La 1ª vez que vi algo relacionado con Halloween me chocó mucho. Siempre había pensado que un festejo, y más si está relacionado con niños, tiene que ser algo bonito, armonioso. Desde cuándo los peques podían divertirse con cosas siniestras. Los adultos nos divertimos pasando miedo (algunos, yo soy una excepción), pero creía que con los niños no debía ser así. Las únicas veces que me lo he pasado bien con este tema es cuando veo el video de Thriller, pero porque es un vehículo maravilloso de coreografía y sonido. Sólo Michael Jackson podía causar esa sensación en mí respecto a algo tan truculento.
Solemos pensar que Halloween es una fiesta que procede de Norteamérica, pero no es así. Se trata de una festividad derivada de ritos celtas, mezclada después con el paganismo romano. Posteriormente se le añadieron costumbres como encender fogatas y formar caras con calabazas huecas encendiendo velas en su interior. Era también la celebración de la llegada del otoño.
Poco a poco fue tomando un carácter siniestro, invocándose espíritus malignos. Fantasmas, duendes y demonios parece que andan sueltos por ahí en esos días. Era el momento propicio para practicar la adivinación y el ocultismo. Brujos y adivinos se reunían para invocar al diablo y obtener poder.
Cuando estas prácticas se consolidaron en toda Europa, inmigrantes irlandeses la llevaron a EE.UU., extendiéndose también por Latinoamérica.
Cada uno se lo pasa bien como le parece, pero a mí todos estos temas me han parecido siempre de mal gusto. Dicen que es quitarle yerro al asunto, tomar a broma cosas como la muerte y el más allá. En realidad es un negocio muy lucrativo, pude comprobarlo cuando acompañé a mi hija a que se comprara su disfraz. Ella iba de diablesa, una diablesa pícara, con su faldita corta, botas de tacón, unos cuernecillos rojos y un tridente a juego. La verdad es que sólo por verla tan guapa y tan graciosa merecía la pena la ocasión. Pero cómo estaban las tiendas. En una especialmente tuvimos que hacer cola durante bastante tiempo para pagar. La gente, poseída por una fiebre consumista completamente halloweeana (¿existe esta palabra?), elegía sin parar disfraces y complementos a cuál más rocambolesco. Parecía un carnaval más que otra cosa. Pude comprobar que los homosexuales disfrutan con todo esto más que nadie. A ellos les encanta el travestismo, y la desmesura. A uno le oi cómo contaba la forma en que se iba a disfrazar, de drácula, con el maquillaje blanco y los labios pintados de negro.
El año pasado recuerdo que Ana no se disfrazó, simplemente se puso ropa negra y trajo a casa a dormir a un montón de amigas. Al día siguiente, mientras desayunaban, Miguel Ángel se puso a jugar con la Wii al tenis, y todas se le quedaban mirando calladas con la boca abierta. Una oportunidad de exhibirse así delante de las chicas no se tiene todos los días. Este año sólo se trajo a dormir a su mejor amiga. Salieron con su pandilla y volvieron más tarde que nunca.
La mayoría de la gente siempre ha aprovechado para ir a los cementerios. Antiguamente se pasaba el día allí, comiendo junto a las tumbas. Se llevaban cubos de fregar y cepillos para dejarlas limpias. El resto del año nadie se suele acordar de visitar a sus muertos. Ese día, al hacerlo todos juntos, parece que da menos temor, que impone menos respeto acudir al camposanto. Yo antes iba a ver a mis abuelas, pero desde que me divorcié no he podido volver a ir, no me encuentro con ánimo, y lo hacía siempre cualquier otro día menos ese. Creo que estar delante de la tumba de tus seres queridos requiere un recogimiento, una meditación y, por qué no, dar rienda suelta a tus emociones de una manera que en esa ocasión no puede darse. No a las aglomeraciones por favor, y menos en esos sitios.
El Día de Todos los Santos sigue siendo para muchos una ocasión de recordar a sus fallecidos y dedicarles unas horas. Yo en realidad suelo recordarlos casi todos los días. Y eso poco tiene que ver con Halloween.
1 comentario:
Una percepción muy distinta de la mí, je. Me gusta tu blog, lo más probable es que lo siga leyendo, salu2!!
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