Lo peor de la televisión de hoy en día es el bombardeo publicitario al que nos somete a diario, ese aluvión de anuncios que reclaman nuestra atención para que consumamos sin parar. Y sin embargo, hay algunos que se quedan grabados en nuestra memoria tanto por lo que de especial puedan tener como por lo horribles que nos parezcan.
Y así pasa que cuando, siendo niña, cambiamos la tele en blanco y negro por otra en color, recuerdo perfectamente que la primera imagen que vimos nada más encenderla fue un anuncio de tomate frito Solís que una mano femenina esparcía generosamente sobre un espléndido huevo frito. Qué impacto visual, qué mezcla de colores.
Hace años me gustaban mucho los anuncios de perfume. Aquel en el que salía una exótica isla de noche, iluminado el mar por una luna llena maravillosa, en medio de una sucesión de diferentes tonalidades de azul tan sugerentes y relajantes, y unos bellísmimos ojos de mujer flotando enormes en el aire sobre la isla. “La mujer es una isla y Fidji su perfume”, decía el slogan. Parecía que sólo por usarlo te transportabas a esos parajes tan lejanos y hermosos. Había otro anuncio de una colonia muy fresca, Alada, cuyo slogan era “una gota, un beso”. La primera vez que lo vi me quedé impactada por la belleza de la modelo protagonista, pues su mirada azul era tan intensa y la perfección de su rostro era tal que causaba una conmoción estética contemplarla. Desde luego hay personas que casi da miedo mirarles a la cara de lo guapas que son. Me pasó lo mismo con Elizabeth Taylor en la escena de “El espejo roto”, cuando se descubre que ella es la autora del crimen, la forma como miró a su interlocutor con sus enormes ojos violetas era de una belleza aterradora.
En la actualidad la publicidad es una constante fuente de placer y de imágenes e ideas sorprendentes. Desde los maravillosos anuncios en los que se ven en primer plano gigantescas olas de helado, masas envolventes de delicioso chocolate y refrescos burbujeantes, hasta ciertos anuncios de colonia de hombre, como aquel en el que el modelo que lo protagonizaba se paseaba como Dios lo trajo al mundo por el loft en el que vivía, y lo hacía de una forma tan natural, su cuerpo era tan bonito y las tomas habían sido hechas con tan buen gusto, que no hería sensibilidad alguna, al contrario, era un regalo para los sentidos. Eso sí, que no me pregunten cuál era la marca de la colonia porque no me acuerdo.
Pero luego hay anuncios que llegan a aburrir, sobre todo los que se refieren a coches, porque cuentan unas historias absurdas que poco tienen que ver con el producto que van a vender. Los de seguros son también tediosos, sobre todo ese de ING Direct, cuando sale un teléfono rojo que va como loco de aquí para allá con un sonido estridente. Y por supuesto los de detergente, mire, compare y si encuentra algo mejor cómprelo. Qué horror, con todas esas señoras que sueltan interminables y monótonos monólogos que ni ellas mismas se creen, y que parecen preguntarse qué hacen ellas allí diciendo esas tonterías. Es como si la limpieza de la ropa, como todo lo que tenga que ver con el hogar, fuera un asunto exclusivamente femenino, y además hacen aparecer mujeres con aspecto corriente y aire aburrido a las que identificamos despectivamente con las mal llamadas marujas. Nunca sale ningún hombre, y si lo hace, se le ve en plan cómico, como si aquello no fuera con él. La virilidad y saber poner una lavadora por lo visto son incompatibles.
También encontraba deplorables esos anuncios de Potitos Bledine, cuando se ve a la madre joven reprochando a la madre mayor que aún prepare la comida de los niños en la cocina, la hace quedar como tonta, como que le gusta perder el tiempo y que no se ha puesto al día con los nuevos adelantos en materia nutricional infantil. Donde esté ese potingue color cagalera, que lleva meses envasado, cuando no años, y que seguramente si tiene algo de alimento son desechos orgánicos, en un batiburrillo incalificable, que se quite la comida casera de toda la vida, recién hecha y con productos frescos.
Y los anuncios de artículos de aseo personal, como los geles de baño, que siempre aparecen mujeres desnudas, o aquel de desodorante, en el que una mujer besaba la axila de un hombre, levantaron en su momento mucha polémica por considerárselos machistas. Todavía el género femenino sigue siendo utilizado como objeto de reclamo para vender.
Hace poco leí que con algunas de las técnicas usadas habitualmente en publicidad no se obtiene el resultado esperado. Así los anuncios en los que se incluyen imágenes sexualmente sugerentes distraen la atención del verdadero objeto del spot, como me ha ocurrido a mí con la colonia de hombre que mencioné antes, o la publicidad incluida en las películas, que suele pasar inadvertida. Asímismo las siniestras advertencias incluidas en las cajetillas de tabaco, en lugar de producir un efecto disuasorio lo que hacen es aumentar la ansiedad del consumidor y, por tanto, su adicción.
Con los efectos especiales creados por ordenador, el campo de acción de la publicidad se ha hecho inabarcable. Se producen auténticas maravillas, hay verdaderos genios trabajando en ésto, y gente con un gusto exquisito. Pero no hay que olvidar que es una forma más de captar nuestra atención y conseguir modificar nuestra conducta en una determinada dirección, y para ello se vale del humor, el sentimentalismo, el horror, como en los anuncios de la DGT, y de lo que haga falta, todo ello aderezado con increíbles gags visuales y una muy escogida música de fondo. Se trata de cautivar nuestros cinco sentidos. Y lo consiguen, vaya si lo consiguen.
