El sistema judicial es uno de los que menos fiscalizado está de entre todos los que existen. Los jueces hacen y deshacen prácticamente a su libre albur, justificando sus decisiones con su supuesto atenimiento a la ley y a la jurisprudencia.
Errores puede haber en el ejercicio de cualquier profesión, pero hay algunos sectores, como el de los médicos o los jueces, en que esos fallos tienen unas consecuencias terribles para el que es objeto de los mismos. Exculpar delincuentes por falta de pruebas y condenar inocentes falsificando testimonios y documentos es una aberración enorme que está a la orden del día.
Ya de por sí que por una misma causa se puedan dictar sentencias radicalmente opuestas, dependiendo de quién las decida, es una incongruencia para la que no logro encontrar explicación alguna. La justicia, sinónimo de equidad e imparcialidad, no puede ser distinta en un lugar o en otro dentro de un mismo sistema judicial, no puede depender de la opinión personal de un juez determinado ni del humor con que se haya levantado de la cama esa mañana. Hace años un compañero de trabajo y amigo que tenía siempre problemas con una vecina desequilibrada con la que estaba cada dos por tres de juicios, se quejaba de que siempre le tocaban juezas y que esa era la causa más probable de que siempre le condenaran a él y la exculparan a ella.
Errores puede haber en el ejercicio de cualquier profesión, pero hay algunos sectores, como el de los médicos o los jueces, en que esos fallos tienen unas consecuencias terribles para el que es objeto de los mismos. Exculpar delincuentes por falta de pruebas y condenar inocentes falsificando testimonios y documentos es una aberración enorme que está a la orden del día.
Ya de por sí que por una misma causa se puedan dictar sentencias radicalmente opuestas, dependiendo de quién las decida, es una incongruencia para la que no logro encontrar explicación alguna. La justicia, sinónimo de equidad e imparcialidad, no puede ser distinta en un lugar o en otro dentro de un mismo sistema judicial, no puede depender de la opinión personal de un juez determinado ni del humor con que se haya levantado de la cama esa mañana. Hace años un compañero de trabajo y amigo que tenía siempre problemas con una vecina desequilibrada con la que estaba cada dos por tres de juicios, se quejaba de que siempre le tocaban juezas y que esa era la causa más probable de que siempre le condenaran a él y la exculparan a ella.
Y es que un juicio suele parecer una pequeña representación teatral, una tragicomedia en la que cada uno expone su caso tan subjetivamente que a veces es difícil desentrañar la verdad. Lo de jurar sobre la Biblia que se dirá la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad no tiene mucho sentido, pues muchos de los que lo hacen no tienen creencia religiosa alguna y es como si les mandaras jurar sobre un libro de cómics o de recetas de cocina.
Da igual cuáles hayan sido los hechos, sólo importan las evidencias, las pruebas materiales, aunque estén falseadas o induzcan a error. La clave está en el letrado que te defienda: si te puedes permitir el lujo de contratar los servicios de un abogado implacable que conozca al dedillo los entresijos del sistema legal, sabes por anticipado que tienes el juicio ganado, da igual si eres culpable o inocente o si tus reclamaciones son procedentes o no.
Hace poco vi una película en la que un juez era invitado a participar en una especie de asociación de jueces que se reunían en secreto para revisar los casos en los que se habían pronunciado con anterioridad ellos u otros jueces conocidos, y darles una sentencia diferente, cuando se había comprobado que la primera había sido errónea. Para hacer cumplir sus nuevos designios se valían de un asesino a sueldo que actuaba con una implacable eficacia, pues la nueva sentencia era indefectiblemente la muerte. Se trataba de eliminar a todos los indeseables que anduvieran por ahí sueltos, pues con ello se hacía un favor a la sociedad. El protagonista pone sobre la mesa su último caso, en el que cree haber liberado, por falta de pruebas pero con evidencias de culpabilidad, a dos violadores y asesinos de niños. Cuando aparecen los verdaderos culpables, busca temerariamente a los dos delincuentes para avisarles de que su vida corre peligro, por lo que también él es sentenciado por el grupo de jueces a morir para no ser delatados. Es como la pescadilla que se muerde la cola.
