lunes, 13 de abril de 2015

Viaje de Semana Santa 2015 (I)

 
Me había propuesto mi amiga Mª José un viajecito para esta Semana Santa, y aunque en un principio barajamos Málaga y Sevilla, la saturación que sobre todo ésta última tiene en esa época del año, y la subida de precios que experimenta, hizo que barajáramos otras posibilidades. Mi amiga, que trabaja en Defensa y puede pedir plaza en residencias militares, vio que en la de Algeciras tenían unas cuantas habitaciones libres aún. Con mi hijo Miguel Ángel, que se sumó encantado a la troupe, emprendimos viaje hacia uno de los extremos más alejados de la península, un día antes de lo previsto, porque cuando saqué los billetes de tren por internet me los dieron con la salida y la llegada invertidas, y cuando me di cuenta 2 días antes del viaje ya no me los pudieron cambiar porque estaba todo repleto. La única solución fue cancelarlos y sacar otros para empezar el viaje un día antes y terminarlo un día antes también. Por cierto, aunque tuvimos que cogerlos en Preferente porque ya no quedaban clase Turista, no nos dieron ni un cacahuete durante el trayecto. ¿En qué se diferenciaba una de otra al final, salvo por el precio? Un timo.
Yo de Andalucía sólo conozco Málaga y Granada, y poco, pues las visité en breves escapadas con mi familia de niña. El paisaje que atravesamos con el tren era muy distinto al que estoy acostumbrada cuando voy al Levante, que es mucho más árido. La hierba tiene un verde destellante que se extendía como un suave manto por praderas y lomas, me recordaba a la ventana de inicio de Windows.
En la residencia nos atendió en recepción Antonio, con el que Mª José había hablado para hacer las reservas. Educado y solícito, mi amiga porfió con él un poco para que nos pusieran las habitaciones al precio de las de los Suboficiales, pues según él al personal civil se le ponían (absurdamente) el de los Oficiales. Ella no se corta un pelo, y gracias a eso nos ahorramos un dinero. Luego supimos que la calidad de los alojamientos no hacía distinción según la categoría de los militares que se alojaban en ellos: la que estuviera disponible era la que se asignaba al que llegaba en cada momento.
Comimos en el comedor de la residencia, la única vez que lo hicimos, pues el resto del tiempo estábamos fuera, a pesar de lo cual tuvimos que pagar la media pensión porque era obligatoria. Y menos mal porque era un menú único y el primer plato, una crema de verduras, estaba buena, pero el 2º, un pollo picantón, nos lo sirvieron entero, sin cabeza, y más duro que una piedra. Puesto boca arriba parecía estar en el ginecólogo, y boca abajo se le veía un ojete tieso y parecía que le iban a dar por ahí mismo. Estuvimos un rato riéndonos con esto.
Yo en la playa del Rinconcillo
Por la tarde dimos un paseo por Algeciras, por la playa del Rinconcillo. Para llegar había que ir por la Avenida del Carmen, el paseo marítimo de allí, que en algún tramo tenía un aroma a alcantarilla, pues el puerto estaba lleno de cargueros y a lo lejos se veía una construcción metálica pintada en azul de lo más industrial. Las aguas estaban muy sucias, pero al llegar a esa playa estaba todo más limpio y había gente bañándose. Dos treintañeros hacían equilibrios circenses, el más corpulento tumbado sobre la arena y sujetando en el aire al otro. Dos chicos que jugaban al fútbol se les quedaron mirando y no tardaron en ser ellos los que eran alzados a pulso. Según paseábamos descalzos nos íbamos encontrando conchas muy grandes, y yo me quedé con una que me señaló Miguel Ángel. Un Yorkshire nos acompañó zalamero un rato para luego volver con su dueña, que leía y no le hacía caso. Mª José se extrañó de que no hubiera chiringuitos, que parece que van asociados las playas andaluzas. Después nos sentamos en una terraza y Miguel Ángel se pidió un bocadillo de tortilla francesa con rodajas de tomate que estaba delicioso. Allí, por sencillo que sea el manjar, no sé cómo lo cocinan que está exquisito.
