golpea los pucheros simulando tocar la batería, patada hacia atrás para cerrar un cajón mientras cocina, palmada llena de harina que desprende una polvareda blanca en un primer plano frente a la cámara… En fin, las cosas que se le ocurren para llamar la atención y marcar la diferencia son tan variadas como las recetas que crea, todo pura imaginación.

Y el color. Amarillos, verdes, rojos, naranjas intensos. No sólo con la batería que utiliza, de gran variedad cromática y con tapas de cristal. Jamie juega con la vista para despertar el apetito, utilizando variedades de verduras o frutas poco habituales, como tomates o pimientos amarillos. Nos enseña a cortar una fruta tropical con precisión para no deshacerla, despacio (es la única vez que se ralentiza), y es poco amigo del corte diminuto, trocea en pedazos grandes y no del mismo tamaño. Dice que no le gusta que todo sea uniforme, o la rigidez a la hora de crear recetas, para qué complicarse la vida. Su cocina da la impresión de funcionar siempre a tope: salsas humeantes borbotean en las sartenes, el horno encendido con algo delicioso dorándose dentro, el cuchillo en constante movimiento… Es como una fábrica de febril actividad.

Y como colofón final, la degustación. Jamie con un gran plato repleto de lo que acaba de cocinar se mete frente a la cámara grandes cantidades de comida en una boca más grande aún de lo que ya se ve que es. Son fauces degustadoras, babosas, de labios carnosos. Hay algo libidinoso en esa boca. Cierra los ojos deleitándose, emite sonidos guturales de placer (es un poco animalesco), como si dijera que nos unamos a su fiesta, una bacanal de instintos desatados a la que sería tonto renunciar. Quizá ese puntito ordinariote, vulgar, de chef sin refinamientos, es la clave de su éxito, porque le hace parecer muy familiar, como si le conociéramos de toda la vida o formara parte de nuestra familia o amigos. Nada de divismos, de aires de afectación, incluso a pesar del reconocimiento público.

Igual aparece cocinando en compañía de sus hijos, que disfrutando de sus platos en el precioso y enorme jardín de su casa junto a los niños y su mujer, que charlando mientras comen sentados en un poyete su padre y él, o confeccionando menús mano a mano con su madre, aunque aquí se le ve un poco cortado, como si estuviera pendiente de lo que ella pueda opinar, le cuesta ser él mismo. El ascendiente de la progenitora, que no se puede eludir ni en toda una vida. Ella a veces le echa miradas de extrañeza como diciendo ¿de verdad va a estar bueno esto? Pero él hace como que va a lo suyo. También ha aparecido con un grupo de amigos, sentados al aire libre, casi en el suelo junto a una arboleda, haciendo bromas y agasajándoles con las viandas que ha preparado. Lo que más me llama la atención es la forma como ha llamado a sus hijos, utilizando excéntricas acepciones delante de nombres normales (éstos los omito): Petal Blossom Rainbow (arcoíris flor de pétalos), Buddy Bear (oso amistoso), Poppy Honey (miel de amapola).   

La única vez que ha tenido algún problema fue cuando viajó hace 5 años a un pueblo de Virginia, de los de la América profunda, que tiene un índice de obesidad enorme, e intentó grabar allí algunos de sus programas. Incluso montó un comedor social para enseñar a comer bien, y visitaba guarderías para acostumbrar a los niños a tomar verduras en lugar de comida basura, pues no sabían ni lo que era un tomate. El pueblo se le echó encima alegando que no iba a venir un extranjero a decirles lo que tenían que comer, ni a hacerles quedar como unos paletos. Jamie, que ha logrado en su país importantes cambios en la comida que se sirve en las escuelas, vio cómo fracasaba después de 5 meses de estancia allí y en una ocasión, cuando le entrevistaban, hasta se echó a llorar ante las cámaras por la agresividad con la que era tratado. 

 
Otras veces se ha ido a otros países a cocinar sin ningún problema, y entonces vemos cómo escoge los productos en los mercados al aire libre, nos explica qué es cada cosa y sus beneficios para la salud, o cómo lo podemos aprovechar en la cocina. Le gustan los lugares remotos y exóticos, cuyos sabores fuertes tan diferentes a los de su país le llamarán sin duda la atención. Luego los introduce en sus comidas usando muchas especias, y nos los sirve con delectación, porque es un hombre que disfruta mucho con su trabajo, y esa alegría y optimismo son contagiosos. 
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                  

Me encanta su enorme cocina rodeada de grandes cristaleras, semejante a un invernadero, por las que el sol se filtra a través de los vapores, creando una atmósfera cálida y acogedora. Jamie desprende luz frente a la cámara, pero no se queda sólo en su posición de tipo exitoso sino que nos mira con cierta sorna, como dando a entender que nada ha cambiado, que sigue siendo el mismo de siempre, y nos reta a que le sigamos, a ver si somos capaces. Da la impresión de ser un tipo despreocupado que se ocupa sólo de sus propios asuntos. A su lado, gente como Arguiñano, con sus canturreos infantiles y sus chistes malos, nos parece trasnochada y aburrida. Nunca hubiéramos pensado que alguien tan aparentemente desenfadado y poco común como Jamie fuese además miembro de la Orden del Imperio Británico. Lo que sí nos creemos es que tenga en su haber varios premios Emmy por sus programas de televisión. Aquí hace poco que se está dando a conocer, pero en su país ya lleva 17 años deleitando a la concurrencia.

No sé si haré alguna vez una de sus recetas, pero verlo en acción es ya un placer en sí mismo. “Comfort food” llama a sus comidas. Para los que no nos gusta demasiado cocinar puede llegar a resultar algo realmente cómodo.

 

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