Hace poco leí las ocho directrices a seguir para ser un buen líder, según Mandela, resumidas por su magnífico biógrafo Richard Stengel, y la verdad es que me resultó muy interesante. Empieza declarando que “el coraje no es la ausencia de miedo. Inspirar a otros para sobreponerse a él”. Mandela dice que no es que no tenga nunca temor ante un peligro, pero al ser una figura en la que los demás se fijan se siente obligado a dar ejemplo de entereza y valor. En la cárcel solía lucir un porte orgulloso, y eso hacía que los demás se sintieran con fuerzas para superar sus propias limitaciones y las penalidades de su vida.
En segundo lugar afirma que “hay que dar el primer paso, pero sin dejar atrás a tu equipo”. Las decisiones importantes se deben tomar con el consenso general. No hay que olvidar que se es líder de un partido porque son los compañeros los que te han puesto en ese lugar. Sus opiniones cuentan, todo se debe discutir en conjunto, llegar a un acuerdo antes de seguir con una iniciativa que afecte a toda una nación.
En tercer lugar, “debes liderar desde la retaguardia, pero hacer creer a los otros que estás en la vanguardia”. El papel del líder no es decirles a los otros lo que tienen que hacer, sino facilitar el acuerdo. Mandela recuerda que en la corte de Jongintaba, donde se crió, los hombres se reunían en círculo y el rey tan sólo hablaba después de que lo hubiesen hecho todos los demás. No hay que precipitarse a la hora de sumarse al debate.
“Es conveniente convencer a los demás de algo y al mismo tiempo hacerles creer que fueron ellos los que tuvieron la idea en primera instancia”. Llevar y dejarse llevar.
En cuarto lugar dice: “Conoce bien a tus enemigos y aprende de ellos”. La capacidad para comprender a los oponentes permite saber cuáles son sus puntos fuertes y débiles. Todos tenemos algo en común, una lengua, una nación, unos derechos alienados en un momento dado, y es bueno encontrar las zonas de coincidencia de unos y otros.
La quinta directriz es “hay que mantener a los amigos cerca, y a los enemigos aún más”.
Mandela incluía en su círculo a algunos hombres de los que no se fiaba mucho y que no le gustaban demasiado. En realidad despreciaba a muchos de ellos, pero ejercía una suerte de hipocresía social, muy necesaria para no sentirse amenazado. Al fin y al cabo cada uno actúa según su conveniencia. Parece que el enemigo baja la guardia si se le da confianza e incluso algún cargo. Creo que es ésta una postura difícil, porque es complicado dejar a un lado la animadversación o el rencor y darse una tregua, ser capaz de perdonar. Es un rasgo de generosidad y de bondad enorme.
En sexto lugar afirma que “las apariencias son muy importantes, y también sonreír”. Mandela ha sido siempre un hombre de una gran presencia física, incluso ahora, pese a sus muchos años, sigue teniendo una elegancia natural, una majestuosidad en sus maneras. Piensa que es importante vestir de forma adecuada para cada ocasión. Ésta es en realidad la labor de los actuales asesores de imagen. La sonrisa de Mandela es proverbial, porque muchos se siguen sorprendiendo de que no se sienta amargado después de todas las desgracias de su vida. Invita al diálogo, a la paz. Como ha dicho siempre mi madre y es muy cierto: “sonrisas y buenos modales abren puertas principales”.
La séptima norma es “nada es blanco o negro”. Nuestro cerebro tiende a la búsqueda de explicaciones simplistas, pero no se corresponden con la realidad. Todo problema tiene muchas causas y muchas soluciones. Estamos en esa famosa zona de los grises. Diplomacia, tolerancia.
Y por último, la octava directriz es “rectificar también es una muestra de liderazgo”. La determinación de que ha llegado el momento de abandonar una idea, labor o relación fracasada es muchas veces la decisión más difícil que tiene que tomar un líder. Mandela ha revisado muchos de sus principios desde los tiempos en que era un activista en contra del apartheid. Tras pasar una larguísima condena en la cárcel a la que muchos no hubieran sobrevivido, su talante ha cambiado radicalmente, se ha suavizado, se ha hecho más sabio.