Al regresar había otra persona en recepción, Juan, que resultó ser el que más de contínuo estaría allí, y con el que más hablamos. Era uno de esos andaluces enjutos, alto y delgado, con mucho sarcasmo, con el que Mª José disfrutó lanzándole todo tipo de pullas, porque le gusta picar a la gente a ver cómo reacciona y estar un rato de broma. El otro las cogía al vuelo y contraatacaba sin pensarlo. Como todos los de la tierra eran de los que dicen cosas hilarantes y se quedan luego muy serios aunque todo el mundo se parta de risa. Pronto nos cogió afecto, porque también era muy educado, y tuvo algunas deferencias con nosotros que contaré más adelante.
Contratamos a través de la residencia el ferry que nos llevaría a Ceuta, pues trabajan con una agencia de viajes y nos hacía el 50% de descuento. Pensábamos hacer una excursión a Tánger-Tetuán, pero cambiaron el día en que iba a realizarse y coincidió con el de nuestra marcha, por lo que no pudo ser. Hacerla por nuestra cuenta nos hubiera costado 200 y pico € por persona, mientras que a través de la residencia eran 69 € cada uno.
Por la noche nos fuimos a cenar a una terraza de Lizarrán, cerca del puerto. Yo solía desayunar de vez en cuando en una de las que hay en Madrid cuando trabajaba en Justicia, pero aquí me tuvieron que explicar cómo funcionaban porque era distinto: los camareros-as salían y entraban constantemente con platos llenos de montados y cazuelitas y las iban ofreciendo por las mesas. El desfile era incesante, variado y delicioso, nunca vi tal cantidad de cosas para picar diferentes y sorprendentes. Miguel Ángel estaba ya casi mareado de tanto como preguntaban, pues no cesaban de interrumpir en la conversación y en la degustación.
Miguel Ángel y Mª José en el ferry
Y a Ceuta fuimos al día siguiente. Casi lo consideré una señal, porque es la tierra de mi padre, de mi abuela paterna y toda su familia, y toda la vida quise conocerla. No estaba previsto pero surgió así. Desayunamos en la estación marítima, un bar con barra semicircular que en una pared tenía dos grandes relojes con un letrero al lado de cada uno de ellos: en uno indicaba que esa era la hora en Madrid y en el otro la de Marruecos, una hora menos.
El ferry, de la línea Balearia, era grande y por dentro parecía la sala de un casino de Las Vegas, con sillones color café con leche y granate, y techos de espejo. Tenía un aire a café decadente. Una pequeña cubierta en un lateral fue el sitio al que nos dirigimos Miguel Ángel y yo a mitad de trayecto, dando bandazos aquí y allá como borrachos por el vaivén del barco. Surcar el mar a esa velocidad, con el viento azotándote la cara y los pelos locos, me produce una extraña felicidad. Íbamos dejando una estela enorme de espuma blanca a nuestro paso, y el aire se notaba limpio y fresco.
En mi anterior trabajo revisábamos billetes de todas las compañías marítimas de ferrys de España. Tenía curiosidad por ver cómo era una de ellas. Y la verdad es que están muy bien equipadas, con tienda de comida y bebida, un Telepizza en el que podías comprar café, y una tienda acristalada de joyas y perfumes que no vi abierta. Un expositor ofrecía gratis prensa local y La Razón que, curiosamente, estaba por todas partes. Las empleadas igual atendían en las tiendas o el Telepizza, como empujaban las sillas de ruedas de los pasajeros con poca movilidad que llegaban o se iban. Una chica joven se mareó y puso perdido los lavabos del servicio vomitando. Un par de personas vi que se encontraron mal pero sin pasar a mayores. Yo, que me he mareado mucho en cualquier transporte años ha, me sorprendí de que ya no fuera así. En realidad sólo hay un pequeño tramo en el que el mar está más movido, y ya nos lo advirtieron.