Y así pasa que cuando, siendo niña, cambiamos la tele en blanco y negro por otra en color, recuerdo perfectamente que la primera imagen que vimos nada más encenderla fue un anuncio de tomate frito Solís que una mano femenina esparcía generosamente sobre un espléndido huevo frito. Qué impacto visual, qué mezcla de colores.
Hace años me gustaban mucho los anuncios de perfume. Aquel en el que salía una exótica isla de noche, iluminado el mar por una luna llena maravillosa, en medio de una sucesión de diferentes tonalidades de azul tan sugerentes y relajantes, y unos bellísmimos ojos de mujer flotando enormes en el aire sobre la isla. “La mujer es una isla y Fidji su perfume”, decía el slogan. Parecía que sólo por usarlo te transportabas a esos parajes tan lejanos y hermosos. Había otro anuncio de una colonia muy fresca, Alada, cuyo slogan era “una gota, un beso”. La primera vez que lo vi me quedé impactada por la belleza de la modelo protagonista, pues su mirada azul era tan intensa y la perfección de su rostro era tal que causaba una conmoción estética contemplarla. Desde luego hay personas que casi da miedo mirarles a la cara de lo guapas que son. Me pasó lo mismo con Elizabeth Taylor en la escena de “El espejo roto”, cuando se descubre que ella es la autora del crimen, la forma como miró a su interlocutor con sus enormes ojos violetas era de una belleza aterradora.
En la actualidad la publicidad es una constante fuente de placer y de imágenes e ideas sorprendentes. Desde los maravillosos anuncios en los que se ven en primer plano gigantescas olas de helado, masas envolventes de delicioso chocolate y refrescos burbujeantes, hasta ciertos anuncios de colonia de hombre, como aquel en el que el modelo que lo protagonizaba se paseaba como Dios lo trajo al mundo por el loft en el que vivía, y lo hacía de una forma tan natural, su cuerpo era tan bonito y las tomas habían sido hechas con tan buen gusto, que no hería sensibilidad alguna, al contrario, era un regalo para los sentidos. Eso sí, que no me pregunten cuál era la marca de la colonia porque no me acuerdo.
Pero luego hay anuncios que llegan a aburrir, sobre todo los que se refieren a coches, porque cuentan unas historias absurdas que poco tienen que ver con el producto que van a vender. Los de seguros son también tediosos, sobre todo ese de ING Direct, cuando sale un teléfono rojo que va como loco de aquí para allá con un sonido estridente. Y por supuesto los de detergente, mire, compare y si encuentra algo mejor cómprelo. Qué horror, con todas esas señoras que sueltan interminables y monótonos monólogos que ni ellas mismas se creen, y que parecen preguntarse qué hacen ellas allí diciendo esas tonterías. Es como si la limpieza de la ropa, como todo lo que tenga que ver con el hogar, fuera un asunto exclusivamente femenino, y además hacen aparecer mujeres con aspecto corriente y aire aburrido a las que identificamos despectivamente con las mal llamadas marujas. Nunca sale ningún hombre, y si lo hace, se le ve en plan cómico, como si aquello no fuera con él. La virilidad y saber poner una lavadora por lo visto son incompatibles.
También encontraba deplorables esos anuncios de Potitos Bledine, cuando se ve a la madre joven reprochando a la madre mayor que aún prepare la comida de los niños en la cocina, la hace quedar como tonta, como que le gusta perder el tiempo y que no se ha puesto al día con los nuevos adelantos en materia nutricional infantil. Donde esté ese potingue color cagalera, que lleva meses envasado, cuando no años, y que seguramente si tiene algo de alimento son desechos orgánicos, en un batiburrillo incalificable, que se quite la comida casera de toda la vida, recién hecha y con productos frescos.
Y los anuncios de artículos de aseo personal, como los geles de baño, que siempre aparecen mujeres desnudas, o aquel de desodorante, en el que una mujer besaba la axila de un hombre, levantaron en su momento mucha polémica por considerárselos machistas. Todavía el género femenino sigue siendo utilizado como objeto de reclamo para vender.
Hace poco leí que con algunas de las técnicas usadas habitualmente en publicidad no se obtiene el resultado esperado. Así los anuncios en los que se incluyen imágenes sexualmente sugerentes distraen la atención del verdadero objeto del spot, como me ha ocurrido a mí con la colonia de hombre que mencioné antes, o la publicidad incluida en las películas, que suele pasar inadvertida. Asímismo las siniestras advertencias incluidas en las cajetillas de tabaco, en lugar de producir un efecto disuasorio lo que hacen es aumentar la ansiedad del consumidor y, por tanto, su adicción.
Con los efectos especiales creados por ordenador, el campo de acción de la publicidad se ha hecho inabarcable. Se producen auténticas maravillas, hay verdaderos genios trabajando en ésto, y gente con un gusto exquisito. Pero no hay que olvidar que es una forma más de captar nuestra atención y conseguir modificar nuestra conducta en una determinada dirección, y para ello se vale del humor, el sentimentalismo, el horror, como en los anuncios de la DGT, y de lo que haga falta, todo ello aderezado con increíbles gags visuales y una muy escogida música de fondo. Se trata de cautivar nuestros cinco sentidos. Y lo consiguen, vaya si lo consiguen.
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