Son éstas unas directrices aparentemente muy sencillas, pero que encierran muchos matices y mucha experiencia. Mandela fue encarcelado por delitos de sangre, cometidos por su oposición al apartheid, pero la desproporcionada duración de su prisión le convirtió en un mártir. Fueran cuales fueran las circunstancias de su pasado, cualquier persona que luche por la libertad y los derechos humanos tiene toda mi admiración, y más como lo ha hecho él después, cuando fue elegido presidente. Mantiene sus creencias, pero ahora ya no es ni víctima ni verdugo.
En segundo lugar afirma que “hay que dar el primer paso, pero sin dejar atrás a tu equipo”. Las decisiones importantes se deben tomar con el consenso general. No hay que olvidar que se es líder de un partido porque son los compañeros los que te han puesto en ese lugar. Sus opiniones cuentan, todo se debe discutir en conjunto, llegar a un acuerdo antes de seguir con una iniciativa que afecte a toda una nación.
En tercer lugar, “debes liderar desde la retaguardia, pero hacer creer a los otros que estás en la vanguardia”. El papel del líder no es decirles a los otros lo que tienen que hacer, sino facilitar el acuerdo. Mandela recuerda que en la corte de Jongintaba, donde se crió, los hombres se reunían en círculo y el rey tan sólo hablaba después de que lo hubiesen hecho todos los demás. No hay que precipitarse a la hora de sumarse al debate.
“Es conveniente convencer a los demás de algo y al mismo tiempo hacerles creer que fueron ellos los que tuvieron la idea en primera instancia”. Llevar y dejarse llevar.
En cuarto lugar dice: “Conoce bien a tus enemigos y aprende de ellos”. La capacidad para comprender a los oponentes permite saber cuáles son sus puntos fuertes y débiles. Todos tenemos algo en común, una lengua, una nación, unos derechos alienados en un momento dado, y es bueno encontrar las zonas de coincidencia de unos y otros.
La quinta directriz es “hay que mantener a los amigos cerca, y a los enemigos aún más”.
Mandela incluía en su círculo a algunos hombres de los que no se fiaba mucho y que no le gustaban demasiado. En realidad despreciaba a muchos de ellos, pero ejercía una suerte de hipocresía social, muy necesaria para no sentirse amenazado. Al fin y al cabo cada uno actúa según su conveniencia. Parece que el enemigo baja la guardia si se le da confianza e incluso algún cargo. Creo que es ésta una postura difícil, porque es complicado dejar a un lado la animadversación o el rencor y darse una tregua, ser capaz de perdonar. Es un rasgo de generosidad y de bondad enorme.
En sexto lugar afirma que “las apariencias son muy importantes, y también sonreír”. Mandela ha sido siempre un hombre de una gran presencia física, incluso ahora, pese a sus muchos años, sigue teniendo una elegancia natural, una majestuosidad en sus maneras. Piensa que es importante vestir de forma adecuada para cada ocasión. Ésta es en realidad la labor de los actuales asesores de imagen. La sonrisa de Mandela es proverbial, porque muchos se siguen sorprendiendo de que no se sienta amargado después de todas las desgracias de su vida. Invita al diálogo, a la paz. Como ha dicho siempre mi madre y es muy cierto: “sonrisas y buenos modales abren puertas principales”.
La séptima norma es “nada es blanco o negro”. Nuestro cerebro tiende a la búsqueda de explicaciones simplistas, pero no se corresponden con la realidad. Todo problema tiene muchas causas y muchas soluciones. Estamos en esa famosa zona de los grises. Diplomacia, tolerancia.
Y por último, la octava directriz es “rectificar también es una muestra de liderazgo”. La determinación de que ha llegado el momento de abandonar una idea, labor o relación fracasada es muchas veces la decisión más difícil que tiene que tomar un líder. Mandela ha revisado muchos de sus principios desde los tiempos en que era un activista en contra del apartheid. Tras pasar una larguísima condena en la cárcel a la que muchos no hubieran sobrevivido, su talante ha cambiado radicalmente, se ha suavizado, se ha hecho más sabio.
Son éstas unas directrices aparentemente muy sencillas, pero que encierran muchos matices y mucha experiencia. Mandela fue encarcelado por delitos de sangre, cometidos por su oposición al apartheid, pero la desproporcionada duración de su prisión le convirtió en un mártir. Fueran cuales fueran las circunstancias de su pasado, cualquier persona que luche por la libertad y los derechos humanos tiene toda mi admiración, y más como lo ha hecho él después, cuando fue elegido presidente. Mantiene sus creencias, pero ahora ya no es ni víctima ni verdugo.
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