Gran Casino de Ceuta
Mª José había hablado por teléfono con un antiguo jefe suyo, un coronel, que había pedido destino a Ceuta desde Madrid hacía tiempo, para ver si nos hacía de guía, pero estaba en su tierra, Zaragoza, aprovechando las vacaciones para visitar a su familia. Lo que sí hizo fue contactar con uno de sus compañeros de trabajo, Pepe, un civil amigo suyo, para que nos enseñara un poco la ciudad. Esperamos a Pepe junto a la cafetería Manhattan, cerca de la estación marítima, regentada por árabes, lugar de degustación de tés morunos y dulces que él por lo visto frecuentaba. Nada más verlo me recordó a uno de los hermanos de mi padre, el que es militar. Son los rasgos de la zona, heredados de mi abuela paterna, que era oriunda de allí desde muchas generaciones atrás. Vimos muchos ojos azul muy claro, y pocos moros, a pesar de que Pepe nos dijo que la población árabe había aumentado mucho en los últimos años.
Parque Marítimo del Mediterráneo
Fue muy amable con nosotros. Nos dio una pequeña vuelta en el coche de su hija, pues el suyo nos dijo que se lo había dejado a un sobrino, y luego nos sentamos en una terraza de la calle Real, donde charlamos de nuestras cosas y nos explicó peculiaridades de la tierra. Nos llevó hacia la playa de la Ribera, que es Mediterráneo, pasando junto al casino militar, y luego al Parque Marítimo del Mediterráneo, un complejo enorme donde está el Gran Casino, varios restaurantes esparcidos a lo largo y ancho de un gran parque, y una piscina de agua salada de dimensiones colosales que ocupaba casi todo el recinto rodeando las zonas de ocio. En aquel momento estaban limpiándola para llenarla de cara al verano. Pepe nos dijo que unas canalizaciones traían el agua de mar desde la parte más alejada del puerto, donde está más limpia. Nos dejaron pasar sin cobrarnos, para que pudiéramos echar un vistazo. La entrada costaba 6 € al día, y también había abonos mensuales.
Playa de la Ribera de Ceuta
Pepe decía ir con su mujer y sus amigos a la playa del Chorrillo, mucho más familiar que la de la Ribera, que consideraba de pijos. La 1ª se la he oído mencionar muchas veces a mi padre, que también iba allí con su familia. Pepe decía que incluso asaban sardinas haciendo un pequeño fuego para que no se viera mucho y no les llamaran la atención.
Al comentarle la historia de mis abuelos viviendo allí, cuando nació mi padre, Pepe dijo que a la gente ajena al estamento militar le resulta extraña la vida que llevaban, su integración en la zona y su buena convivencia con los árabes, quizá porque es una forma de vida diferente que ya está casi extinguida.
Catedral de La Asunción de Ceuta
Cuando se acercaba la hora de comer le liberamos de su compromiso de acompañarnos y continuamos nuestro paseo. Había sido educadísimo y amable, sin conocernos de nada nos había hecho algunas confidencias personales, y creo que se sintió a gusto con nosotros igual que nosotros con él. Nos hicimos fotos frente a la Comandancia General y junto a la catedral de la Asunción (los edificios allí están pintados en tonos mostaza). Miguel Ángel fotografió con su móvil una estatua dedicada a los legionarios, que le gustan tanto.
A comer nos fuimos a un sitio que nos recomendó Pepe, asegurándonos que todo allí era muy fresco, El mentidero, una tasquilla junto a la calle Jáudenes, una de las pocas que conservan su nombre primigenio, cerca del mercado central. De camino vimos sentado en una plazoleta al único árabe con la auténtica chilaba, fez y babuchas que pudimos ver en nuestro recorrido. Su ropa era blanca, sus ojos azul claro, su piel más bien clara, y su actitud de absoluta contemplación meditativa, no se movía ni un ápice, como si fuera una estatua viviente.
Esa zona estaba entre dos mares, como la composición musical de Paco de Lucía: si mirabas a un lado veías a lo lejos el Atlántico, si mirabas al otro el Mediterráneo. Miguel Ángel se tomó unos montaditos de lomo y salsa a la pimienta, y nosotras unas raciones de pescaíto frito. El lugar era demasiado pequeño para la cantidad de mesas que tenía, y sus paredes estaban llenas de cosas muy nuestras: pósters de la Semana Santa del año pasado, dibujos taurinos, dos banderillas, y una bandera de España enorme con una frase impresa que muchos dirían que es fachosa, y otros patriótica, algo sobre Dios, la patria, la bandera y no sé qué más, entre muchos signos de admiración.
