Me había propuesto mi amiga Mª
José un viajecito para esta Semana Santa, y aunque en un principio barajamos
Málaga y Sevilla, la saturación que sobre todo ésta última tiene en esa época
del año, y la subida de precios que experimenta, hizo que barajáramos otras posibilidades.
Mi amiga, que trabaja en Defensa y puede pedir plaza en residencias militares, vio
que en la de Algeciras tenían unas cuantas habitaciones libres aún. Con mi hijo
Miguel Ángel, que se sumó encantado a la troupe, emprendimos viaje hacia uno de
los extremos más alejados de la península, un día antes de lo previsto, porque
cuando saqué los billetes de tren por internet me los dieron con la salida y la
llegada invertidas, y cuando me di cuenta 2 días antes del viaje ya no me los pudieron cambiar
porque estaba todo repleto. La única solución fue cancelarlos y sacar otros
para empezar el viaje un día antes y terminarlo un día antes también. Por
cierto, aunque tuvimos que cogerlos en Preferente porque ya no quedaban clase
Turista, no nos dieron ni un cacahuete durante el trayecto. ¿En qué se
diferenciaba una de otra al final, salvo por el precio? Un timo.
Yo de Andalucía sólo conozco
Málaga y Granada, y poco, pues las visité en breves escapadas con mi familia de
niña. El paisaje que atravesamos con el tren era muy distinto al que estoy
acostumbrada cuando voy al Levante, que es mucho más árido. La hierba tiene un verde
destellante que se extendía como un suave manto por praderas y lomas, me recordaba a la ventana de inicio de Windows.
En la residencia nos atendió en recepción Antonio, con el que Mª José había hablado
para hacer las reservas. Educado y solícito, mi amiga porfió con él un poco
para que nos pusieran las habitaciones al precio de las de los Suboficiales, pues
según él al personal civil se le ponían (absurdamente) el de los Oficiales. Ella
no se corta un pelo, y gracias a eso nos ahorramos un dinero. Luego supimos que
la calidad de los alojamientos no hacía distinción según la categoría de los
militares que se alojaban en ellos: la que estuviera disponible era la que se
asignaba al que llegaba en cada momento.
Comimos en el comedor de la
residencia, la única vez que lo hicimos, pues el resto del tiempo estábamos
fuera, a pesar de lo cual tuvimos que pagar la media pensión porque era
obligatoria. Y menos mal porque era un menú único y el primer plato, una crema
de verduras, estaba buena, pero el 2º, un pollo picantón, nos lo sirvieron
entero, sin cabeza, y más duro que una piedra. Puesto boca arriba
parecía estar en el ginecólogo, y boca abajo se le veía un ojete tieso y parecía
que le iban a dar por ahí mismo. Estuvimos un rato riéndonos con
esto.
Yo en la playa del Rinconcillo |
Al regresar había otra persona en
recepción, Juan, que resultó ser el que más de contínuo estaría allí, y con el
que más hablamos. Era uno de esos andaluces enjutos, alto y delgado, con mucho
sarcasmo, con el que Mª José disfrutó lanzándole todo tipo de pullas,
porque le gusta picar a la gente a ver cómo reacciona y estar un rato de broma.
El otro las cogía al vuelo y contraatacaba sin pensarlo. Como todos los de la
tierra eran de los que dicen cosas hilarantes y se quedan luego muy serios
aunque todo el mundo se parta de risa. Pronto nos cogió afecto, porque también
era muy educado, y tuvo algunas deferencias con nosotros que contaré más
adelante.
Contratamos a través de la
residencia el ferry que nos llevaría a Ceuta, pues trabajan con una agencia de
viajes y nos hacía el 50% de descuento. Pensábamos hacer una excursión a
Tánger-Tetuán, pero cambiaron el día en que iba a realizarse y coincidió con el
de nuestra marcha, por lo que no pudo ser. Hacerla por nuestra cuenta nos hubiera
costado 200 y pico € por persona, mientras que a través de la residencia eran
69 € cada uno.
Por la noche nos fuimos a cenar a
una terraza de Lizarrán, cerca del puerto. Yo solía desayunar de vez en cuando
en una de las que hay en Madrid cuando trabajaba en Justicia, pero aquí me
tuvieron que explicar cómo funcionaban porque era distinto: los camareros-as
salían y entraban constantemente con platos llenos de montados y cazuelitas y
las iban ofreciendo por las mesas. El desfile era incesante, variado y
delicioso, nunca vi tal cantidad de cosas para picar diferentes y
sorprendentes. Miguel Ángel estaba ya casi mareado de tanto como preguntaban,
pues no cesaban de interrumpir en la conversación y en la degustación.
Miguel Ángel y Mª José en el ferry |
El ferry, de la línea Balearia,
era grande y por dentro parecía la sala de un casino de Las Vegas, con sillones
color café con leche y granate, y techos de espejo. Tenía un aire a café decadente. Una pequeña cubierta en un
lateral fue el sitio al que nos dirigimos Miguel Ángel y yo a mitad de
trayecto, dando bandazos aquí y allá como borrachos por el vaivén del barco.