Resulta muy sorprendente la idea de unos jueces que se juzgan a sí mismos y pretenden rectificar sobre lo ya realizado, y más el hecho de que se conviertan ellos mismos en unos delincuentes al hacerlo. El fin nunca podrá justificar los medios, es como si ellos se consideraran dioses, dueños no sólo de la justicia sino también de la vida y la muerte. Ignoro si un juez puede revisar un caso que él mismo hubiera cerrado con anterioridad y por propia iniciativa. A lo mejor el proceso sería demasiado largo. Pero la frialdad con la que vuelven sobre sus sentencias es casi de psicópata. Si cometen de nuevo un error tampoco pasa nada, al fin y al cabo se trata de la escoria de la sociedad, no se pierde gran cosa. La vida humana tiene un valor relativo.
Da igual cuáles hayan sido los hechos, sólo importan las evidencias, las pruebas materiales, aunque estén falseadas o induzcan a error. La clave está en el letrado que te defienda: si te puedes permitir el lujo de contratar los servicios de un abogado implacable que conozca al dedillo los entresijos del sistema legal, sabes por anticipado que tienes el juicio ganado, da igual si eres culpable o inocente o si tus reclamaciones son procedentes o no.
Hace poco vi una película en la que un juez era invitado a participar en una especie de asociación de jueces que se reunían en secreto para revisar los casos en los que se habían pronunciado con anterioridad ellos u otros jueces conocidos, y darles una sentencia diferente, cuando se había comprobado que la primera había sido errónea. Para hacer cumplir sus nuevos designios se valían de un asesino a sueldo que actuaba con una implacable eficacia, pues la nueva sentencia era indefectiblemente la muerte. Se trataba de eliminar a todos los indeseables que anduvieran por ahí sueltos, pues con ello se hacía un favor a la sociedad. El protagonista pone sobre la mesa su último caso, en el que cree haber liberado, por falta de pruebas pero con evidencias de culpabilidad, a dos violadores y asesinos de niños. Cuando aparecen los verdaderos culpables, busca temerariamente a los dos delincuentes para avisarles de que su vida corre peligro, por lo que también él es sentenciado por el grupo de jueces a morir para no ser delatados. Es como la pescadilla que se muerde la cola.
Resulta muy sorprendente la idea de unos jueces que se juzgan a sí mismos y pretenden rectificar sobre lo ya realizado, y más el hecho de que se conviertan ellos mismos en unos delincuentes al hacerlo. El fin nunca podrá justificar los medios, es como si ellos se consideraran dioses, dueños no sólo de la justicia sino también de la vida y la muerte. Ignoro si un juez puede revisar un caso que él mismo hubiera cerrado con anterioridad y por propia iniciativa. A lo mejor el proceso sería demasiado largo. Pero la frialdad con la que vuelven sobre sus sentencias es casi de psicópata. Si cometen de nuevo un error tampoco pasa nada, al fin y al cabo se trata de la escoria de la sociedad, no se pierde gran cosa. La vida humana tiene un valor relativo.
Pero la posibilidad de que el sistema legal se convierta en una amenaza para el ciudadano en lugar de que siga siendo un medio de defensa para todos nosotros contra posibles abusos, es como una pesadilla.
Imagino que los jueces deben estar hartos de tener que vérselas con criminales, de cómo éstos permanecen un tiempo en la cárcel y vuelven a salir a la calle para volver a delinquir. El número y la variedad de delitos parece no tener fin, y envenenan una sociedad que podría ser casi perfecta si no hubiera quien los cometiera. Un mundo ideal que parece imposible hacer realidad.
Imagino que los jueces deben estar hartos de tener que vérselas con criminales, de cómo éstos permanecen un tiempo en la cárcel y vuelven a salir a la calle para volver a delinquir. El número y la variedad de delitos parece no tener fin, y envenenan una sociedad que podría ser casi perfecta si no hubiera quien los cometiera. Un mundo ideal que parece imposible hacer realidad.
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