Iglesia de la Virgen de los Remedios de Ceuta
Luego fuimos dando una vuelta, calle Real arriba, hacia la iglesia de la Virgen de los Remedios, que me había dicho mi padre que visitáramos porque fue donde a él le bautizaron. No pudimos entrar porque sólo abrían en horario de Misas, pero por fuera me pareció grande y muy bonita. Bajamos por una calle que la bordeaba, una cuesta muy pronunciada que iba hacia el puerto, y pasamos junto a la estatua de Hércules, un coloso que no sé si empuja o sujeta las dos columnas que le flanquean. Terminamos otra vez en la cafería Manhattan, donde compré pastas típicas árabes cuyos nombres no logré memorizar. Nos quedamos sin ver muchas cosas, entre ellas el parque S. Amaro, el Monte Hacho, y el castillo del Desnarigado, en honor a un rey antiguo que tenía la nariz cortada. Pepe nos dijo que para estos 2 últimos sitios se necesitaba coche, porque están en lo alto de la montaña y no hay transporte público para llegar allí. Las vistas desde esos lugares debían ser magníficas, sitios que mi padre me había recomendado.
A última hora me acordé de Tere, una prima de mi padre que conocí el año pasado cuando coincidí con ella y sus hermanas en El Escorial. Muy cariñosa, le habría encantado acogernos en su casa. Por las fotos que pone en su Facebook debe vivir en esa zona entre dos mares que mencionaba antes. Otra vez será. Por donde no se nos ocurrió ir es por el barrio del Príncipe, famoso últimamente porque el yihadismo lo ha cogido como lugar de captación de adeptos. Pepe nos comentó que los chicos que salieron en el programa de t.v. hablando de este tema tenían una “cebolleta”, que allí debe ser algo así como estar fumados, que no dijeron más que tonterías.
En el ferry de vuelta abrí la caja de pastas morunas y compré unos cafés para compartir. Mientras estuve en Ceuta le decía a Mª José que me tenía que pellizcar para saber que no estaba soñando, que me parecía mentira estar allí después de tanto tiempo deseándolo.
Por la noche cenamos en una cafetería que estaba en la Plaza Alta de Algeciras.  Había una gran iglesia blanca con la fachada resplandeciente por los focos que la iluminaban, la de Nuestra Señora de La Palma, una fuente central muy bonita y asientos hechos con azulejos de colores, muy al estilo andaluz. Al ser de noche no la pudimos contemplar en toda su belleza.
Para llegar recorrimos la calle Alfonso XII, a cuyos lados se agolpaba la gente esperando la llegada de los costaleros con los pasos. Algunas procesiones ya habían desfilado por delante de la residencia, dejándonos su estela de música solemne y Manolas con vestidos cortos, muy distinto a Madrid, que llevan faldones largos. Pasamos frente a la Casa Consistorial, donde las autoridades de la ciudad esperaban solemnes sentados en las tribunas, muy empingorotados, a que llegaran los pasos. A pesar del tumulto se podía circular bien, la gente era respetuosa y educada.
Virgen de Nuestra Señora de La Palma de Ceuta
A la altura de la iglesia de Nuestra Señora de La Palma vi un paso magnífico, una Virgen preciosa con manto púrpura rodeada de velas, seguida de un Jesús Nazareno portando la Cruz ayudado por Simón de Cireneo. La figura de Cristo reflejaba su sombra sobre la blanca fachada de la iglesia, mientras era desplazado lentamente. Estos pasos desfilaron después junto a la cafetería mientras cenábamos, momento que aproveché para salir a hacer unas fotos, como muchas otras personas allí. Los que estaban dentro dejaron de comer y casi de hablar para contemplar respetuosos el desfile de las figuras a través de los grandes ventanales.
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