Surcar el mar a esa velocidad, con el viento azotándote la cara y los pelos
locos, me produce una extraña felicidad. Íbamos dejando una estela enorme de
espuma blanca a nuestro paso, y el aire se notaba limpio y fresco.
En mi anterior trabajo revisábamos
billetes de todas las compañías marítimas de ferrys de España. Tenía curiosidad
por ver cómo era una de ellas. Y la verdad es que están muy bien equipadas, con
tienda de comida y bebida, un Telepizza en el que podías comprar café, y una
tienda acristalada de joyas y perfumes que no vi abierta. Un
expositor ofrecía gratis prensa local y La Razón que, curiosamente, estaba por
todas partes. Las empleadas igual atendían en las tiendas o el Telepizza, como empujaban las sillas de ruedas de los pasajeros con poca movilidad que llegaban o se iban. Una chica joven se mareó y puso perdido los lavabos del servicio vomitando. Un par de personas vi que se encontraron mal pero sin pasar a mayores. Yo, que me he mareado mucho en cualquier transporte años ha, me sorprendí de que ya no fuera así. En realidad sólo hay un pequeño tramo en el que el mar está más movido, y ya nos lo advirtieron.
Gran Casino de Ceuta |
Parque Marítimo del Mediterráneo |
Playa de la Ribera de Ceuta |
Al comentarle la historia de mis abuelos viviendo allí, cuando nació mi padre, Pepe dijo que a la gente ajena al estamento militar le resulta extraña la vida que llevaban, su integración en la zona y su buena convivencia con los árabes, quizá porque es una forma de vida diferente que ya está casi extinguida.
Catedral de La Asunción de Ceuta |
A comer nos fuimos a un sitio que
nos recomendó Pepe, asegurándonos que todo allí era muy fresco, El mentidero,
una tasquilla junto a la calle Jáudenes, una de las pocas que conservan su nombre
primigenio, cerca del mercado central. De camino vimos sentado en una plazoleta
al único árabe con la auténtica chilaba, fez y babuchas que pudimos ver en
nuestro recorrido. Su ropa era blanca, sus ojos azul claro, su piel más bien
clara, y su actitud de absoluta contemplación meditativa, no se movía ni un
ápice, como si fuera una estatua viviente.
Esa zona estaba entre dos mares,
como la composición musical de Paco de Lucía: si mirabas a un lado veías a lo lejos el
Atlántico, si mirabas al otro el Mediterráneo. Miguel Ángel se tomó unos
montaditos de lomo y salsa a la pimienta, y nosotras unas raciones de pescaíto
frito. El lugar era demasiado pequeño para la cantidad de mesas que tenía, y sus paredes estaban llenas de cosas muy nuestras: pósters de la
Semana Santa del año pasado, dibujos taurinos, dos banderillas, y una bandera
de España enorme con una frase impresa que muchos dirían que es fachosa, y
otros patriótica, algo sobre Dios, la patria, la bandera y no sé qué más, entre
muchos signos de admiración.
Iglesia de la Virgen de los Remedios de Ceuta |
A última hora me acordé de Tere,
una prima de mi padre que conocí el año pasado cuando coincidí con ella y sus
hermanas en El Escorial. Muy cariñosa, le habría encantado acogernos en su
casa. Por las fotos que pone en su Facebook debe vivir en esa zona entre dos mares
que mencionaba antes. Otra vez será. Por donde no se nos ocurrió ir es
por el barrio del Príncipe, famoso últimamente porque el yihadismo lo ha cogido
como lugar de captación de adeptos. Pepe nos comentó que los chicos que
salieron en el programa de t.v. hablando de este tema tenían una “cebolleta”,
que allí debe ser algo así como estar fumados, que no dijeron más que
tonterías.
En el ferry de vuelta abrí la
caja de pastas morunas y compré unos cafés para compartir. Mientras estuve en
Ceuta le decía a Mª José que me tenía que pellizcar para saber que no estaba
soñando, que me parecía mentira estar allí después de tanto tiempo deseándolo.
Por la noche cenamos en una
cafetería que estaba en la Plaza Alta de Algeciras. Había una gran iglesia blanca con la
fachada resplandeciente por los focos que la iluminaban, la de Nuestra Señora
de La Palma, una fuente central muy bonita y asientos hechos con azulejos de
colores, muy al estilo andaluz. Al ser de noche no la pudimos contemplar en toda su belleza.
Para llegar recorrimos la calle Alfonso XII, a
cuyos lados se agolpaba la gente esperando la llegada de los costaleros con los
pasos. Algunas procesiones ya habían desfilado por delante de la residencia,
dejándonos su estela de música solemne y Manolas con vestidos cortos, muy
distinto a Madrid, que llevan faldones largos. Pasamos frente a la Casa
Consistorial, donde las autoridades de la ciudad esperaban solemnes sentados en
las tribunas, muy empingorotados, a que llegaran los pasos. A pesar del tumulto se podía circular bien, la gente era respetuosa y educada.
Virgen de Nuestra Señora de La Palma de Ceuta |
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