viernes, 19 de febrero de 2010

Oposiciones


Oposiciones. Su propio nombre ya es de por sí desagradable, refleja negatividad: te opones, compites. Examenes interminables, temarios ingentes y tediosos, preguntas con trampa (cuán poca transparencia), horas de espera en los llamamientos, frío y calor excesivos, hacinamiento, miembros del tribunal al que mejor no hacer preguntas porque su competencia es bastante dudosa... En fin, la lista de inconvenientes no tiene fin. Nadie quiere estar allí porque es fin de semana. Un madrugón tonto. Y los nervios.
Te juegas tu futuro en un rato, y no siempre todo depende de ti. A ver si el ordenador de turno está preparado para la ocasión o han dejado activados comandos que inducirán a error y harán que te retrases en la realización del ejercicio, porque el tiempo aquí sí que es oro. Una contrarreloj, como en una carrera deportiva, pero sin pruebas de dopaje. No apto para cardiacos.
Los habrá que sí tengan el hardware en condiciones. Esos juegan con ventaja, no es justo. Cuestión de suerte, que es un azar al que se apela cuando las circunstancias no son las mismas para todos y que sirve para encubrir la injusticia, la falta de seriedad de los que organizan estas concentraciones de sufrientes ciudadanos, la poca profesionalidad. No hay respeto por el opositor.
Y luego las absurdeces. Que si una pregunta de test es contestada mal por la mayoría de la gente se da por buena. Suena a kafkiano, pero es así. En esta guerra todo vale. Luego si alguien protesta ya vendrá la impugnación, pero de momento si cuela, mejor. Y tonto el último.
Si tienes una disminución de tus capacidades físicas tienes que acreditarlo con mil informes médicos. A mi hermana no le dejaban usar atril pese a haber demostrado que sus problemas de vista lo hacían necesario. La letra es pequeña porque así cabe más texto en el papel y se gasta menos, qué ecológico por su parte, hay que pensar en los bosques, y en los costes para la Administración. Al que no le guste que se aguante, no se van a andar con contemplaciones con un montón de pobres infelices que van allí a conseguir el número premiado en la tómbola laboral. Eso suponiendo que no hayan repartido números antes, porque el tongo es uno de los deportes nacionales, junto con la siesta. Faltaría más, no vamos a perder las buenas costumbres de siempre.
Si tienes una lesión arréglatelas como puedas. Mi hermana tuvo que agenciarse un taburete como pudo para poder poner su pie escayolado cuando se rompió la tibia y el peroné. Allí no están para imprevistos, no es Lourdes, no se acogen tullidos ni se hacen milagros.
Y demos gracias a Dios de que la informática haya implantado sus huestes, porque yo recuerdo haber ido hace muchos años a un examen de oposición con la máquina de escribir a cuestas. La Olivetti era ligera, pero aún así pesaba lo suyo, y anda que las oposiciones se celebran en sitios céntricos de la capital, siempre son en lugares del extrarradio. Por no decir de los que se llevaban libros para poner encima de los asientos y así poder tener una posición adecuada cuando se sentaran. Nunca las instalaciones han reunido las condiciones necesarias, pero no van a estar encima los opositores cómodos, se supone que van allí a penar, todo el mundo sabe que hacer oposiciones es como ir a galeras, así es mayor el mérito del que consigue ganarlas. Es como una prueba de supervivencia en la selva, o como un concurso lleno de obstáculos. Hay que ponerlo cuanto más difícil mejor, no se vayan a creer que aquello es jauja. Así la emoción es mayor.
Al final lo que hay que procurar es no perder los nervios, como cuando mi hermana omitió una de las hojas del test porque al pasarlas se quedaron pegadas y no se dio cuenta hasta el final. Después de toda la preparación que exige el momento y luego todo se va a la porra por una tontería. Pero cuán fácil es equivocarse cuando se está sometido a tanta presión.
Yo he tenido la suerte de no haber tenido que pasar por ninguna oposición para conseguir trabajo, aunque desde luego no es algo de lo que me sienta precisamente orgullosa. Tan sólo en una ocasión me presenté para TAG, y qué horror. Después de gastarme el dinero en una academia y en libros, solían ser siempre muy pocas plazas y se convocaban cada dos años. Es mi hermana la que me cuenta cómo es este mundo en el que parece que no hay más remedio que entrar si quieres un empleo estable.
Desde luego, los que se dediquen a esto tienen el cielo ganado, si tuvieran alguna culpa la habrán purgado en vida pasando por ese infierno. Por desgracia, muchos son los llamados y pocos los elegidos.
 
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