El otro día leí una entrevista que le hicieron a Cayetano Rivera, y me dio qué pensar, ahora que está tan depauperada la fiesta de los toros, la forma como se ve y se siente actualmente este mundo tan antiguo.
El caso de Cayetano me ha llamado siempre mucho la atención, quizá porque su vocación ha sido tardía, a pesar de proceder de una estirpe taurina de gran raigambre y larga tradición. Se puede decir que es el prototipo de torero “moderno”, bastante alejado del que conocemos tradicionalmente, aunque quizá no tanto en lo fundamental.
Siendo como es un gran tímido, dice conseguir abstraerse por completo cuando está en el coso frente al toro. Es como si no percibiera lo que sucede a su alrededor, como si ni siquiera oyera al público en los tendidos. Hasta tal punto es celoso de su privacidad que muchas cosas no las comparte ni con sus amigos. “Hay cosas que son sólo mías y no necesito compartirlas. Soy más pensativo que hablador”.
Cayetano es modelo e imagen de diferentes firmas de ropa y perfumes, siguiendo la línea muy al uso entre los deportistas y la gente famosa en general, pero con un límite. Le propusieron posar para el Playboy de EE.UU. y, a pesar de la sustanciosa cantidad de dinero que le ofrecieron, dijo que no, aunque el hecho de que le oferten este tipo de cosas le produce risa más que otra cosa, no se ve haciéndolas, como que no cuadran con él.
Aunque empezó estudios diferentes que nunca acabó (Empresariales, Cine) y habla dos idiomas, hubo un momento de su vida en que emergió de dentro de él una llamada, algo que estaba en su sangre por herencia, a la que desde hacía mucho tiempo se resistía, y a la que tuvo que responder irremediablemente. El toreo se perfiló claramente como su opción vital. Él, que quería ser un poco más original que el resto de los miembros de su familia, dedicados todos a lo mismo, y más con la sombra de la muerte de su padre, tan trágica, planeando sobre él, al final no pudo sustraerse a ese mundo, que es en el que en realidad se había criado.
Su abuelo Ordóñez le dijo a su hermano Fran cuando se hizo torero que en cada temporada hay cuatro o cinco tardes en las que la vida no importa. Cayetano piensa que es muy duro para alguien de tu familia tener que decirte algo así. Él cree que es complicado explicarlo. No es como pasar del valor a la locura, “no es salir al ruedo en plan kamikaze y que sea lo que Dios quiera. Lo que quiso decir mi abuelo es que tienes que estar dispuesto a que ocurra (…) Para llegar a vivir esa pasión en su nivel más alto tienes que estar dispuesto a asumir ese riesgo”.
Un periodista le preguntó que por qué arriesgar la vida cuando no se tienen necesidades económicas. “No tiene que ver con tu situación, tiene que ver con esa sensación, con esa emoción… Te merece la pena el riesgo por el momento tan intenso que vives en la plaza (…) Es un éxtasis difícil de explicar y, a la vez, difícil de de entender (…) “. Por eso a los toreros les cuesta tanto retirarse. “Llegamos a sentir cosas que sería imposible con cualquier otra profesión (…) Son muy pocos los toreros que se han retirado y no han vuelto”.
Cayetano es consciente de lo que puede pasarle, pero eso no quiere decir que no ame la vida. “No hay más que una vida y está para vivirla. Merece la pena (…) Yo intento mantener los pies en el suelo y pensar que existe un futuro y que no tengo que vivir al día, también busco otras emociones, otras ilusiones”.
Curiosamente, no quiere que nadie de sus seres queridos se dedique a esto. “Descansaré el día que mi hermano Francisco diga que se retira”. Tampoco querría que sus hijos siguieran el mismo camino.
Cayetano piensa que actualmente el empresario taurino se deja llevar más por el beneficio económico que por otra cosa, “aunque alguno hay que mantiene la bohemia y el amor al arte y se basa en sentimientos”.
Respeta a los que no entiendan que la fiesta es un arte, pero politizar el asunto le produce una inmensa tristeza. “No se debería frivolizar con una cosa así”.
El toreo es una profesión para la que se necesita una preparación interior, no sólo aprender una técnica en una escuela. “Toreo muchas corridas al año y no soy un robot. Como todo el mundo, tengo problemas y a veces no es fácil estar del todo concentrado. El toreo es improvisación y debes estar con la mente despejada y fresca para vaciarte delante del toro”.
Cayetano no es el típico torero supersticioso, ni tiene cabezas de toro colgadas en las paredes de su casa, ni siquiera fotografías.
Cuando sale a hombros de una plaza “estás en una nube. Ojalá tenga muchas palizas como esas”.
Cada torero es un caso aparte. La forma como torean y cómo viven este mundo depende de factores tan diversos como sus necesidades económicas, su origen, su vocación y su personalidad. Pero es indudable que el mundo del toreo ha cambiado con el tiempo. Y así tenemos figuras del pasado como Manolete, cuya melancólica y trágica figura y su estilo despertaban pasiones, con un toreo contenido, serio, muy viril, valiente. Él también era tímido como Cayetano. A veces pienso que su tristeza se debía a que presentía su final, y a sus avatares personales. Era como si tuviera un sino. Su muerte fue una conmoción nacional en su momento, mucha gente salió a la calle entre grandes muestras de dolor, mi abuelo materno entre ellos.
Luego ha habido toreros como Curro Romero, que cuando estaba en vena hacía disfrutar mucho al público, y cuando no salía corriendo por piernas, entre una nube de almohadillas y abucheos. Es el anti torero.
Y de entre los toreros más curiosos está, cómo no, Jesulín, que empezó dedicándose a esto por necesidad y muchos le han discutido que tenga verdadera vocación y verdadero arte, por lo peculiar de su estilo, vulgar según la opinión de muchos. Él tampoco lo ha desmentido, parece que le importa poco lo que diga la gente, pero lo muy solicitado que ha estado y el hecho de aparecer en programas de televisión mostrando su desenfado y su inocencia, sin complejos, no avalan esa corriente crítica que lo defenestra diciendo que con él se empezó a perder el señorío y el talento vocacional del mundo del toro.
Muchas son las figuras que han hecho historia en el coso y muchas son las que aún tienen mucho que demostrar. Yo, aunque no soy defensora de la fiesta, reconozco que siempre he admirado el espíritu que mueve a un hombre (y a veces también a alguna mujer), a jugarse la vida de esa manera, en un espectáculo que es pura exhibición, diferente a cualquier otro por sus usos e indumentaria, pero que ahí está desde hace décadas. Y es algo singular, forma parte de nuestra idiosincrasia, de nuestra cultura popular.
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