jueves, 25 de noviembre de 2010

La vida como una película

No es cierto que la vida puede llegar a confundirse con lo que vemos en las películas, sino que éstas se confunden con la vida, se alimentan de ella. Todos sabemos que con frecuencia la realidad supera a la ficción. Por eso es bastante probable, por ejemplo, que vayamos a nuestro restaurante preferido y, aunque lo conozcamos y nos guste, no nos fiemos de la limpieza del servicio y saquemos nuestros propios cubiertos de plástico de unas bolsas que llevamos guardadas en los bolsillos, como en Mejor imposible. O el cocinero del restaurante podría ofrecernos una patata pelada, cortada con forma de flor y teñida de púrpura con el jugo de una remolacha, pinchada en un tenedor como si fuera una rosa sobre su tallo. Tal como pasó en Frankie y Johnny.

Podríamos abrirnos paso, cuando atravesamos una calle en la que hay demasiada gente, invocando el poder de Dios con una larga vara, como hizo Moisés en Los diez mandamientos cuando separó las aguas del mar para que pasaran los suyos. O hacer como Spiderman, lanzar unas cuantas mallas pegajosas contra las fachadas de los edificios para desplazarnos a gran velocidad por encima de todo y de todos.
La colmena en la que vivo podría estar amenazada por un carnicero que ocupara un local en la planta baja y que abasteciera su tienda con los restos de los vecinos que va asesinando, uno por uno, sistemática y sigilosamente, como en Delicatessen.

Podríamos hacer un largo viaje y encontrarnos en medio de África, de noche, sentados a una mesa delicadamente preparada, mientras degustamos una deliciosa cena, a la luz de una hoguera, disfrutando de una grata conversación, dejándonos envolver por los sonidos nocturnos, como en Memorias de África.

Si nos sintiéramos muy solos, podríamos hablar con un coco igual o mejor que si fuera alguien de nuestra propia familia, como en Náufrago.

Cuando nos lanzáramos a una piscina para refrescarnos un caluroso día de verano, podríamos quedarnos dentro del agua para sentir el mismo silencio que sienten los que no pueden oir, como en Hijos de un dios menor.

Puede que nos encontremos hombres anónimos que no resistan la tentación de ser héroes cuando la ocasión se presente, corriendo por la acera mientras se quitan la camisa, para lucir el traje especial que llevan puesto debajo, y sin el que no podrían ser superhéroes (toda puesta en escena  requiere su atrezo), como en Superman.

Y si buscáramos trabajo, podríamos llegar a ser secretaria en un despacho que resultase ser la antesala de la mujer más influyente y tiránica del mundo de la moda, como en El diablo se viste de Prada. O un puesto de profesor en un instituto de un barrio marginal, en el que consiguiéramos con sudor y casi sangre ganarnos el respeto y el cariño de un puñado de alumnos problemáticos, como en Rebelión en las aulas.

Y por qué no acabar nuestros días cuidados por ese chófer al que durante años hemos agobiado con nuestras manías y prejuicios, y que al final es la persona que, a fuerza de estar con nosotros, ha resultado ser la única que nos comprende y nos ha llegado a querer, como en Paseando a miss Daisy.



Como decía Aute en una de sus canciones, que toda la vida es cine, y los sueños cine son.

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